Francisco Rubiales apunta que sólo conocemos un diez por ciento de la corrupción política en España: «Si usted se siente asqueado ante el robo mafioso de los EREs y del dinero de los cursos de formación por los socialistas andaluces o si vomita ante el comportamiento del PP en el caso Bárcenas, amárrese los machos porque apenas conoce el diez por ciento de la enorme masa de suciedad, abuso de poder y violaciones de los derechos y normas básicas perpetrados por los grandes partidos españoles. Si llegara a conocer al menos la mitad de lo que realmente ha ocurrido en las tres últimas décadas, quizás decidiría abandonar su pasividad de borrego, juraría que nunca más votaría a esos partidos corruptos y tal vez dejara de creer para siempre en los políticos y en eso que llaman “democracia”, un sistema noble y justo pero que en España no es otra cosa que una asquerosa letrina llena de suciedad y vergüenza.». Tal corrupción tiene sus consecuencias: «¿No sabía usted que España es uno de los países que más rápidamente avanzan en todo el mundo hacia las cotas más altas de corrupción y pobreza? Pues ya lo sabe. También es de los que más rápidamente agrandan la distancia que separa a ricos y pobres, de los que más despilfarran, de los que cobran impuestos más indecentes y confiscatorios y de los que más rápidamente se endeudan. Quizás no sepa tampoco que España está en los primeros puestos del ranking mundial de alcoholismo, tráfico y consumo de drogas, corrupción institucional, blanqueo de dinero, trata de blancas, prostitución, desempleo, desamparo de los débiles, enchufismo, privilegios injustos para los políticos, nepotismo y decenas de otros vicios, todos ellos producto del deterioro de los valores y de la corrupción». Que tienen también unas causas políticas: «España no cumple ni una sola de las reglas básicas de la democracia. No existe separación de poderes ni una justicia igual para todos ni respeto al ciudadano ni funcionamiento libre de la sociedad civil ni elecciones realmente libres ni una prensa libre garantizada capaz de fiscalizar a los grandes poderes. Los diputados y senadores no representan a los ciudadanos sino a sus propios partidos y no se avergüenzan de ello, como tampoco lo hacen los políticos cuando nombran a jueces y magistrados, violando las normas básicas de la democracia. El país es lo más parecido a una enorme cloaca, pero nuestros políticos y periodistas nunca hablan de las grandes carencias y vicios del sistema español y se dedican en las tertulias a promocionar a unos partidos políticos que, si existiera una justicia decente, quizás habrían sido precintados por acumulación de delitos y salvajadas».

Ignacio Ruiz Quintano reflexiona así sobre el sofisma del «Estado compuesto» esgrimido por el ministro Bolaños, y característico del nuevo consenso separatista: «La histeria antifranquista de quienes no movieron un dedo contra la dictadura en vida del dictador responde a lo que la idea de unidad defendida por el general tiene de estorbo mental para la feroz campaña de fragmentación: una veintena de impotentes nacioncillas peninsulares como parodia de la veintena de impotentes republiquillas hispanoamericanas, que fue el gran triunfo de Inglaterra. Fragmentación nacionalista, lingüística e indigenista. ¿Europa, “la solución”? Creyendo que íbamos a jugar al dominó en un honorable club social, no vimos, dice Gullo, que nos sentaban a una mesa de póker con algunos jugadores exconvictos que tenían una ambición de dominio dormida y oculta, que esperaba el momento oportuno para renacer.».

Medios mayoritarios como El País y El Español publican estas fechas encuestas, cuyo fin principal parece ser el del recordar al súbdito votante de la Monarquía de partidos, igual que al forofo del fútbol, que la liga continúa y que hay que seguir jaleando los colores, igual que los antedichos hinchas van a los estadios para gritar al contrario y olvidar así sus miserias cotidianas. La gran diferencia en beneficio de los futboleros es que los equipos del balompié no son los causantes de muchos de sus males, a diferencia de los partidos del régimen, que usan lo que llaman «democracia», en realidad dictadura partidocrática, para presentar a los votantes como últimos responsables de su irresponsabilidad legal y moral, sus privilegios de casta, y su mala gestión inseparable de su corrupción como factor de gobierno.

«Una vez más —señala Luis Escribano—, este régimen partidocrático demuestra lo que les cuesta entender a tantos votantes de listas cerradas elaboradas por las cúpulas de los partidos: estos pueden mentir cuanto quieran en las campañas electorales, dado que no tiene ninguna consecuencia negativa para ellos». Tal ha ocurrido con la promesa de limitación de mandatos y la eliminación de aforamientos en la Junta de Andalucía del PP: “La conclusión es evidente: no les importa lo más mínimo la regeneración democrática. El teatro y la estafa de los partidos políticos a la ciudadanía se revela cada día con sus aberrantes comportamientos, tratándonos como simples marionetas que intentan manejar a su antojo. Y a pesar de todo, lo más grave es que aún hay españoles creyentes (y nunca mejor dicho) que se identifican ideológicamente con los partidos políticos, manteniendo una confianza -que es traicionada con reiteración- mediante el voto a esas aberrantes listas cerradas de candidatos elaboradas por sus cúpulas, para mayor gloria de estas. Y esos ciegos votantes siguen sin ver que el problema que nos va a hundir a todos, incluidos a los que sacan provecho de los partidos, es el sistema político instituido en la Constitución de 1978: la partidocracia. Votar a partidos en este régimen partidocrático es perpetuarlo sin cambios que beneficien a la nación (pueblo). Sin democracia formal, estamos abocados al fracaso como nación».

Irene González analiza la aparición del partido llamado «España Vaciada» (concepto en sí estúpido, en lugar del adecuado apelativo «despoblada», pero, como decía Antonio García-Trevijano, la corrupción del lenguaje revela la del hombre): «La España Vaciada se constituye como partido político con la única finalidad de crear una sobrerrepresentación regional para determinar el Gobierno nacional, del PSOE a ser posible, y a través de pactos secretos disponer del presupuesto común y decidir sobre lo que han de pagar los demás para que ellos, desde su coto privado de poder en su autonomía, apoyen a Sánchez», y alude al papel del sistema electoral (proporcional): «El sistema electoral incentiva crear partidos regionales que obtengan representación en el Congreso (en teoría para eso está el Senado) y chantajeen al Gobierno sin escrúpulos de turno. Así dejan de atenderse necesidades en educación, infraestructuras o sanidad en muchos territorios y cuestiones que son estratégicamente nacionales, para contentar las exigencias de quien sólo tiene incentivos por su interés personal, ni siquiera territorial. La España Vaciada es el último invitado a este banquete de las hienas en el que se ha convertido el Congreso y las leyes de Presupuestos, pues destrozan impune y aleatoriamente los recursos al no destinarlos a los fines para los que fueron recaudados, mientras dejan famélico a quien ha puesto la mesa. El problema es que la barbarie de destrozar lo común parece ser otra de las normas de la casa».

En este tema incide Gregorio Morán: «Un bulo según la Real Academia es una mentira emitida con un objetivo. Nosotros vivimos en una nube de bulos. La última invención de Sánchez y su séquito consiste en “gripalizar” el coronavirus. Cumple la regla: es mentira y además tiene el objetivo de minimizar los efectos de una pandemia que está llevándoselo todo por delante. 90.508 muertos, 125 anteayer. Si la “covid” acabará teniendo los rasgos de una gripe es algo que ahora está fuera de lugar, porque los hospitales parecen lazaretos y los muertos ya no salen en las estadísticas, hay que buscarlos. Mienten y además con intereses muy obvios: porque estamos en campaña electoral permanente, porque no tienen ni idea de cómo abordar el enfrentamiento de una sociedad individualista y autosatisfecha ante una crisis económica y social de largo alcance».

Alberto Iturralde y Emilio Triviño entrevistan a Alejo Moreno, director del documental «Hechos probados», que, a través del caso de Agapito García, analiza la actuación como un agente de la razón de estado de la Monarquía de partidos. Tal ratio status consiste en conseguir dinero sin límites para un Estado elefantiásico y corrupto, y se sirve de un derecho tributario ante el que el súbdito contribuyente se ve indefenso como un delatado a la Inquisición (no necesariamente española, pues hubo otras mucho más mortíferas), obligado a demostrar su inocencia. Para ello, esta Inquisición moderna, a las órdenes de la Monarquía de partidos, que trata a la gente como objetos dilectos de exacción, se sirve del principio inaudito de solve et repete, es decir, paga para poder reclamar, lo que es, en sí, un atentado a la presunción de inocencia. Si el sufrido penitente tiene dinero para pagar la deuda imputada, la multa y los intereses que taimadamente se dejan correr, podrá recurrir a los tribunales y obtener, con más frecuencia de lo que se cree, la restitución de lo aprehendido (desquitando honorarios de abogados); pero si no tiene solvencia económica, se verá embargado sin piedad, y arruinado quizás de por vida.

Unas declaraciones de Trudeau sirven a Ignacio Ruiz Quintano  para recordar la naturaleza de las constituciones: «Una Constitución son las cuatro reglas de la democracia política, sistema de gobierno ideado para garantizar la libertad política colectiva que pone y depone gobernantes como fórmula para atenuar la indignidad de la obediencia. Debe ser, pues, un acto de libertad constituyente (nunca un pacto de poderes constituidos). Así surgió el milagro de la de Filadelfia, y desde entonces todo han sido revoluciones para volver al antiguo régimen. En realidad, nunca hubo otra Constitución que esa. “La soberanía del pueblo americano, única que existe en toda la extensión de la palabra, y de la que las de la Europa no son más que un simulacro”, dice el cardenal Romo a nuestra Isabel II, a quien anticipa la sinvergonzonería política de Macrones y Trudeaus: “Para que subsista el simulacro del sistema representativo introducido en Europa aun en el miserable estado que está figurando en nuestra época, se necesita infringir su reglamento, y observar una práctica enteramente opuesta a su teoría”. Lo que llamamos constituciones son cartas otorgadas que niegan la libertad colectiva a cambio de libertades individuales que te dan con la misma arbitrariedad que te quitan, juego que engorila a nuestros liberalios, que pasan de Stuart Mill a Scott Morrison, su nuevo ídolo, como del franquismo a la democracia. –El negocio del gobierno es, y debe ser, el negocio de los ricos, que lo obtendrán por las buenas o por las malas —dejó dicho el señor padre de Mill. Una Constitución, lo dice Trudeau, es loo roll»

Nacho Camino reproduce el testimonio sobre un profesor, cuya agresión por parte de un alumno lo único que le ha valido es una Inspección educativa para fiscalizar su labor docente: «A día de hoy, sucede en España que un profesor cualquiera puede ser objeto de vejaciones e, inmediatamente, pasar a engrosar la nómina de los sospechosos y los inadaptados. A día de hoy, sucede en España que los adultos a los que se les confía la instrucción de los jóvenes no son merecedores siquiera de la presunción de inocencia, incluso cuando todas las pruebas y testimonios demuestran que ellos han sido las víctimas. A día de hoy, sucede en España que ciertos miembros de la inspección educativa tratan a sus empleados como súbditos y a los alumnos como clientes. A día de hoy, sucede en España que los equipos directivos están renunciando a cualquier facultad autónoma de juicio para plegarse a los dictados de unas normativas delirantes y populistas. A día de hoy, en España, si te pegan tienes que pedir perdón y encasquetarte el capirote cónico confeccionado por los nuevos inquisidores». La Monarquía de partidos utiliza a los funcionarios de primera línea de contacto con sus súbditos como don Tancredos de su demagogia, lo cual resulta particularmente nocivo para la sociedad en su conjunto si se trata, como en este caso, de la enseñanza.

El politólogo Santiago Armesilla trata del concepto de la Iberofonía: «¿qué es la Iberofonía? Es el conjunto de naciones y de personas que en el Mundo hablan español y portugués, las dos únicas lenguas universales mutuamente comprensibles a grandes rasgos. El grado de intercomprensión mutua entre lusoparlantes e hispanoparlantes es, según los lingüistas, de un 89%. La más alta en idiomas que se hablan en los cinco continentes, y prácticamente el único caso existente. […] A gran escala histórica, es un espacio civilizatorio en que lo ibérico (hispano y luso), lo precolombino y lo africano se ha entretejido de una manera muy sólida, mediante el mestizaje cultural y, por supuesto, sexual. Pues el primero es imposible sin el segundo. Todo ello mantenido con instituciones culturales grecorromanas y judeocristianas, sin exclusiones y mediante procesos profundos de aculturación y sincretismo […] cuyo antepasado histórico más importante fue la unidad de los Imperios Español y Portugués acaecida entre 1580 y 1640, la cual controló tres océanos (el Índico, el Pacífico y el Atlántico Sur) y conectó con la China de la Dinastía Ming, mediante el Real de a Ocho, a las dos mayores civilizaciones del momento, tanto a nivel comercial como cultural, la Iberófona y la China».

 Critica el concepto reduccionista de Iberosfera reciente e infructuosamente defendido en el parlamento partidocrático español, y concluye que «no es posible reconstruir los Imperios Español y Portugués. Pero nos encontramos desde hace años, y sin hacer mucho ruido, en el proceso a la construcción de un espacio de cooperación multinacional e intercontinental iberófono, sin exclusiones geográficas. Una Iberofonía cuyo centro geopolítico y geocultural no es, ni puede ser, España, ni Portugal. Es en Iberoamérica y en la Iberoáfrica (los PALOP más Guinea Ecuatorial) donde podemos encontrar el núcleo irradiador (que diría Errejón) de la Iberofonía».

El régimen de Maduro crea una comisión para pedir compensaciones económicas a España por la Conquista. Iniciativas de este tipo demuestran, como señala Santiago Armesilla, que la Leyenda Negra es una ideología desarrollada, primero, por los enemigos del entonces Imperio español (Holanda, Francia e Inglaterra), luego aceptada obligatoriamente por las élites españolas tras la llegada al trono de los Borbones franceses, y, finalmente, asumida por las oligarquías políticas hispanoamericanas (llamarlas «latinoamericanas», sería adoptar el lenguaje del enemigo, como dice el propio Armesilla, creado por la diplomacia francesa decimonónica) para distraer en otros (como con la alusión al inexistente genocidio) la atención a su propia desastrosa gestión política, marcada desde la Independencia por la subordinación ideológica y económica al Imperio británico.

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