La juventud es ese periodo de la vida en el cual más brilla la fraternidad entre los amigos y menos se acepta el cinismo y la impostura. Por eso, la juventud rechaza el mundo de los mayores y exalta valores que éstos van olvidando en el pedregoso camino del individualismo y de la tiránica cotidianeidad.
Por esto mismo, los jóvenes, sino se ven confundidos por los flautistas de uno y otro lado, desertan del mundo político: saben que es sinónimo de corrupción y de mentira. En las universidades, les desvían de las preguntas que puedan poner en entredicho un régimen que nació del proteico reparto de un cadáver, y les aleccionan con un relato oficial, en esencia, no muy distante del que inculcaron a nuestros padres y abuelos: esto es lo que hay, y es bueno…
Sabemos cómo las universidades son un apéndice más del sistema de la oligarquía política, económica y cultural que, travestida de democracia, hace prácticamente imposible reconocerla y llamarla por su nombre en aras de la democracia y la libertad.
Es por eso obligación del MCRC y de cualquier defensor de la verdad acercarse a la juventud para contarles lo que sucedió hace 50 años, tras la muerte del Dictador. Decirles que no renieguen de la democracia porque esto no lo es. Que tristemente, nunca hubo una ruptura con el régimen del Centinela de Occidente. Que esa ruptura está por hacer.
Porque a ellos les queda una larga vida que será peor que la nuestra. Porque la partidocracia corrupta habrá agotado toda la riqueza acumulada con sudor y esfuerzo por sus padres, abuelos y bisabuelos. Porque esa «vivienda digna y adecuada» que les promete la Constitución nunca será para ellos, y esa «remuneración suficiente para satisfacer sus necesidades y las de su familia», que también promete, no es más que un chiste de mal gusto.
Porque no hay una separación de poderes que frene la corrupción y la arrogancia de la clase política. Porque nadie les representa. Porque nadie les dice que esto no es democracia, sino un juego de amos que se dicen siervos y de siervos que se creen amos por introducir una papeleta en una urna de polipropileno cada cuatro años.
Porque nosotros, los que hemos descubierto esta farsa que ya va para 50 años, tenemos la obligación de acercarnos a los jóvenes, de mostrarles el papel pautado en el que transcurrirá su vida y la triste herencia que les hemos dejado.
Por ello, el acercarse a la universidad, poner unos cárteles, repartir unos programas, charlar con grupos de jóvenes acerca del embeleco de la Transición y del mensaje de esperanza de luchadores como don Antonio García-Trevijano, es una acción humilde, pero que, como el aleteo de una mariposa, puede provocar un ciclón en las conciencias.
Ojalá podamos hacer más obras-debate como la del 7 de diciembre, más presentaciones de libros, más actos que alumbren conciencias… Ojalá podamos atraer a más y más jóvenes a la luz de la libertad colectiva. Porque las ideas de don Antonio son armas de destrucción masiva de oligarcas e impostores. ¡Vamos con ello!





