Hay que destruir a la filosofía, acabar con ella, sacarla de las aulas. Y cuanto antes. Sí, sé que puede parecer bastante radical y categórica esta afirmación, pero forma parte de la propuesta del Partido Socialista Obrero Español que, en marzo de 2005 y de la mano de José Luis Rodríguez Zapatero, expuso en forma de un anteproyecto de ley. De forma indirecta y no tan tajante como expongo aquí, es la idea que subyace en aquella propuesta. Quién soy yo (y ‘que sais je’ o ‘qué sé yo’, que escribiría Montaigne), sino un humilde ciudadano, para cuestionar a los próceres de la patria. Sin embargo, y algún tiempo después, en octubre de 2015, Pedro Sánchez -candidato del PSOE a la presidencia en esos momentos- rectifica y declara que “tiene intención de potenciar la filosofía, la música y la ética” (introduciendo el elemento musical sin duda, para aderezar la receta y dotarla de mayor armonía).

Entonces, ¿qué es lo que se esconde tras este aparente galimatías y estas más que evidentes contradicciones? Pues algo bastante sencillo: acabar con Fernando Savater. Así, como suena. ¿Parece un disparate verdad?, pues resulta que no lo es. El popular y mediático filósofo, colaborador de El País, habla en un reciente artículo, (con el título ‘Ni podemos ni debemos’) publicado el día 6 de enero de este año, de ‘realidades plurinacionales entendidas como realidades culturales’ y esta terminología (y conclusión aclaratoria expresada por el profesor), para la política del whisful thinking socialdemócrata que se practica en España, resulta terriblemente incómoda y farragosa, ya que provoca un enfrentamiento crítico y formas de pensamiento más o menos profundas, como las que los díscolos filósofos exponen. Para toda la clase política española, agrupada en diferentes facciones o partidos del Estado, cualquier cosa o concepto está sometido a su voluntad. Como resultado, un país, según su opinión, es algo que se construye mediante la voluntad colectiva y de la misma forma, se puede deshacer, moldear, fragmentar, amasar o deformar mediante ella. Un derecho que ninguno individualmente tenemos, por mor del colectivismo se transmuta mágicamente en una ley universal. España, dicen, se ha constituido por la voluntad misma de sus habitantes; sí, sí, de todos ellos en conjunto; así como suena. ¿Particularidades culturales regionales? Nada, llamémoslas “nacionalidades” y problema resuelto.

Por tanto, votemos, hagamos países o, ¿por qué no? incluso religiones; lo quiere ‘la gente’. ¿Qué es eso de que una religión o creencia tenga que ser así o asá? La clase política no debería conformarse sólo con diseñar y construir países mediante votación, sino que también deberían aspirar a construir una nueva religión con dioses y rituales basados en lo que la gente vote. Tal vez, deberían aspirar a ir incluso más allá de esto y proponer que se someta a referéndum (o mejor aún, a refrendo) el nombre de las cosas. Hay que quitar substancia a los sustantivos.

¿Cómo que no hay madera en este tren? Traed maderaaaa… !Más madera! ¡Es la guerra!

¿Por qué un caballo tiene que llamarse caballo? votemos y cambiemos su nombre; tal vez sería mejor denominarlo: ‘guviro’ o ‘tralinquio’. De esta forma ya no estaremos limitados por el pensamiento, sino que será sólo nuestra voluntad la que determine un nuevo mundo; un arquetípico ‘hombre nuevo’ que desprecie cualquier logro alcanzado previamente por la especie humana en su conjunto. A través de la figura de cientos de científicos, pensadores, filósofos, descubridores e inventores, y que no han hecho otra cosa que entorpecer y molestar con su incorregible manía de atender a la realidad, no hemos avanzado lo suficiente: hay que imponer la voluntad a la realidad para ir más deprisa. Se trata de conseguir una ‘destrucción constructiva’ y de lograr la cuadratura del círculo. Sin duda, una tarea menor en manos de los voluntariosos políticos que nos dirigen.

Por esto (entre otras razones) hay que detener como sea a Fernando Savater. Porque Fernando Savater es la filosofía en España, y desde su púlpito en el diario El País, escribe cosas que impiden progresar y avanzar hacia ‘lo que quiere la gente’. Porque para la clase política y también para Savater, la palabra democracia no significa otra cosa que ‘lo que quiere la gente’. Así de ambigua, difusa e indefinida es su concepción de esta palabra. Nada de procedimientos formales ni definiciones, no; democracia es cualquier cosa que quiera ‘la gente’, en la forma que quiera ‘la gente’. ¿Y cómo saben los políticos lo que quiere la gente? No, de ninguna manera, ellos no lo necesitan porque ellos son ‘la gente’; son la sociedad dentro del Estado y, por tanto, prescinden de la sociedad civil, que para eso ya vota cada cuatro años, y de esta forma expresan, con un simple voto, un papel en una urna, todo aquello cuanto quieren y desean. Ellos son una casta superior; habitantes del Estado, pagados por el Estado, una oligarquía política, que mediante su superior intuición adivinan lo que el resto de mortales queremos. ¿Quién ha dicho representación? ¿Y para qué? La socialdemocracia ha inventado algo muchísimo mas creativo: el consenso. El pacto y el consenso que permiten que todos ellos se pongan de acuerdo, sin necesidad de sociedad civil alguna, ni representación.

Pero… detengámonos un momento; entonces, ¿por qué digo que persiguen eliminar y acallar la voz de Fernando Savater? La respuesta es: no tengo ni la más remota idea. Tengo que confesar mi terrible y premeditadamente provocadora ignorancia. Y no la tengo, porque forma parte de las paradojas y contradicciones con las que nos propinan una vez más desde la clase política, mediante la ideología socialdemócrata que impregna a todas las facciones del Estado.

Continuando con el citado artículo publicado por El País, podemos leer en su inicio:

“En los comicios con mayor oferta política de nuestra historia reciente no han encontrado motivo para salir de casa (excluyo, por supuesto, a los miles que quisieron votar desde el extranjero y no pudieron hacerlo por una infecta burocracia). La verdad es que no merecen vivir en un país democrático, sino en un establo con televisión y ADSL. Ahí seguirán, hasta que el voto obligatorio les recuerde que son ciudadanos mal que les pese.”

En una evidente referencia a los abstencionarios del MCRC (aún sin atreverse a citarlos explícitamente), se puede apreciar clarísimamente que la idea de este eminente y prestigiado filósofo sobre la actual partidocracia o Estado de los partidos es abierta y claramente positiva. Y no sólo esto, sino que además valora la gran calidad de este régimen basándose en ‘la gran oferta política’ de que dispone (recuerdo aquí el bazar político al que me refería en otro de mis anteriores artículos). Tal vez debería haber redondeado su frase con un: “¿qué más queréis?”, para así dar pie a una sencilla contestación: libertad política colectiva. No añadió sin embargo esta pregunta retórica, que sin duda tenía en su mente, y opta por finalizar con una velada amenaza: “…hasta que el voto obligatorio les recuerde que son ciudadanos mal que les pese” (frase que resuena con bastante eco en la caverna desde la que debió ser lanzada, pero que aquí es imposible de reproducir) atentando de forma directa contra la libertad individual y convirtiendo un derecho (aunque sea otorgado como en España) en un deber y en una obligación nada menos. Es más, de forma atrevida, considera que los que no participan en las votaciones, no quieren ser ciudadanos (tal vez porque él no considera que quien se abstiene tenga esta condición) y por tanto, al negarse a aceptar la pantomima actual, lo que persiguen es la destrucción y el caos. Supongo que es más cómodo pensar esto que enfrentarse a la razón y los argumentos que esgrimimos quienes defendemos la democracia formal y la República Constitucional como forma del Estado. No vaya a ser que en transcurso del debate ‘se nos caiga la chabola’ o vuelvan los adolescentes del 15M con su incómoda canción de: ‘No nos representan’.

Se dice que todos los équidos poseen una especial sensibilidad para anticipar los terremotos y desastres y, sin duda, algunos filósofos también. Aunque a estas alturas, el ‘terremoto’ no es que esté próximo, es que ha comenzado ya a notarse y la presencia de asociaciones civiles como el MCRC así lo demuestran. La caída de este régimen y la llegada de la libertad política colectiva no sólo es deseable, sino inevitable. Para comenzar, el primer paso es sacar a todos los partidos del Estado; después, la democracia real, la formal, (y no la material o social) será lo que permita liberar definitivamente a una nación española esclava de la oligarquía estatal.

Empiezo ahora a entender y a acariciar en mi mente las razones y los motivos que pueden impulsar a acabar con la filosofía en las aulas. Si los filósofos se desbocan, como caballos en un reducido establo, el peligro para todos es inminente. Máxime si tienen ADSL como el que, de forma magnánima, concede Savater a los que se abstienen.

Sin duda, como reza el proverbio árabe ‘la crueldad es la madre de los cobardes’.

“La soledad metió miedo a los primeros que idearon el llevar gente consigo, quum in se cuique minimum fiduciae esset, pues, naturalmente, cualquiera que sea la compañía que nos agregamos, siempre nos conforta y alivia ante el peligro.” Diría también el escritor, filósofo y humanista Michel de Montaigne en su obra. La misma clase de cobardía de aquellos que defienden el consenso y buscan, mediante su abrigo, impedir que la sociedad civil rompa sus cadenas y camine hacia la libertad política, creando una verdadera Constitución que acote las reglas del juego. La cobardía intelectual de la argumentación ad populum.

Continúa Fernando Savater en su disertación:

“Creo que es imposible combatir racional y democráticamente contra ideologías dañinas, pero muy asentadas, si se renuncia a dejar claro el fundamento de lo que se defiende frente a ellas. O aún peor, si se maneja el mismo lenguaje que el de los antagonistas, pero con invocaciones a que toda exageración es mala o que dentro de la ley todo es posible”

Desconozco el significado de la expresión ‘combatir democráticamente’ (concepto que jamás había escuchado en mi vida) pero parece claro que según este filósofo y novelista, hay que usar otro lenguaje para debatir con el contrario, quedando así claro que el ‘enfrentamiento democrático’ es una cuestión de ‘lenguajes’ (o de políticas, así en plural). No parece tan descabellada ahora, por tanto, mi exageración anterior, cuando proponía cambiar el nombre del caballo. El problema parece estar en el lenguaje y por eso hay que cambiarlo. “¿Me entiendes?, pues eso…” una gran pregunta esta y que apela a la telepatía como medio de comunicación entre los seres humanos.

Sigamos leyendo el texto:

“Es decir, convierten las culturas —optativas, cambiantes, mestizas— en estereotipos estatalizables de nuevo cuño, que definen ciudadanías distintas a la del Estado de derecho común”

Si no me equivoco -y aquí viene la parte peligrosa-, se refiere aquí a la existencia de un Ministerio de Cultura como el que tenemos en España (apoyado por medios de comunicación como desde los que él escribe) y que convierte a los usos y costumbres de una sociedad en asunto del Estado. Idea esta ya antigua, pero que desató de nuevo André Malraux en los años 60 en Francia. ‘Las culturas’ (un plural de plurales que sirve para agrandar y hacer superlativas las ideas y, de este modo, aguarlas y diluirlas) en manos del Estado, suponen un estado previo o simultáneo al fascismo, según apuntaría con acierto el marxista italiano Antonio Gramsci. Finaliza la frase mencionando el sagrado ‘Estado de derecho común’, sin aclarar si por común entiende el Estado de Derecho de Franco, el de los partidos actual o el Estado de derecho de Mussolini o Iósif Stalin; todos ellos Estados de Derecho (y supongo que ‘comunes’).

Parece que vamos aclarando dónde reside el peligro de la filosofía en manos de articulistas como Fernando Savater.

Finalmente, concluye el artículo explicando que:

“En España no hay ningún problema territorial, aunque cualquier división administrativa del Estado admite mejoras o reformas, sino un atentado separatista contra el derecho a decidir de todos y cada uno de los ciudadanos miembros del país.”

Resulta, finalmente, que de igual forma que defienden los que él llama separatistas y el resto de partidos estatales, se trata de un asunto de ‘derecho a decidir’. Según propone Savater, la cuestión reside en que el derecho a decidir corresponde a todos los españoles y no sólo a unos pocos. Es decir, que si el conjunto de españoles decidiera volar, la palabra, en forma casi bíblica, se transformaría en hecho y nos saldrían alas en la espalda. La voluntad quiere imponerse a la realidad histórica y mediante artificios busca implantarse prescindiendo de cualquier obstáculo que se presente. ‘No dejes que la realidad estropee tus deseos’, le diría alguno a Don Fernando Savater. Hágase pues.

Algunos filósofos nacionales continúan ‘viviendo dentro de la caja’, (como ya apunté en mi artículo ‘La democracia que no nos hemos dado, la España que nos hemos endilgado’) y se niegan a sacar la cabeza para respirar profundamente. No solamente es Fernando Savater, pues recientemente tuve que leer, con gran decepción, que Gustavo Bueno (al que por otra parte admiro por su labor filosófica y que otrora se definiera como marxista) declaraba abiertamente que votaría al Partido Popular. Eso sí, acudiendo al típicamente español posicionamiento del ‘mal menor’ para disculparse, y que compite en su hegemonía con el tradicional: ‘para que no ganen los otros’.

Atemorizados por el fantasma ‘guerracivilista’ que tan vigente siguen teniendo (y al que el jefe de Podemos, Pablo Iglesias, acude constantemente, pues ‘hay que crear tensión‘), aceptan de forma voluntariamente servil que este engendro que tenemos es lo que merecemos y lo mejor a lo que podemos aspirar. Avergonzados, tapan sus grilletes con la camisa de la reforma y de forma tímida y sumisa piden que se acicale en lo posible la constitución franquista (como piden ya todos los partidos del Estado) para que al menos ‘parezca que’. Es tal la vergüenza que les produce que han tenido que inventar a Ciudadanos y Podemos para tratar de disimular su fracaso y mantener a toda costa SU estado de bienestar (el de toda la oligarquía política). La sociedad civil sigue callada, pero ya hablarán, ya… en cuanto vean que no vamos al ‘Planeta Mejor’ sino al ‘Mucho Peor’. Parece que las cifras económicas si que convencen a base de contundencia y de su empecinamiento en rasgar la ‘camisa’ que tapa las cadenas.

Y ahora corran… ¡corran todos a votar!

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