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MARCELLO.

A juego con el desconcierto general del fin del Régimen español, que nadie quiere reconocer y cuyos poderes ahora en desbandada pretenden recomponer inútilmente, el diario El País atraviesa una profunda crisis de viabilidad empresarial, calidad periodística e identidad. Preso de su altísimo endeudamiento (3.000 millones €) y como consecuencia de sus complicidades y compromisos con el Régimen de la transición que tantos beneficios y proporcionaron al Grupo PRISA (editor de El País), sobre todo en los tiempos de Jesús Polanco y gracias a su connivencia con los poderes fácticos y políticos del país y especialmente con los gobiernos socialistas de Felipe González y José Luís Rodríguez Zapatero, aunque este último no les diera la exclusiva de sus favores, por su relación con La Sexta TV y el diario El Mundo.

Resulta llamativo que el ‘amo’ de El País, Juan Luís Cebrián –que con la misma soltura que se auto nombró Académico se arrogó la herencia de Polanco en aras de un presunto ‘pacto de sangre’ no escrito con el fallecido editor- y su director Javier Moreno anden dando conferencias dentro y fuera de España sobre como arreglar la crisis económica mundial, europea y española, cuando ellos no sabido arreglar la suya y han hundido a PRISA en un ataque se soberbia audiovisual y ahora viven de la ‘caridad’ política, del Gobierno del PP y del IBEX 35, en franca competencia desleal.

Y además sorprende que los jefes de El País, desde tan importante atalaya de poder, hayan sido incapaces de adivinar la deriva fatal y el fin del fallido Régimen de la transición. El que sin duda tuvo sus momentos de gloria, pero cuyos cimientos democráticos eran tan débiles que, llegado el tiempo convulso de las vacas flacas, han quedado rotos, a la intemperie y a riesgo de un derrumbe general. Lo que desde El País intentan evitar con parches para la ‘regeneración’ en vez de medidas para la reforma, y a la vez en un intento desesperado por tapar los grandes escándalos nacionales.

La actitud de PRISA y El País ante la crisis catalana o escándalos de la Banca, el PSOE o la Monarquía (si se atreven con el PP), recuerda los tiempos del amparo y vista gorda de este diario con los escándalos de Felipe González en los GAL y la corrupción del felipismo que sin duda fue superior a la de Gürtel, porque a las Filesa, Malesa y Time Export del PSOE –condenadas- hubo que sumar los casos institucionales como los del Ministerio de Interior (Barrionuevo y Vera), Defensa (Serra), Banco de España (Rubio),Guardia Civil (Roldán), el BOE, la Cruz Roja, la Expo 92, etc. Y la larga mano puesta en la Justicia donde crearon los indecentes eximentes para la no ‘estigmatización’ de los gobernantes, para salvar a González del caso GAL.

Cosas del pasado, sin duda, pero que engarzan con los orígenes del diario El País, en un principio independiente –con grandes momentos de gloria como cuando el golpe de Estado del 23-F-hasta que se subió, al olor del poder, a la partitocracia española nacida de los pactos de la transición como el único acuerdo posibilista para la reconciliación nacional, que sacrificó la ruptura democrática con el Régimen de Franco, de donde venían Polanco y Cebrián. De ahí que la reconversión de ambos al ámbito de las libertades y llamado democrático, pero en realidad partitocrático, tenía su sentido como su entronque oportunista con el felipismo con ayuda de los ex comunistas conversos (Pradera, Semprún y otros como Benet, ‘intelectuales de la OTAN y la Bodeguiya’) los que exhibían sin pudor sus cicatrices de antiguos ‘rojos’ para tapar las corrupciones y carencias democráticas de esos años de opulencia felipista. Los que permitieron la adoración del becerro de oro de la transición, que luego resultó ser un tótem recubierto de purpurina (y preñado de corrupción), un hibrido entre el ideal democrático y la dictadura anterior.

Transición que a buen seguro cumplió una función importante en los pasados años para la recuperación de la libertades y la nueva convivencia en paz, pero que había dejado pendiente, la reforma hacia la plena Democracia o la ruptura controlada con el Régimen anterior, cosa que no hizo Felipe González ni José María Aznar, y que el inefable Zapatero no solo no lo llevó a cabo sino que para colmo, y en vez de avanzar hacia la democracia, se dedicó a abrir las heridas y los horrores de la Guerra Civil.

Una reforma democrática que nunca propuso ni abanderó El País mientras controlaba la hegemonía cultural y cortejaba los poderes fácticos de la nación, entre los que figuró como uno más. Y claro a quienes nunca han entendido o les ha convenido la Democracia –un lugar donde los ciudadanos eligen directamente a todos su gobernantes y representantes, con un sistema electoral abierto y representativo, poderes del Estado separados, y controles de esos poderes, etc- pues ahora no están en condiciones de ofrecer una alternativa democrática al moribundo Régimen de la transición, como sería la obligación del primer diario español que, además, se arroga posiciones progresistas.

Como siempre los de PRISA vuelven a la permanente cuestión de Estado que todo lo tapa para justificar sus connivencias con el moribundo régimen de poder en vigor. Y se colocan junto a los poderes fácticos económicos y financieros (su tabla de salvación empresarial) e incluso junto al Gobierno de Rajoy en políticas económicas y financieras, mientras hacen guiños a una izquierda autodestruida en el PSOE de Rubalcaba, porque son su clientela, y por ello atacan a Bárcenas y Gürtel, con pasión y con razón, pero no ven la viga los ERE de Andalucía, la Casa Real (donde ha estallado en Corinna y Urdangarin el ‘borboneo’ que durante tantos años fue tapado y consentido, por los Gobiernos y también por ellos) o los abusos y los delincuentes de la banca que son sus principales acreedores, e incluso en el demencial desafío catalán al que no hacen frente como debieran, para salvar así la imposible relación del PSOE con el PSC (otro muñeco roto de la transición).

Con lo que la línea informativa y la editorial del diario El País –muy bajo en la calidad de analistas, tras la fuga o la desaparición de muchos fundadores- no existe y deja mucho que desear. Y se muestra incapaz, como debiera, de liderar el debate de la reforma democrática en la que nunca creyeron los postfranquistas Polanco y Cebrián. Como tampoco se atreven a exigir una limpia general de la corrupción, caiga quien caiga, en pos de la ejemplaridad tan necesaria en estos tiempos de alta convulsión social del país. Por ello los lectores de El País se van poco a poco, como huyen los ciudadanos de la clase política, y se refugian en las redes sociales y otros medios de Internet. Lo que no impide que este rotativo sea todavía el primero de España y una influyente máquina, pero desde luego ni sombra de lo que fue cuando los editores de antaño controlaban la información en beneficio y a pachas con el poder, cosa que ya no pueden hacer porque se les escapa por las ventanas de Internet. Como se les está escapando a El País el gran debate de la reforma democrática e institucional de España que, mal que les pese, llegará con cambios importantes como tarde o temprano se comprobará.

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