Foto Fernando Gomez para Diario RC

FERNANDO GÓMEZ

Con el objetivo de desentrañar estos manipulados conceptos traigo aquí estos apuntes, en su mayor parte basados en artículos que Antonio García-Trevijano ha dedicado a los temas en cuestión.

La Nación es patrimonio común, un hecho objetivo de existencia histórica colectiva, que está ahí, como la geografía donde se nace, o como el aire que respiramos. El hecho nacional de España es una realidad objetiva involuntaria, históricamente determinada por las luchas de poder en Europa. Esa identidad existencial es fácil de identificar y de sentir, se puede ver, tocar y contar, independientemente de la libertad o conciencia que tengamos para reconocerla.

La raíz de las disparatadas opiniones, que provoca la tenebrosa confusión entre Nación y Estado, se encuentra en la persistencia cultural del concepto subjetivo y prefascista de Nación, que va del “plebiscito diario” de Renan, importado por Ortega como “proyecto sugestivo de vida en común”, hasta la falangista “unidad de destino en lo universal” de José Antonio. Para los nacionalistas la Nación es un proyecto que idear y hacer, una creencia que depende de la voluntad, una ambición de sueños imperiales.

La idea de España se convierte en ideología cuando se identifica con su Estado imperial, cuyos intereses internacionales se presentan como doctrina de la civilización católica. Esta ideología imperial aletarga el sentimiento nacional hasta que lo despierta la invasión napoleónica. La conciencia nacional no logra desarrollarse, porque la sociedad civil, antes de constituirse en sociedad política, se divide en conciencia de clase. La guerra civil enfrenta dos ideologías estatales, dos tipos de dominación política de la sociedad: la nacionalista y la socialista. La dictadura nacionalista, autodenominada “democracia orgánica”, trasforma el sentimiento natural de España en una voluntad política de dominación interior. La oposición al Régimen busca principios de identidad moral y legitimidad en las voluntades de liberación, unos lo encuentran en la conciencia de clase, otros en la generalidad europea, y algunos en la particularidad regional. Tras el traidor pacto de la Transición, la continuidad de la barbarie orgánica de la dictadura, configura la Monarquía de Partidos y Autonomías como órganos del Estado. La impostura de la Transición impuso un régimen de poder estatal a la sociedad, en lugar de abrir un periodo de Libertad Constituyente de la sociedad política en la sociedad civil.

La Transición consagra la paradoja de que los nacionalismos periféricos son progresistas, y el español es reaccionario. El coronado consenso oligárquico utiliza el Estado para anonadar a la Nación, base de la potencia popular, en un inestable equilibrio de oligarquías nacionales y locales, que multiplica y reparte competencias y dinero del Estado para satisfacer la ambición de dominio nacionalista e integrar sus fantasías medievales. Un oportunista proyecto que organiza economías, culturas locales, medios de propaganda y adoctrinamiento escolar. Un fabuloso festín que emplea ingentes fondos públicos en idear y construir Nación. La desnacionalización de España y la corrupción del Estado de partidos están inscritas en la Constitución de 1978. Bajo esta profunda impostura nacional ha llegado a ser vergonzante la palabra España y su deshonrada bandera estandarte de la oposición a la libertad.

Patriotismo y nacionalismo son dos sentimientos que la Transición hizo parecer sinónimos, pero son prácticamente antónimos. El falso patriotismo de Mussolini, Hitler y Franco los hace arquetipos nacionalistas del fraudulento engaño. Antonio García-Trevijano los diferencia magistralmente en pocas palabras: “El patriotismo, sentimiento natural de la especie, pide respeto y piedad por todo lo que la necesidad humana ha hecho común. El nacionalismo, sentimiento cultural de la ambición de poder, pide desprecio e impiedad por todo lo que la libertad o la naturaleza hacen distinto.” “El sentimiento natural de la patria no produce voluntad de poder. Es la ambición de dominio del nacionalismo la que se apodera de aquel sentimiento tranquilo y lo convierte en emoción rencorosa y ardiente de envidia del Estado.”

El Estado si que es un hecho de experiencia, éste depende del poder que se constituya en él. En la actualidad los partidos estatales se han adueñado del Estado, con su integración permanente en él, haciéndose ellos mismos masa social y materia de intereses. El alma y la mente masa gobiernan el Estado de Partidos. Dictatorial, oligárquico o democrático, el Estado no es un producto de principios permanentes, su forma puede y debe ser transformada para establecer y constituir las relaciones, el equilibrio y la separación de poderes estatales.

La República Constitucional define y distingue claramente Nación y Estado. “La Nación está representada por una Cámara de Representantes elegidos en cada mónada electoral, con potestad de promulgar las leyes a través de un Consejo de Legislación, elegido por la propia Cámara. El Estado, personificación de la Nación, tiene la titularidad del poder ejecutivo, dirigido por el Consejo de Gobierno designado por el Presidente de la República, elegido en elecciones presidenciales directas.”

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí