La Secretaria General del PP, Sra. de Cospedal, ha inaugurado su cargo con una aportación terminológica que, al definir a su  agrupación estatal como “partido de la gente”, introduce un matiz no contenido en la sigla “partido popular”. Pueblo y gente son dos abstracciones que no significan lo mismo, ni expresan un mismo colectivo. La voz pueblo designa la materia pasiva gobernada. El vocablo gente, si no es despectivo (“esa gente”), requiere ser determinado por el género de actividad, permanente o transitoria, de la colectividad a que se refiere. En “El Rojo y el Negro” (Stendhal) se constata que la clase dominante de la Restauración francesa era gente de armas (gendarmes), gente de sotana y gente de toga.   El adjetivo popular se usó por los partidos confesionales de la posguerra europea (1918), como veladura ideológica y demagógica, para combatir la idea socialista de la división de la sociedad en clases, según la posición en el proceso de producción. Y así siguen llamándose hoy los  partidos que dieron cobijo a las masas adictas a las dictaduras, tras su derrota en la Guerra Mundial, para dejar de ser representativos y hacerse partidos de integración estatal. Y como en la sociedad de consumo nada puede hacerse  moderno sin convertirse en máquina, los partidos estatales se transformaron   desde los años sesenta en máquinas electorales desideologizadas, para producir consumo de mercaderías políticas y seleccionar el personal directivo de la administración del Estado y de la educación estatal.        La etiqueta “partido de la gente”, que pretende ser la versión española del partido de-todo-el-mundo (“catch-all-party”), no está llamada a tener éxito a causa de su referencia implícita a la buena gente, no a la gente de bien sino a la gente bien, a la gente de familia, a las personas individuales que son o se sienten gente y no masa. Por su menor demagogia y mayor elitismo, el partido de “la” gente nunca podría ser un partido ingente. Todos los partidos estatales, siendo masivos, han dejado de ser partidos de masas, porque han renunciado a la formación cultural del pueblo gobernado, en aras del éxito electoral inmediato, mediante consignas tan generalistas y estúpidas como engañosas. El nivel de criterio político de los votantes es mucho más bajo del que tenían antes del Estado de Partidos. El fracaso de esta forma de Estado ha sido culturalmente absoluto. florilegio "Si la cultura politica se midiera con parámetros de bienestar moral, si la conciencia democrática la determinara el conocimiento de lo que es libertad politica, Europa sería regresada hoy a la primera mitad del XVIII."

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