Manuel Ramos

MANUEL RAMOS.

Quizá uno pueda pensar, viendo el desastre político español, y contemplando la escasa cultura política de nuestra nación, que quizá mejor haber nacido zulú y no cargar con la herencia decadente de tótum revolútum que es España. Lamentablemente, no podemos escoger donde nacemos, pero sí podemos estudiar cómo evolucionamos e investigar los principios de nuestra Historia.

De esta manera sí que podríamos empezar a tomar decisiones si alcanzamos un mínimo de criterio sobre nuestra realidad política. En la evolución de nuestra población, siempre cambiante y siempre heredera de su pasado, parece que hubiéramos tenido una amnesia total y reconstruyéramos el pasado con la actitud, no ya de un niño, sino de un adolescente malcriado, que es peor. Debemos comprender cuáles son nuestras responsabilidades como ciudadanos que pretenden ser libres, en qué está basada la estructura política en la que nos asentamos.

En el afán buenista que ha caracterizado a la socialdemocracia tras las guerras mundiales, la tendencia a la ideología difusa,  ha llevado a denominar a los partidos de derecha como de centro,  y a inutilizar la fuerza social de los partidos de izquierda vaciándolos de toda carga teórica seria y adormeciendo todo espíritu revolucionario y emancipador. A la derecha, con el fascismo que ha manchado las páginas de su Historia, se le comprende el complejo, pero el disfraz de la izquierda es si cabe más esclavizante. Es la máscara perfecta de la socialdemocracia. En nuestro país es lamentable el daño que ha ocasionado tras la traición a la lucha contra la dictadura de Franco. Merced a su retórica social, vacía de toda identificación real con el pueblo al que dice representar, se sumaron a la casta política franquista sin dudarlo reteniendo encerrada nuestra libertad política mediante el consenso, la equidistancia. Todo bajo un principio rector que creo haber descubierto, la Teoría de la Relatividad Política: E = mc2, es decir, el Estado es igual a la masas por la voracidad del los partidos, al cuadrado.

Mediante esta sencilla fórmula, desaparece la libertad política por la integración de las masas en del Estado, sin intermediación representativa. Son los partidos estatales los que “interpretan” bajo su perspectiva (que no es otra que la de crecer y crecer en su estructura burocrática) lo que nos conviene a los ciudadanos que pasamos a ser súbditos o meros espectadores. Masa.

Todo partido estatal se justifica a sí mismo mediante la identificación con el Estado. El ciudadano libre jamás puede actuar políticamente en su país pues no tiene representantes. La ilusión electoralista, propia de campañas mediáticas, de que unos defienden a una parte de la sociedad y otros a otra es completamente estratégica. Todos los partidos estatales son una misma cosa: el Estado. Lo vemos hoy día cuando uno de sus cabecillas es descubierto con casos de corrupción y el resto de la casta lo defiende.

Ahora que se acercan unas elecciones en España, conviene recordar que incluso los que defienden ideas aparentemente contrarias al mismo Estado Español, como puede ser la secesión, esas argumentaciones carecen de sentido puesto que parten de una contradicción en los términos. Uno no puede ser y no ser al mismo tiempo. CiU no puede ser un partido estatal, cobrando de la monarquía, jurando la constitución del 78, recibiendo subvenciones y formando parte del ordenamiento jurídico español, y al mismo tiempo decir que no lo eres. La política se ha basado siempre en principios físicos, como nuestra Teoría de la Relatividad Política. Tarde o temprano las incoherencias estructurales chocan con el ansia de libertad de la nación, siempre que esta conozca la verdad emancipadora de la libertad colectiva. En caso contrario tendríamos una sociedad esclava, sumisa.

Los ciudadanos libres sabemos que  los partidos estatales aplican la relatividad política porque nos consideran masa dependiente del Estado. Hemos de cambiar las variables de la ecuación y convertir la libertad en la constante de nuestro sistema político.

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