El elogio hundió sus raíces en la finura de espíritu. Extraña planta que nunca arraigó en suelo patrio. Se diría que el español nació abrazado a la envidia como motor de su bajo espíritu y vive y vivió toda su vida aferrado y dominado por ella.
Se nace o no con el don del elogio. Elige bien los espíritus que adorna. Porque no solo es reconocimiento o gratitud. Habla mucho más de quien lo expresa que de quien lo recibe. De ahí que el maestro Trevijano hablase del elogio al elogio.
Porque, efectivamente, quien elogia algo elogiable, tiene su mirada puesta y clavada en la grandeza de su propio espíritu; no mira a los lados; sigue su camino con la mente siempre en las estrellas; y ese orgullo que es virtud, permite reconocer a los iguales en el camino. Esas otras antorchas encendidas en la noche oscura y larga en la que buscan lo mejor. Con la mirada y la mente siempre puesta en la libertad política.
El que reconoce al igual merece el elogio. Senda vedada al español. Pertinaz en una bajada a los infiernos en la que solo cuenta la bajeza moral. En esa carrera, cada generación supera a la anterior. Más cerca de la meta infernal. Incapaz de ver más allá de si alguien le adelanta en su depravada carrera a la nada.
Sin virtud no hay elogio. El alma podrida envidia. Y la española grita y envidia.
Y vive cobijada por la tristeza. Tristeza por el bien ajeno y por la virtud lejana. No soporta el progreso moral del que merece elogio. El envidioso nunca vive una vida verdadera y auténtica. Vive volcado en la vida del ajeno que trata de destruir.
Hace tiempo que el español quebró su identidad. Se perdió en las generaciones pasadas lo que alguna vez nos definió. Los genes de cortesía y audacia, caballerosidad y nobleza, no podían nacer en los espíritus serviles, resignados a una dictadura primero y vendidos a la mentira de la Gran Mentira del 78 después.
España dejó de ser tierra de elogio. Su tierra dejó de ser terreno fértil para la magnanimidad del elogio. Las almas tibias callaron. Las valientes murieron o huyeron al exilio interior. O exterior.
Un espíritu noble anima, enciende a los iguales, ayuda al que se nubla un momento. Mantiene el rumbo y con afines salva a su generación.
Pero en la ausencia de elogio, o de reconocimiento, se siembran, crecen y arraigan los dos grandes vicios del español. Verdaderas pasiones de la no libertad. Su antítesis: la envidia y la vulgaridad de espíritu.
Todo es grito, ruido y exhibicionismo del mal gusto, vida impúdica que a ningún espíritu escogido importa. No hay espacio para el elogio verdadero. La vida buena renacerá del silencio, de la desconexión de lo conectable, verdadera prueba del alma distinguida. Las almas laocráticas tendrán que recorrer el camino que las lleve del silencio al elogio verdadero.






Muy bueno!
MCRC
Gracias
Extraordinario, Vicente. Y tan bellamente escrito.