Estimado lector:
‘Cartas persas’ se publica en la revista del MCRC Diario de la República Constitucional, fundada por Antonio García-Trevijano, arquitecto de la teoría pura de la democracia. Inspirada en Montesquieu ―cuya separación de poderes Trevijano llamó «alma de la libertad»―, esta columna presenta a un sheij iraní que observa Occidente con ironía coránica y rigor constitucional. Sus cartas, herederas del espíritu crítico de ambos pensadores, desvelan las falsas democracias donde el poder se disfraza de ley. Al final se incluye un glosario de términos.
Sobre pactos que confunden arrogancia con seguridad y siembran tormentas donde debía crecer el diálogo
Queridos hermanos de las dunas y las estrellas:
En los bazares de Isfahán, los mercaderes del siglo X vendían espejos tallados con leyendas de inmortalidad. Los compradores, embriagados por el brillo, olvidaban que un reflejo no sacia la sed. Hoy, mientras recorro las calles de Toledo —donde las catedrales góticas susurran glorias pasadas y los bares venden tapas con más fervor que los domingos de misa—, contemplo cómo Occidente ha perfeccionado aquel arte: ahora venden «garantías de seguridad» con la misma ligereza con que un tabernero sirve vino aguado. Rumi, el sabio que caminó entre el desierto y el alma, nos advirtió: «El necio confunde el reflejo con el agua, y muere de sed mordiendo la arena». Occidente, hermanos, ha construido un oasis de papel donde los sedientos de paz beben tinta de tratados.
El Teatro de las Sombras Condicionales
Imaginad un pacto donde treinta y dos naciones juran lealtad eterna… «si les apetece». Así es el célebre artículo 5 de la OTAN: un escudo de palabras que se agrieta ante el primer susurro de guerra. En vuestras tierras, si un beduino promete proteger a su tribu y huye al ver al enemigo, lo llaman cobarde. En Occidente, lo nombran «realista» y le dan una medalla.
En esta España que hoy me acoge, un periodista valiente preguntó al bufón Trump: «Si Marruecos invade Ceuta, ¿defendería EE.UU. a España […] si no pagamos el 2% del PIB?». El magnate, oráculo de lo obvio, respondió con un guiño: «La lealtad es cosa de tontos… o de socios que pagan». ¡He aquí el dogma moderno! La seguridad, otrora sagrada, se cotiza en bolsa. Y España, con su Gibraltar ocupado y sus enclaves en África, baila sobre el alambre: ¿defenderá la OTAN sus fronteras o las subastará al mejor postor?
España: El imperio que supo ser puente (y no espada)
Permitidme, hermanos, un elogio a esta tierra donde la cruz y la media luna tejieron siglos de convivencia. España, madre de un imperio que —como bien señala el pensador Marcelo Gullo— «no fue perfecto, pero sí único». Mientras Inglaterra aniquilaba indígenas y quemaba culturas en nombre del progreso, los misioneros españoles —con errores y luces— fundaban universidades en México y tradujeron la Biblia al quechua. El teólogo Francisco de Vitoria, desde Salamanca, proclamó que «hasta los indios tienen alma», herejía para los anglosajones que cazaban pieles rojas como animales.
Hoy, España olvida su grandeza. Sus elites, avergonzadas de su historia, derriban estatuas de Isabel la Católica mientras veneran a mercaderes sin escrúpulos. La fe que construyó catedrales y hospitales se marchita en museos, sustituida por el culto al becerro de oro neoliberal. ¿No es trágico? El país que evangelizó continentes ahora mendiga seguridad a un magnate que vende lealtades en Twitter.
Mongolia: El reino que desnuda la farsa
Viajad conmigo a las estepas donde el viento borra las huellas de los conquistadores. Mongolia, enclavada entre dragones y osos, no tiene bases militares ni artículo 5. ¿Su crimen? Confiar en la diplomacia, no en los tanques. Mientras Europa gasta billones en «disuasión», Ulan Bator negocia rutas comerciales y canta khoomei bajo las estrellas. Ibn Khaldun, maestro de la asabiyyah, susurra desde el pasado: «El miedo a lo imaginario es la cárcel del sabio».
Occidente, sin embargo, desprecia esta lección. Para ellos, la neutralidad es herejía, como si la paz fuese un pecado que debe expiarse con cañones. Exigen que Ucrania elija entre dos amos —Rusia o la OTAN—, igual que el sastre que vende abrigos de nieve en el desierto. ¿No ven que su obsesión por las alianzas multiplica los enemigos que dicen combatir? El Corán nos advierte: «Quien siembra vientos, cosecha tempestades».
El espejismo y los eunucos
Termino con dos imágenes. La primera: Ferdousí, el poeta persa, narra cómo un rey construyó un ejército invencible… de arena. La marea lo borró al alba. La OTAN, hermanos, es ese ejército: imponente en papel, frágil ante la primera ola de realidad.
La segunda: En 1492, mientras Colón zarpaba de Palos, los Reyes Católicos firmaban edictos para proteger a los nativos —normas que, aunque imperfectas, reconocían humanidad donde otros veían bestias—. Hoy, España, heredera de ese legado, mendiga protección a un hombre que mide el valor de una vida en dólares.
Occidente, en su soberbia, olvida que la verdadera seguridad no se compra con firmas ni se impone con misiles. Florece cuando los Estados, como buenos vecinos, cultivan su tierra sin envenenar la del otro. Ucrania no necesita más espejismos; necesita la sabiduría de Samarcanda, donde los mercaderes prosperaron no por espadas, sino por puentes.
Que Alá ilumine a quienes confunden arrogancia con cordura, y reflejos con agua. Y que España, al menos, recuerde que un imperio no se construyó con cañones, sino con la fe que movió montañas… y la humildad de saber que hasta el más pequeño puente perdura más que el más alto muro.
— Sheij Ibrahim al-Hamadani, desde el Alcázar de Toledo, donde las piedras aún recuerdan el rumor de las tres culturas.
Las opiniones aquí expresadas pertenecen al personaje ficticio, no a sus autores reales ni al equipo editorial. La ironía es un puente, no un muro.
Nota editorial sobre las ‘Cartas persas’:
«Ningún espejo refleja la verdad entera, pero todo reflejo invita a cuestionarla». Las cartas del sheij Ibrahim al-Hamadani —y su «estimado hermano en Isfahán»— son un homenaje literario a Cartas persas de Montesquieu, obra maestra donde un viajero oriental critica con ironía las costumbres francesas. Este sheij es un personaje ficticio, creación satírica que encarna la mirada de un sabio islámico clásico para analizar Occidente: su pluma no defiende regímenes, dogmas ni banderas, sino que usa la tradición cultural persa como lente para interrogar el poder, la hybris y los espejismos de la modernidad. Sheij Yazid al-Rashid, mencionado en los textos, tampoco existió: es un compuesto de figuras como el sufí Al-Bistami (maestro de la lucha contra el ego) y filósofos que convirtieron la crítica en arte. Su propósito no es enseñar el islam, sino recordar —como hicieron Hafez, Rumi o Al-Farabi— que toda verdad se fragmenta en perspectivas.
«El sabio no teme a los espejos rotos, sino a quienes creen poseerlos intactos» (inspirado en Hafez).
Bellísimo texto. Enhorabuena Don Carlos.
Belleza en las palabras y un pensamiento lleno de una profunda verdad. Muchísimas gracias.