A Alejandro Pérez   Su degenerada mitología, una corriente impetuosa de irracionalismo, la elementalidad de su propaganda, y una puesta en escena espectacular y subyugadora, convirtieron la radical perversidad del nazismo en aquelarre de las masas, en monstruosa alegría colectiva. Los bayonetazos verbales que Hitler propinaba a los enemigos de Alemania traspasaban de placer a las multitudes, en cuyo seno los individuos se disolvían, pugnando por ser como los demás y hacer lo que hace todo el mundo, renunciando a la propia responsabilidad para entregarse a la soberana capacidad de decisión del Führer.   Nadie como Leni Riefenstahl contribuyó a fijar la perturbadora fascinación de la simbología estética del Tercer Reich; nadie como ella supo extraer tanta belleza de ese estercolero moral e intelectual. Aunque hasta el fin de sus días alegó la inocencia de una artista ajena al curso de la Historia (quizá su conciencia estaba limpia porque nunca la había utilizado) su imponente empeño creativo destila una permanente exaltación de la ideología nacionalsocialista.   Su primera película desarrolla el culto a la pureza racial y la idealización de unos orígenes que se remontan a la inocente existencia en montañas y bosques sagrados. Las imágenes que desprende La luz azul cautivan de tal manera a Hitler que, una vez aupado al poder, ordena a Goebbels que ponga a disposición de esta directora los medios que le permitan realizar los documentales de los Congresos del Partido, resultando la Victoria de la fe (1933) y El triunfo de la voluntad (1934). En esta última, con decenas de cámaras, cientos de grandes reflectores y hasta un dirigible para tomas aéreas, Riefenstahl deslumbra con una serie de vertiginosas conquistas formales (utilización magistral del montaje, contrapicados, efectos de luz, coreografía de masas) al servicio de la liturgia nazi: una insuperable oda propagandística de la comunión del Führer con su pueblo. En Olimpiada la armonía visual y, otra vez, un portentoso montaje, dejan impresionados a los espectadores. Esta captura cinematográfica de la belleza y poder físicos obedece al ideal étnico de la virilidad aria.   Hoy en día, la pandemia deportiva o la extensión de la esfera de influencia de ese universo de ganadores despiadados, la publicidad destinada a niveles intelectuales primarios, la jactancia nacionalista, y el engaño partidocrático, no cuentan, ni por asomo, con el talento escenográfico de una Leni Riefenstahl.

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