Cristo Redentor

Por qué la república no es de izquierdas ni de derechas

El día 22 de mayo, las luces del Cristo Redentor (Río de Janeiro) fueron apagadas durante una hora como muestra de solidaridad con el futbolista brasileño Vinicius. La unidad y el patriotismo que los brasileños demostraron en contra del supuesto racismo español evidencian, al igual que en los casos estadounidense o francés, que la hipotética ventaja de la monarquía frente a la república —consistente en ser una institución que une al país y garantiza su estabilidad y permanencia— no es más que una falsa y manida cacofonía, repetida por los defensores de esta institución medieval o propia de una novela caballeresca.

Unidad, patriotismo y república: esas cosas tienen en común los norteamericanos, los franceses y los brasileños. Paralelamente, en España —país sumido en una crisis social, política e identitaria sin precedentes, con nacionalismos y regionalismos creciendo como setas en un otoño lluvioso, y con terroristas y secesionistas en las instituciones—, padecemos una clase política acomplejada, sumida en una epidemia de histeria colectiva. Es esa misma clase dirigente la primera en subsumir un problema particular (el de cuatro fanáticos que insultan al jugador del equipo rival) en un problema total, totalitario, que debe afectar a todas las esferas de la vida política y social, aduciendo, a cambio de rédito electoral, que España es un país racista. Y así, en ausencia de verdadera política, se pretende que esa ficción moral rija nuestra actualidad.

La pseudoconstitución española reza que el rey es el símbolo de la unidad y permanencia, ¿pero de qué?, ¿de la nación? Pues no, de ningún modo. Si leemos detalladamente el artículo 56.1, veremos que el rey es el símbolo de la unidad y permanencia del Estado; garantiza la estabilidad del Estado, de sus privilegios y de los de la clase política, pero en ningún caso la de la nación española.

El ejemplo brasileño, en contraposición a la situación en España, pulveriza todo eslogan mendaz según el cual una monarquía pudiera conducir al patriotismo o a una supuesta unidad de los españoles. El sentimiento monárquico y, por ende, el Estado monárquico son pasionales, no son racionales. Las mentiras emotivas acuden directamente a las emociones: son teoría sentimental. En cambio, el principio de isonomía republicano es teoría presentimental: se sustenta en el cálculo de la utilidad y en la igualdad ante la ley, que, al contrario que el elitismo social, conducen a la unidad, y nada uniría más que un presidente de la república elegido por mayoría absoluta de todos los españoles. La identificación de la monarquía juancarlista con el patriotismo o la unidad es pura confusión doctrinal, fruto de la propaganda sistémica, aprendida en el seno de la socialización y mantenida, por desgracia, de manera notablemente estable en el tiempo. Esta confusión mental se une a la ruina moral y a la bajeza intelectual, que en ocasiones llegan al puro sectarismo de la pasión colectiva de los gobernados, dividiéndolos en luchas instintivas de carácter sagrado (divide et impera).

George Orwell nos lo explicaba en la novela 1984, publicada en 1949: «La ignorancia es la fuerza del sistema». La inconsciencia es la ortodoxia del régimen monárquico del 78: la irracionalidad elevada a virtud. Desvirtud de no entender que la forma de Estado republicana no es un dogma ideológico ni un sentimiento de masas. La palabra república hace referencia a «lo político» (el campo de la concreción política que figura en los textos anglosajones como Polity). La república, por lo tanto, no puede ser de izquierdas ni de derechas: es aideológica, anterior al fundamento de gobierno, o para que se entienda mejor: anterior al contenido mismo de la acción de gobierno. La república no conoce de jugadas ni de ideologías; se limita a definir las reglas constitutivas del juego político (Polity). 

En conclusión, el significado de la palabra república (res publica) no denota sentimientos subjetivos e indefinibles como izquierda o derecha. La deformación del lenguaje para que el significante república connote adhesión ideológica a la izquierda mantiene en los gobernados prejuicios útiles para los gobernantes. Es un protervo instrumento de tiranía, pues nada tiene que ver la república constitucional con la Segunda República.

La república es, pues, como expresó don Antonio García-Trevijano, «la garantía institucional de la democracia». Democracia formal como reglas del juego político, desprovista de ideología y con instituciones inteligentes que limitan el abuso de poder.

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