PATRICIA SVERLO.

Tras el bachillerato, Don Juan tenía la intención de que “Juanito” estudiara en la universidad belga de Lovaina, o eso decía. Envió una nota a Franco en la que se lo comunicaba, aunque parece que nunca pensó poner en marcha un proyecto similar. La decisión de ceder para que continuara a España se imputó a sus consejeros, la mayoría de los cuales pensaban que, llegado aquel punto, ya no había ninguna otra posibilidad. Pero antes Don Juan exigió una nueva reunión con Franco.

No le importó esperar hasta que lo consiguió. “Juanito” ya había perdido un trimestre de estudios cuando se fijó la entrevista para el 29 de diciembre de 1954 en la finca de Las Cabezas, en Salamanca, que era propiedad de un hombre leal a Don Juan, el conde de Ruiseñada. Acordaron que antes de que accediera a la universidad, no estaría mal que “Juanito” pasara por las tres academias militares: dos cursos en la Academia General de Zaragoza, otro con la Armada en Marín, y otro en San Javier, con los aviadores.

También volvió a Madrid su hermano Alfonso, pero éste, sin el peso muerto de la educación especial de Juan Carlos, se matriculó en un colegio normal parar continuar el bachillerato de una manera más convencional.

A los falangistas el plan no los gustó nada. Consideraron que Franco se estaba comportando como un traidor. Todavía se enfadaron más cuando Semana y los diarios ABC y La Vanguardia publicaron la primera entrevista con el príncipe, el 15 de abril de 1955, realizada por Giménez Arnau. Ese mismo mes, durante una conferencia sobre las monarquías europeas en el Ateneo de Madrid, los falangistas distribuyeron octavillas que ridiculizaban a Juan Carlos y acabaron a tortas con los juanistas. Poco tiempo después, el príncipe fue abucheado en un concurso hípico y, de nuevo, cuando se le ocurrió visitar un campamento de verano falangista. El malestar también se hizo notar el 20 de noviembre de 1955, durante el funeral por José Antonio Primo de Rivera, en el Escorial. “¡Franco, traidor!”, le gritó el maestro de escuela Francisco Urdiales, a quien después abofeteó el director general de la Policía. Al salir el Generalísimo, entre la guardia que rendía honores alguien más vociferó: “¡No queremos reyes idiotas!”, que por lo general era la consigna de los falangistas contra “Juanito”.

Para la primera etapa, la de preparación para el ingreso en la Academia General Militar, se nombró preceptor del príncipe al general Carlos Martínez Campos, duque de La Torre. También se incorporaron a su equipo otros militares, entre los cuales estaban Alfonso Armada (ex-combatiente de la División Azul, que más tarde organizaría la primera Secretaría General de la Casa del Príncipe y, con los años, el golpe de Estado del 23-F), como ayudante del duque de La Torre; Nicolás Cotoner, marqués de Mondéjar (condecorado por su participación en la batalla del Ebro), que, de profesor de equitación, con el tiempo pasaría a ser jefe de la Casa; y el comandante Cabeza Calahorra (que más tarde fue co-defensor del teniente general Milans del Bosch en el proceso del 23-F). En el equipo también había civiles: Angel López del Amo, miembro del Opus Dei, catedrático de historia, que ya había sido profesor del príncipe en Las Jarrillas; y un cura, en este caso el padre dominico Aguilar. Aparte de esto, todos los días iba a clase al Colegio de Huérfanos de la Armada.

Pocos meses antes, el duque de La Torre había comentado en una comida que el príncipe buscaba casa, como residencia temporal mientras se prepararaba para ingresar en las academias militares. Y los marqueses de Montellano (padres del marqués de Cubas, que había estudiado con el príncipe en Las Jarrillas) ofrecieron generosamente su palacio de la Castellana en el solar que hoy ocupa la Unión y el Fénix. Al duque de La Torre le pareció una idea estupenda: caso de que el príncipe aceptase el ofrecimiento, debían abandonar la casa. Ya no había posibilidad de dar marcha atrás. Los marqueses de Montellano tuvieron que dejar todo el servicio y el personal a disposición de “Juanito” e irse a un piso de alquiler…, pero contentos de que esto contribuyera a hacer méritos como futuros cortesanos. El príncipe estuvo en Montellano desde enero hasta junio de 1955. La “Casa” vivía de una subvención de la Presidencia, pero los Montellano pagaban una gran parte de los gastos de mantenimiento.

De vez en cuando recibía visitas de su hermano, de Gabriela… o de personajes importantes que le querían conocer, como monseñor Escrivá de Balaguer. Él también hizo algunas visitas, dos de ellas al general Franco, en el Pardo. Los domingos, tras la misa, hacía excursiones o se iba a cazar con Nicolás Cotoner. En una de aquellas excursiones, especialmente accidentada, fueron al castillo de Mota. El príncipe iba con Mondéjar y Emilio García Conde, que tenía un Mercedes que dejaba conducir al príncipe, aunque éste no tenía carné. En Olmedo, Juan Carlos atropelló a un ciclista. No fue demasiado grave. Apenas unas magulladuras. Los acompañantes del príncipe resolvieron el problema con unos cuantos billetes, “para que arreglase una rueda y se comprase un pantalón nuevo”. Y así eludieron el hecho de tener que comunicarlo a la Guardia Civil. El duque de La Torre quedó muy preocupado y, unos cuantos días más tarde, entregó a Juan Carlos, como regalo de aniversario y sin demasiados trámites más, un carné de conducir. Para que fuera una sorpresa, lo introdujo en sobres, uno dentro de otro, cada vez mas pequeños, en los que ponía “reservado”, “confidencial”, “secreto”, “máximo secreto”…, y así sucesivamente. Y al príncipe, que tenía 18 años pero era muy infantil, le hizo mucha gracia.

Igual que en el asunto del carné de conducir, Franco opinaba que para ingresar en la academia militar era una tontería que se tuviera que presentar a los exámenes estipulados. Pero esta vez el duque de La Torre insistió. Eso sí, los hizo fuera de plazo, con un poco de retraso respecto a la convocatoria oficial para los demás alumnos, porque seguía el programa con cierta lentitud. Cuando se incorporó como cadete a la Academia de Zaragoza (la misma que la República se había encargado de cerrar al poco de proclamarse, en 1932, cuando precisamente era director el general Francisco Franco), le acompañó el duque de La Torre. El mismo día que juró bandera (ABC le dedicó la portada, autorizada expresamente por Franco), el 15 de diciembre de 1955, España ingresaba en las Naciones Unidas con 55 votos a favor y las abstenciones de México y Bélgica. La Unión Soviética no ejerció su derecho de veto a cambio de que Estados Unidos tampoco lo ejerciera en la incorporación de Mongolia. Así pues, hubo un empate acordado: España por Mongolia.

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