Estimado lector:
‘Cartas persas’ se publica en la revista del MCRC Diario de la República Constitucional, fundada por Antonio García-Trevijano, arquitecto de la teoría pura de la democracia. Inspirada en Montesquieu ―cuya separación de poderes Trevijano llamó «alma de la libertad»―, esta columna presenta a un sheij iraní que observa Occidente con ironía coránica y rigor constitucional. Sus cartas, herederas del espíritu crítico de ambos pensadores, desvelan las falsas democracias donde el poder se disfraza de ley.

Mientras Occidente saborea su Sachertorte, Gaza muere de silencio y aritmética

Querido Hassan:
Como el persa Rica que Montesquieu imaginó en Versailles, observo desde este café vienés —donde la Sachertorte se alza como fortaleza de chocolate y culpa— cómo el verso de Saadi golpea mi pecho: «Los hijos de Adán son miembros de un mismo cuerpo». Gaza es hoy la herida gangrenada de ese cuerpo. Un quirófano iluminado por reflectores de mortero, donde cirujanos con estrellas esculpen hambre con bisturí de plomo. Mientras la espuma de mi Kapuziner burbujea como fósforo blanco, la ecuación macabra de las Naciones Unidas retumba once días después: «14000 bebés morirán en 48 horas». La luna que hoy brilla sobre Viena ya ha contado los cadáveres del pronóstico en Gaza. ¿Sabes qué es más letal que una bomba, Hassan? Un calendario.

¿Comprendes la genialidad perversa de este crimen? No es el estruendo de la bomba, sino el silencio del vacío. Vientres infantiles convertidos en celdas de tortura; llantos sin leche como sinfonías de desesperación. Israel ha perfeccionado su álgebra: cinco camiones humanitarios = cuatro galletas por palestino. ¡Aritmética de carnicero! Ayer, un burócrata de la UE musitó entre sorbos: «Es cuestión de proporcionalidad». Como si el hambre tuviera regla de tres.

Mientras tanto, Europa sirve su menú degustación: condenas en porcelana fina con salsa de eufemismos. Su acuerdo con Israel incluye cláusulas de derechos humanos como menú vegetariano en matadero —poesía para turistas éticos—. Cuando la Corte Penal Internacional susurra «genocidio», Bruselas ajusta los gemelos: «¡La situación es compleja!». ¡Ah! El adjetivo que viste de sofisticación la cobardía. ¿Y los príncipes del Golfo? Sus silencios pesan como oro en bóvedas submarinas. Podrían detener esto con un guiño, pero prefieren esculpir islas artificiales o comprar futbolistas como tulipanes del siglo XVII. Solo hablan cuando los refugiados rozan sus costas… Como si el olor a sal quemara más que el fósforo.

Recuerdo nuestra lección en Al-Azhar: «Quien salva una vida, salva a la humanidad». Occidente escribe su glosa en clave diplomática: «Quien permite mil muertes, gana un asiento en el Consejo de Seguridad». Gaza es su laboratorio: miden cuánta indiferencia digiere el espectador antes de cambiar de canal. Los algoritmos pixelan niños esqueléticos; secan pechos maternos como uvas al sol de la apatía. Nosotros, entre Apfelstrudel y periódicos, debatimos «equilibrios geopolíticos»… ¡Mientras Gaza se convierte en el primer campo de concentración algoritmizado! Los verdugos aprendieron de Auschwitz: el hambre no deja cicatrices fotogénicas. Un influencer a mi lado filma su tarta mientras susurra: «Qué tragedia… ¿Tienes edulcorante?».

Cuando el futuro desentierre este banquete de hipocresía, Hassan, los arqueólogos no hallarán actas con «no lo supimos». Encontrarán:
— Facturas de armas alemanas manchadas de hummus,
— Selfies de diplomáticos sonrientes en la frontera de Gaza (filtros borrando el polvo de los escombros),
— El menú del Café Central: Sachertorte (9€); silencio cómplice (CON IVA INCLUIDO).
Escribirán: «Calcularon lágrimas por kilómetro cuadrado. Sirvieron caviar sobre mapas ensangrentados. Aplaudieron al pianista que tocaba Strauss mientras Gaza moría en streaming».

Desde esta mesa, donde las migajas de mi pastel dibujan constelaciones de vergüenza, te pregunto —como el poeta que interrogaba a las estrellas desde el desierto—:
¿Cuándo dejaron los hijos de Adán de ser un mismo cuerpo para volverse carniceros de su propia carne?
La historia no juzgará a los monstruos, sino a los gourmets que cenaron junto a ellos. Este aroma a chocolate y las cenizas de Rafah es ya el incienso de nuestra perdición.

Con la amargura del que ve el abismo tras los vitrales de la ópera,
Sheij Ibrahim al-Hamadani.
*Testigo en el Café Central de Viena, 30/5/2025*


Las opiniones aquí expresadas pertenecen al personaje ficticio, no a sus autores reales ni al equipo editorial. La ironía es un puente, no un muro.

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