Narciso (detalle). Caravaggio. 1597. Galería Nacional de Arte Antiguo. Roma.

Hace meses, acaso más de un año, el presidente del Gobierno, Sánchez, en unas declaraciones que pudimos ver todos por televisión –con ese tono solemne que afecta en ocasiones, y con el derroche de narcisismo al que ya nos tiene acostumbrados– dijo así: pasaré a la Historia como el presidente que desenterró a Franco. ¡Tamaña falacia! con la pretensión de construir un relato a la medida su ambición.

A Franco es imposible desenterrarlo. Ni a Franco, ni a nadie que lleve cincuenta años muerto. Alguien debería decirle al Señor Sánchez que desbarra, que no mienta. Y debería explicarle que tan solo ordenó sacar de una fosa un puñado de huesos. Y los sacaron –eso sí– de donde deberían haberlo sacado sus antecesores cuando proclamaron que había llegado la democracia. Es decir, desde 1978. Y, acaso, hubiera estado justificado incluso haber dinamitado aquel monumento al fratricidio, donde fue enterrado el Dictador. Sin embargo, ninguno de los que le antecedieron ni siquiera se lo planteó. ¿Por qué? Muy sencillo, porque todos los presidentes anteriores se sentían sujetos al pacto del 78 (aquella Gran Mentira por la nos hicieron creer que esto es democracia). Y el presidente Sánchez –en su patológico afán de hacer creer a sus admiradores que lo que él dice es palabra de Dios– no tiene ningún remilgo en airear sus sueños a los cuatro vientos, cual si de la realidad se tratara. Siendo la realidad muy otra.

De lo que sí puede estar seguro es de que la Historia lo juzgará. A él y a todos los anteriores (cada vez más españoles albergamos la esperanza de que en este régimen no haya ya muchos más que lleguen a presidente mediante el tramposo método de ser elegidos por aquellos que él mismo –el candidato, jefe del partido– había puesto, ad hoc, en la lista de las mal llamadas elecciones. La Democracia exige que al presidente lo elijan directamente los gobernados. No los sumisos diputados de los partidos).

Volviendo a lo de pasar a la Historia, es difícil saber si ese juicio le llegará en vida suya o tras ella. Pero lo juzgará. De eso no hay duda. Y todo indica que la Historia poco o nada dirá en su favor y mucho para su desprestigio: mucha pena y nada de gloria. Llegó como adalid de la transparencia y paladín contra la corrupción. Nada nuevo bajo el sol: La misma palabrería vacía de todos los anteriores. Y con esa palabrería –y con unos pactos que hubieran sido imposibles de no haber necesitado los votos de aquellos con los que pactó; y que, además, en la campaña. Había asegurado a sus votantes que no los haría– logró desalojar de la presidencia del Gobierno a un también corrupto predecesor: M. Rajoy. Así logró ser investido presidente. Pero tardó cero coma dos en sumergirse bajo el mismo estercolero. Aunque, por todo lo que se fue sabiendo después, el flamante presidente había llegado ya embadurnado desde la pocilga del Peugeot y de las saunas. Aprovechándolas como trampolín para ganar las primarias –según noticias fiables– apañadas con artificios maquiavélicos y dinero de oscura procedencia. La cuestión es que a partir de su llegada a la Moncloa, los escándalos de corrupción le han salpicado desde los cuatro puntos cardinales y en círculos concéntricos: en su familia, en su partido y en su Gobierno.

Y lo que es más significativo y dramático, la gente que le dio su voto –se supone que convencidos de su valía, su honradez y sus promesas de regeneración– no se le han revuelto, y continúan dándole su apoyo, a pesar de quedar demostrado que ha hecho todo lo contrario de lo que les prometió. Esa actitud incondicional de sus votantes denota un fervor y un fanatismo calcado del que le tenían a Franco aquellos rebaños humanos que se reunían en la Plaza de Oriente, para declarar su adhesión al régimen.

La Historia lo juzgará, sí. Y seguro que no le concederá la relevancia con la que sueña. Aunque este régimen sí cantará sus glorias. Como canta las glorias de Adolfo Suárez. A quien el rey emérito concedió un ducado. Y prebendas varias. ¡Hasta le han puesto su nombre al aeropuerto de la capital de España! a pesar de haber sido (o acaso por haberlo sido) Ministro Secretario General del Movimiento (el partido único del franquismo).

O como canta las glorias de Felipe González. Que en los últimos años de la dictadura –con su Isidoro nombre de guerra– se convirtió en (lo dice Trevijano) el niño mimado del franquismo. Que parasitó el PSOE de Rodolfo Llopis gracias a Willy Brandt y al almirante Carrero Blanco. Y cuyo mérito más destacado acaso sea el haber sido el jefe de los GAL. Es decir responsable de terrorismo de Estado. Que es por lo quizás pase a la Historia. No obstante, el régimen le ha premiado sus servicios prestados, y el rey preparao le ha otorgado el Toisón de Oro. ¡A un republicano! Quién te ha visto, y quién te ve…

Pero todavía, el presidente Sánchez tiene por delante algunos protocandidatos a los premios de este régimen. El próximo, el expresidente Aznar. ¿Sus méritos? La Historia –con toda probabilidad– lo juzgará por ser un Criminal de guerra. Llevo a España a una guerra (la de Irak) porque Bush le dijo que Sadam Hussein almacenaba armas de destrucción masiva. Y a pesar de que las delegaciones que envió la ONU para inspeccionar sobre el terreno no encontraron ni rastro de tales armas, Aznar nos metió en aquella guerra maldita: cientos de miles de civiles asesinados pesan sobre su conciencia (si es que tiene). Porque a pesar de que los otros dos (halcones) de las Azores: Blair y el propio G.W. Bush, ya pidieron perdón, Aznar continúa reafirmándose (cada vez que es preguntado sobre el asunto) en su empecinamiento de no tener motivos para pedirlo.

Aun y todo, a la tómbola del régimen no le costará mucho inventarle glorias que cantarle. Y su premio le será otorgado, seguro, por lo que, al ritmo que se vienen concediendo las dádivas, largo se la fía al actual inquilino de la Moncloa: en el año 1981, el Rey Campechano otorga el título de Duque a Suárez. Al siguiente de la lista: Felipe González le ha tocado su Toisón… 44 años más tarde.

A Aznar, si le han de conceder alguna gracia, no pueden tardar tanto, o habrían de llevársela a la estantería.

Luego les siguen Rodríguez Zapatero, Rajoy, y el último (por ahora) Sánchez. Pues para cuando le llegue su turno. De ahí acaso su impaciencia. Quizás ése sea le motivo por el que se planteó desenterrar a Franco. Marcarse una hazaña que nadie antes se había planteado. Pero lo único que se trasluce es cuánto, esta pseudo-izquierda (los Hunos) siguen necesitando vivo a Franco. De la misma forma que la derecha (los Hotros) se empeñan en mantener el terrorismo en la primera línea del enfrentamiento político. Así, cada partido, manipula a sus feligreses.

Pero a la postre, todo indica que, acorralado por la corrupción, Pedro Sánchez está apunto de convertirse en un hediondo cadáver político. Y que nadie de su partido caerá en la tentación de desenterrar. Ya que la Historia, en el poco probable caso de mencionarlo, se referiría a él como el presidente más trilero: con él, los términos presidente y delincuente casi se confunden. Vaya prenda…

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí