Ejemplo gráfico de la corrupción.

La corrupción es el pecado más antiguo del hombre desde que vive en sociedad, inherente a su desempeño, no se puede concebir una sociedad, independientemente de su grado de sofisticación, sin fogonazos de corrupción de diversa índole.

Por tanto, como sociedad, debemos de aprender a convivir con ella, aunque sin que ello signifique que no debamos perseguirla, combatirla y penalizarla, porque una sociedad permisiva con la corrupción es una sociedad putrefacta sin ningún tipo de luz esperanzadora para su futuro.

La corrupción en España es endémica porque se retroalimenta del régimen de partidos de manera que fagocita cualquier tipo de intento por desenmascararla, apilando todo el peso de la burocracia sobre los visos de denuncia que se puedan atisbar en el horizonte.

La lucha contra la corrupción solo se puede plantear desde un escenario de libertad e independencia, es decir, quien la descubre debe de tener la capacidad para denunciarla sin tener miedo a las consecuencias que tenga que sufrir a posteriori.

¿Qué sucede en España?

El régimen de partidos que sufrimos provoca que cada miembro electo dependa del superior cuyo dedo les colocó en la posición en la que se encuentran. Ese mismo dedo que se enriquece luego con la corrupción, por lo que el subalterno que la descubre sabe que si denuncia esos actos perderá, sin duda alguna, su posición, posiblemente su trabajo y seguramente su futuro en el partido.

Una vez más, la endogamia parasitaria de nuestro régimen actual hace que el descubridor del corrupto calle y mire para otro lado, fingiendo no haber visto lo que sabe que efectivamente ha visto, porque tiene que seguir alimentando su propio ego o a su propia familia.

¿Y si no sufriéramos este régimen?

Si los miembros electos de cualquier institución tuvieran que responder ante el electorado y no ante sus superiores, se cuidarían muy mucho de denunciar cualquier acto impropio que descubrieran, sabedores, además, de que no sufrirían ninguna consecuencia negativa, más bien al contrario, ya que los electores premiarían su arrojo y su honestidad.

Blanco y en botella, entonces: el régimen de partidos alimenta la corrupción, ésta es hija de aquél, y nosotros sufrimos las consecuencias mientras que los propios corruptos tergiversan la realidad con la única intención de seguir manteniendo su estatus, le pese a quién le pese.

Estamos gobernados por aquellos que se aprovechan de todos los vericuetos, legales o no, de las instituciones para buscar su propio provecho. No dudo de que un alto porcentaje de nuestros políticos sean honorables, pero poco favor se están haciendo a sí mismos y al resto de la ciudadanía al no levantar la voz contra el atropello permanente de este régimen actual que nos sigue conduciendo al desastre más absoluto.

Son especialmente ellos los que deberían de intentar cambiar todo el régimen político para poder brillar con luz propia, para dejar que su propia honorabilidad salga a relucir y todos dejemos de meter a todas las manzanas en la misma cesta.

Pero, ¡amigo!, como dijo aquél, «el que se mueva no sale en la foto», y pocos se atreven a sacar a la luz lo que ve un día sí y otro también, y aquél que osa ir contra el régimen es dilapidado pública y privadamente, condenándole al ostracismo más absoluto hasta el fin de los días.

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