ILLY NES.

Yo lo recordaba como un chico joven, sin embargo, cuando lo volví a ver de nuevo pensé ¿donde vas con este muchacho?… ¡Si es un niño!… Cursaba 3º de BUP, tendría 16 ó 17 años, no lo podría precisar. Quedaba con él en cafeterías o Vips muy visibles, sitios públicos muy frecuentados para que nadie me pudiese imputar nada.

Su madre se dedicaba a la medicina natural y su padre era chófer de la Confederación Hidrográfica del Ebro, por lo que a menudo tenía que hacer viajes de dos o tres días, mientras que su madre pasaba 15 días en Zaragoza y 15 en Málaga, pues abría consulta en los dos sitios. La primera vez que se marchó, llamó a su madre llorando como un niño porque la echaba de menos. Pero Paco me caía muy bien y empezamos una relación de amistad como padre e hijo. Consolándole cada vez que se ausentaba su madre. Indudablemente no había sexo entre nosotros.

Sin embargo, un día de los que su madre acababa de marcharse, me llama y me dice:

– Me gustaría enseñarte mi casa. Y me presento en su casa, me enseña su habitación y su piano, que él tocaba. Y de repente me pega un empujón y me tira a la cama, se echa encima de mí y entre comillas me viola. Es él quien empieza el juego sexual.

Uf… aquello me genera un problema, pero bueno me dejo llevar y a los 15 días me dice: “Oye, le he dicho a mí tía Blanca que soy gay y que estoy saliendo contigo… y se lo voy a decir a mi madre”.

— ¡Para, no corras!, le digo, pero a la hora me llama diciendo:
— Se lo he dicho a mi madre y dice que si la invitas a tomar un te.

Paco tenía 16 ó 17 años a finales de ese curso, yo acababa de independizarme y vivía en un pequeño apartamento. Pues bueno, que venga…, le dije. Hice un barrido a toda la casa, limpiando ceniceros, guardando el whisky… imagínense una médico naturista se presenta en mi casa a tomar té. Tenía que causar buena impresión. Él tenía que marcharse a clase, de modo que la visita no se demoró demasiado. Sin embargo, a los 10 minutos de haberse marchado los dos, suena el timbre, miro a través del videoportero… y ¡zas!. ¡Su madre! Al subir, luciendo una gran sonrisa de complicidad, me dice:

— Cuando has abierto la nevera he visto que tenías cerveza. Invítame a tomar una, por favor. Quiero saber con quien sale mi hijo.

Y cuando la naturista que no tomaba alcohol, que no comía carne y que no fumaba, me pide una cerveza… ¡Uyyyyyy!… Se me pusieron de corbata.

— Desde que era pequeño sé que Paco es homosexual. No me sorprende su confesión pero quiero saber con que persona sale mi hijo y que planes de futuro tienes. No quiero que se meta en la droga o lleve una mala vida.

Sus temores eran los propios de cualquier madre. Ella era una mujer muy normal, había nacido en Beas de Segura, un pueblo de la provincia de Jaén. Su padre era de Baena, Córdoba. Pasamos varias horas de cháchara, y sin darnos cuenta llegó la hora de que Paco regresara, encontrándonos allí juntos. Se quedó muy sorprendido, a quien menos esperaba encontrar era a su madre. Para su sorpresa se puso en pie y le dijo:

— Paco, tu no le digas nada a tu padre, yo ya lo iré preparando.

Unas semanas más tarde me veía llevando a toda la familia al campo. Tenían una torre donde su padre se dedicaba a cultivar la tierra y mi coche salía cargado de acelgas judías, tomates… “Para que tengáis…”, decía. Paco pasaba el 80% del tiempo en mi casa, no quería estudiar. Recuerdo que durante el viaje de estudios a París lo pasó muy mal, me llamaba todos los días llorando y diciendo lo mucho que me echaba de menos. Yo sentía que me quería de verdad…

Le convencí para que estudiase y decidió matricularse en Derecho. Terminó con todo sobresaliente menos un notable. Sin embargo, pese a ser consciente de su amor, yo seguía teniendo mi vena de golfo. Hoy no lo haría, mis conceptos han cambiado muchísimo. Le ponía los cuernos y un día se enteró. Aparte de la bronca que normalmente se tiene por la propia infidelidad, además yo era su primer amor. Eso hoy me duele mucho porque le hice mal, mucho daño.

 

Hoy a mí me ponen los cuernos y lo hablo con mi pareja y no sé hasta que punto serían cuernos, porque yo tengo mi propio concepto sobre eso. Y no es esa idea idílico romántica becqueriana del amor. Paco me dijo:

— Vamos a hacernos las pruebas del Sida por si has pillado algo.

Yo no era consciente de que existía el Sida. Pese a que en el Seminario había leído cosas, aquello había desaparecido de mi vida. Nos hacemos las pruebas, a Paco le dicen que le ha salido negativo y a mí que se ha estropeado la sangre y tienen que repetir la prueba, necesitaban tomar otra muestra. En realidad estaban haciendo la prueba de confirmación. Atravesábamos una delicada situación donde nos planteábamos la ruptura y yo doy positivo. Paco se había ido al apartamento de sus padres en Torremolinos. Lo llamé y le dije que había dado positivo, estábamos en un proceso de ruptura y él estaba muy enfadado conmigo.

Mi jefe, el yerno de José Joaquín Sánchez Bronda, Pedro de Wenetz, me preguntó que me pasaba y yo se lo conté. “¿Me permites que hable con un médico, Ángel Ferrández Longas, director del hospital materno infantil?”. Y le dije que sí. Ángel Ferrández Longas me mandó automáticamente al servicio de infecciosos del Miguel Servet, donde me llevan José Miguel Aguirre y Antonio Lobo, jefe de Psicosomática del Clínico. Todos eran amigos de la misma pandilla y del mismo nivel social.

Antonio Lobo llama a Pedro de Wenetz y le dice: “Oye, Carlos está con una depresión de caballo, necesita 15 ó 20 días de tranquilidad, romper con el trabajo”. Pedro, en plan cómplice, me hace llamar a su despacho y me dice:

— He pensado que te podrías ir con Paco a mi chalet de Menorca. (¿Y como sabe que se llama Paco?, pensé. El chalet en cuestión valía 800 millones de pesetas en aquella época).
— Podrías descansar unos días, continuó.
— ¿Con Paco? (Estaba verdaderamente sorprendido)
— Sí, lo tengo al teléfono.

El muy zorro había cogido las facturas de teléfono y había visto uno de Málaga que se repetía. Elemental, querido Watson. Un lince. Y le dice: “Oye mira, estoy aquí con Carlos, he pensado que necesitáis un descanso los dos, a él le han dado una mala noticia y os podríais ir a mi chalet en Menorca”. Paco aceptó y nos encontramos en el aeropuerto de Barcelona. Yo fui de Zaragoza a Barcelona y él lo hizo desde Málaga para después coger un vuelo juntos hasta Menorca. Nuestro encuentro en el aeropuerto fue entrañable, Paco tenía entonces 20 años. Nos abrazamos y me dijo: “ya sabes lo que tenemos que hacer a partir de ahora, sinceridad, no hace falta lealtad, ni fidelidad… sólo sinceridad.”

Duró tres años más la relación. Terminó porque se acabó el amor pero fue la persona que tuve a mi lado por la que sería capaz de matar si alguien le hiciese daño. Hoy no nos hablamos, nos hemos distanciado, pero lo quiero a rabiar. No lo amo como pareja, pero es uno de esos buenos momentos que te quedan en el corazón. Paco era adorable.

Recuerdo como anécdota un día que en su cumpleaños quiso agasajarme. Él no era más que un puñetero estudiante de Derecho que trabajaba los fines de semana en un autoservicio, mientras que yo era un yuppie que ganaba una burrada de dinero. Pues con el máximo secreto, me acordaré siempre, me invitó a cenar al “Ailanto”. Tenía el menú elegido que a mí me gustaba, el vino un Vega Sicilia, un Cardhu y hasta un puro Montecristo. Lo había elegido todo minuciosamente para invitarme, son cosas que no se olvidan nunca. Momentos maravillosos que no consigue borrar el paso del tiempo.

Paco ahorraba dinero trabajando todos los fines de semana y cuando salió el primer televisor en color de cristal líquido me lo compró. Me regaló un anillo de oro que sé que le costó un montón de horas extras en el autoservicio. Su madre me presentaba como el novio de su hijo ante su familia andaluza de Baena y llegué a sentirme muy integrado.

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