PATRICIA SVERLO.

 

La condesa charlaba con unas amigas en la salita y Don Juan hacía tiempo en su despacho hasta la hora de cena, momento en que sintieron un disparo seguido de unos gritos. La bala le entró por la nariz y fue directamente al cerebro. Procedía de una pistola automática Long Star de calibre 22 , que les había regalado, según algunas versiones, el conde de los Andes y, según otros, el general Franco, con motivo del ingreso de Juan Carlos en la Academia Militar de Zaragoza. La muerte del niño Alfonso fue inmediata. Juan Carlos avisó a su padre a gritos. Cuando Don Juan subió y vio cómo su hijo se estaba desangrando en el suelo, en aquel momento cogió la bandera de España, la puso sobre el cadáver y exigió a Juan Carlos que, allí mismo, jurara que no lo había hecho a propósito. Se avisó urgentemente al médico de la familia, el doctor Loureiro, pero ya no se pudo hacer nada. Don Juan estaba fuera de sí. No podía soportar la presencia de Juan Carlos. Aquella misma noche se tomó la decisión, por el bien de todo el mundo, de que el sábado, inmediatamente después del entierro, volviera a Zaragoza. El duque de La Torre, preceptor del príncipe, tuvo que ir a salto de mata a Estoril para llevárselo.

 

Lo hizo a bordo de un avión militar DC-3 que pilotaba el coronel Emilio García Conde. Juan Carlos fue al entierro con el uniforme militar puesto. En la capilla ardiente, el féretro fue cubierto con la bandera de España adornada con el escudo de la monarquía. Fue enterrado en el cementerio de la Guía, a 8 kilómetros de Villa Giralda. Después Don Juan se fue al mar y tiró la pistola.

 

A la madre, María de las Mercedes, la tuvieron que ingresar en una clínica alemana para que se recuperara de una profunda depresión. Amalia López Sóriga, viuda de Ybarra, se ocupó después de hacerle compañía y enjugar sus llantos, hasta que murió. Don Juan le expresó su agradecimiento en un legado testamentario con un recuerdo para su hijo, Fernando Ybarra.

 

La situación familiar tenía que ser bastante tensa, porque la infanta Margarita, la ciega, también fue enviada a Madrid aquel mismo mes de abril para estudiar puericultura, y se quedó tres años en España. Era la primera vez que vivía tanto tiempo alejada de sus padres. No volvió a Estoril hasta después de 1959. También marchó de la casa el aya de todos los niños durante muchos años, la suiza Anne Diky, que había entrado cuando nació Alfonso.

 

Durante un tiempo, no se sabe si por iniciativa propia o por sugerencia de Don Juan, Juan Carlos habló de renunciar a sus derechos e ingresar en una orden religiosa, de meterse en un convento, de hacerse cartujo… Pero, con el tiempo, le fue pasando el disgusto. De hecho, al cabo de unos pocos meses, cuando conoció a Olghina Robiland, en el siguiente verano de vacaciones en Estoril, Juanito no daba señales de tener el más mínimo complejo. Estaba de luto, y llevaba una corbata y una banda negras, pero nada más. Ya se dedicaba a ir de fiestas, bailar, y despeinarse con chicas en la parte trasera del coche. No quería ni hablar del asunto, eso sí.

 

Franco no dio el pésame a Don Juan hasta varios meses después, en mayo, aprovechando una visita de Dánvila (que entonces era el enlace entre Estoril y el Pardo). Oficialmente, la Embajada española distribuyó a través de EFE la versión de que el accidente había tenido lugar cuando Alfonso limpiaba el arma. Se le había disparado al propio Alfonso. Pero Estoril se llenó de periodistas y, pese a que todas las personas próximas recibieron la consigna de no decir nada y se vigiló muy particularmente a los niños para que no se fueran de la lengua, al poco tiempo la revista italiana Settimo Giorno publicó una versión que se aproximaba mucho más a la verdad, lo cual irritó a Franco profundamente. Más adelante el dictador comentó: “A la gente no le gustan los príncipes que no tienen suerte”. Posteriormente, cosas del franquismo, en un libro titulado La moral católica apareció una historia muy similar a la del príncipe y su hermano, como ejemplo para analizar los límites de la responsabilidad personal, hecho que alarmó a los franquistas que estaban enterados del asunto: “Dos amigos salan de caza ; a uno de ellos, manejando o limpiando su escopeta, se le dispara y da muerte a su amigo. ¿Qué circunstancias modifican la culpabilidad de la acción ?”, se preguntaba a los niños en los ejercicios de la lección 3, después de haber señalado rebuscadamente que “la responsabilidad es el primer y principal efecto del acto humano y consiste en la obligación de dar cuenta de los propios actos y sufrir las consecuencias”.

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