La conciencia republicana de España no es un fruto de la voluntad caprichosa ni una invención retórica de doctrinarios que se ilusionan con formas abstractas de gobierno. Antes que un acto de querer, es un hecho del ser como la propia existencia de la nación española. Se trata de la percepción clara de que mientras que la democracia se construye, el hecho nacional no.
Las naciones, en tanto que comunidades fruto de la historia, no eligen su conciencia: la padecen. Es la sedimentación de experiencias políticas, y también de traiciones y esperanzas truncadas, lo que va constituyendo su memoria profunda.
El hecho republicano no se reduce a la proclamación efímera de dos regímenes que no fueron democráticos ni a la tragedia posterior de la Guerra Civil. Su verdad más honda reside en su factor liberador de la servidumbre voluntaria que reveló, tras la coronación de Juan Carlos y por primera vez en la historia contemporánea de España, que la legitimidad política no podía provenir ya de la herencia dinástica ni del pacto entre facciones de poder, sino de la libertad constituyente del pueblo entero. Esa revelación de que la corona trajo de la mano la oligarquía de partidos, actuando simbióticamente, una vez producida, no puede borrarse: constituye el núcleo irreductible de la conciencia republicana.
Pero esa conciencia, por pertenecer al orden de la existencia y no al de la voluntad, no desaparece aunque sea reprimida, difamada o ignorada. O lo que es peor, tergiversada ideológicamente hasta la confusión. Subyace como un hecho latente, incluso cuando los españoles se resignan a vivir bajo la farsa consensual de una monarquía de partidos sin representación ni separación de poderes. El hecho de que exista una «cuestión republicana» permanente en España no es obra de partidos ni de ideólogos: es la consecuencia inevitable de que el país vivió, en carne viva, la posibilidad frustrada de ser dueño de su destino político.
De ahí que la conciencia republicana no necesite justificarse en encuestas ni en la mayoría numérica de ciudadanos que hoy puedan declararse republicanos. Su existencia es anterior a toda opinión. Se impone como se impone la evidencia de una herida abierta en la historia. Es un dato innegociable de la existencia nacional, como lo es la de la propia España.
La falsedad del nacionalismo, la ideología de que el hecho nacional depende de la voluntad, mutó en estatalismo. Paralelamente, la idea de la república se enterró en la nostalgia de experiencias fracasadas y en la apropiación ideológica de los monarquicanos, los falsos republicanos de la monarquía.
La tarea, por tanto, no es convencer a los españoles para que «quieran» la república, como si se tratase de un programa electoral más. La tarea es hacer que reconozcan en sí mismos esa conciencia, que despierten del letargo en que los ha sumido la propaganda consensual, y que comprendan que solo con la libertad constituyente puede nacer la dignidad colectiva de España.
En este sentido, la república constitucional es una necesidad histórica que está inscrita en la verdad de lo ya acontecido. Y contra la verdad de la existencia, ninguna propaganda ni consenso de élites puede prevalecer indefinidamente.






El paciente tiene una herida pero puede no ser consciente de tenerla, incluso acostumbrarse a ella sin saber que la tiene.
El enfermo no pide la cura porque se ha acostumbrado a vivir enfermo.
Nuestra tarea es recordarle que la normalidad en la que vive no es natural: es servidumbre. Y que tiene remedio.
Hay que transformar el padecer en saber. Hacer explícito lo implícito.
Mostrar la herida.
Mostrar la cura.
Dar testimonio firme y constante: la conciencia no se despierta con propaganda masiva (sólo en manos del régimen), sino con núcleos de verdad que, repetidos con claridad y sin miedo, se extienden como círculos de confianza entre ciudadanos.
Gracias Pedro
Gran articulo
Eso es… “la posibilidad frustrada de ser dueño de su destino político”…Esa es la herida republicana, esa es la curación república… Los españoles han hecho su historia sin razonar, decía Claudio Sánchez Albornoz. Pero la razón y la libertad nos llaman a través de la República Constitucional. El momento es ya…
Muy bien escrito. Enhorabuena! D. Antonio estaría orgulloso.
En realidad en tiempos modernos España no ha sido gobernada ni por una monarquía al uso, hereditaria y aristocrática, ni por República, todo es alboondiga de poder, engrudo oligárquico. ¿Monarquía de plebeyos?, imposible, República sin sufragio universal ni separación de poderes, imposible. Solo Trevijano nos desveló las claves auténticas, el resto amasijo de ideología de simios aplaudiendo su destino. Genial artículo.