Estimado lector:
‘Crónicas de un cadáver adornado’ se publica en la revista del MCRC Diario de la República Constitucional, fundada por Antonio García-Trevijano, arquitecto de la teoría pura de la democracia. Inspirada en Montesquieu ―cuya separación de poderes Trevijano llamó «alma de la libertad»―, esta columna presenta al Omar ibn Hassan, viajero persa que desmonta los mitos democráticos de Europa con ironía coránica y bisturí trevijanista.

El espejismo europeo que confunde justicia social con democracia

Querido hermano Naser al-Din:

En el zoco de Barcelona —donde los indignados venden sueños revolucionarios junto a pulseras hippies—, un joven de rastas enmarañadas como serpientes me dijo: «Aquí construimos la verdadera democracia: sin jerarquías, sin propiedad». Lo seguí a un edificio ocupado llamado «Utopía 3.0», donde el olor a cannabis y pizza fría se mezclaba con gritos sobre «opresión capitalista». Observa, hermano mío, cómo estos europeos han convertido la noble aspiración a la igualdad en un látigo contra la libertad. Hoy te demostraré que su «democracia social» es el ataúd donde entierran la democracia política.

El joven, que respondía al nombre de «Libre» (¡ironía que hasta un asno del desierto detectaría!), me presentó su asamblea horizontal. «Aquí todos decidimos todo», proclamó mientras un camarada barbudo imponía el orden del día. Trevijano, ese lúcido español que estudiamos en Isfahán, lo anticipó: los europeos confunden democracia política (reglas para controlar el poder) con democracia social (quimera igualitaria). En su obsesión por el igualitarismo, han creado monstruos: Estados que reparten migajas sociales mientras los partidos saquean las instituciones como beduinos en caravana desprotegida.

Te relataré una escena reveladora. Durante la asamblea, una mujer propuso turnos para limpiar los retretes. «¡Eso es fascismo!» —gritó un tipo con pañuelo palestino—. Tras tres horas de discusión estéril, los baños seguían siendo un pantano. ¡Oh sabio al-Farabi! Cuánta razón tenías: «La justicia sin orden es como un mercado sin reglas: todos venden nada». Estos jóvenes, hermano, son víctimas de la gran trampa ideológica que Trevijano denuncia: la izquierda europea levantó la bandera de la democracia social contra la democracia política. Buscaban igualdad en el reparto del botín, mientras entregaban las llaves del reino a oligarcas con bandera roja.

En un rincón, una chica traducía a Marx a lengua de signos. «El Estado burgués es la dictadura del capital», afirmaba. Le pregunté: «¿Y vuestro centro okupado? ¿No es acaso la dictadura de los que gritan más fuerte?». Su silencio fue la respuesta. Europa, hermano, vive la paradoja más grotesca: mientras derriban estatuas de colonizadores, arrodillan su libertad ante nuevos sacerdotes: los expertos en igualdad, los comisarios de lo políticamente correcto. Trevijano lo sintetiza con precisión: «La democracia social ha sido el gran obstáculo igualitario […] contra la posibilidad misma de la democracia política».

Fíjate en el engaño: llaman «conquistas sociales» a lo que un burócrata otorga y otro puede arrebatar mañana. Como el Estado de bienestar que ahora desmantelan —«concesión desde arriba», diría Trevijano—, no surgido de instituciones libres. ¡Contrástalo con nuestra shura! En la tradición islámica, consulta y justicia son dos pilares de un mismo templo. Ellos los han separado: regalan justicia social como limosna, mientras venden la consulta política al mejor postor.

Aquella noche, «Libre» me confesó entre vapores de hachís: «Odiamos el parlamento, pero queremos sanidad universal». ¡Ah, hermano! Qué bien retrata su esquizofrenia: anhelan los frutos de la libertad política (derechos sociales estables) mientras dinamitan sus raíces (instituciones representativas). Como quien quiere higos sin plantar higuera. Trevijano lo explica con amarga claridad: «Lo que se concede desde arriba […] desde arriba se puede revocar». Sin democracia política, hasta la justicia es un juguete en manos de cínicos.

Al despedirme, vi pintado en un muro: «¡Viva la democracia real!». Pregunté a «Libre» qué significaba. «Que el pueblo mande», respondió. «¿Y cómo se revoca a un mal gobernante aquí, en vuestra asamblea?». Su risa incómoda fue más elocuente que cien tratados. En ese instante comprendí la profecía de Trevijano: Europa ha creado un espejismo moral. Creen que la pureza de los fines (igualdad) santifica la vileza de los medios (oligarquía partidista). Como si un médico usara veneno para curar la fiebre.

Conclusión:
Mientras caminaba hacia la mezquita de Barcelona —isla de cordura en este mar de confusiones—, recordé las palabras de nuestro poeta Saadi: «Quien construye su casa sobre sombras, habita en el reino de la intemperie». Europa ha edificado su justicia social sobre las arenas movedizas de la tiranía partidista. Cuando llegue la tormenta (¡y Trevijano anuncia su cercanía!), veremos si entienden que sin libertad política, la igualdad es solo un pastel de barro: hermoso a la vista, pero veneno al paladar.

Tu hermano que ve trampas donde ellos ven alfombras rojas.
Sheij Omar ibn Hassan.
*Barcelona, a 17 de Rajab de 1419*

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