Estimado lector:
‘Crónicas de un cadáver adornado’ se publica en la revista del MCRC Diario de la República Constitucional, fundada por Antonio García-Trevijano, arquitecto de la teoría pura de la democracia. Inspirada en Montesquieu ―cuya separación de poderes Trevijano llamó «alma de la libertad»―, esta columna presenta al Omar ibn Hassan, viajero persa que desmonta los mitos democráticos de Europa con ironía coránica y bisturí trevijanista.

Epílogo sobre el crepúsculo de una civilización que confundió comodidad con libertad

Querido hermano Naser al-Din:

Desde el puerto de Estambul —donde el Cuerno de Oro besa las sombras de Bizancio—, contemplo las luces de Europa palidecer como velas ante un viento helado. Mi equipaje guarda cuatro tesoros amargos: las verdades que Trevijano talló como lápidas para su propia civilización. Permíteme, antes de volver a Isfahán, grabar en esta carta el epitafio de un continente que eligió el espejismo sobre la libertad.

I. El engaño institucionalizado

Recuerdas mi primera carta, ¿verdad? Aquella donde comparé su democracia con un ajedrez donde los peones creen mover las piezas. Hoy lo confirmo: Europa no sufre una crisis política, sino un suicidio metafísico. Han convertido las reglas del poder —que Trevijano exigía inmutables como las del ajedrez— en plastilina moldeable por burócratas de Bruselas. ¡Hasta un mercader de Isfahán sabe que un bazar sin reglas es cueva de ladrones!

II. La igualdad que encarcela

En Barcelona vi cómo su democracia social —esa quimera que estrangula la libertad política— se reduce a un teatro donde los pobres aplauden las migajas arrojadas por los oligarcas. Trevijano lo resumió con dolor: «La izquierda europea sacrificó la democracia en el altar de la igualdad». Como quien cambia el sol del desierto por una linterna de juguete.

III. La obediencia patológica

Aquella escena en Bruselas —jóvenes limpiando escombros tras ser gasificados— reveló su mal ancestral: creen que la sumisión educada es virtud. Trevijano desnudó el mecanismo: «Les hacen llamar libertad a la servidumbre voluntaria». Hasta nuestros camellos rebeldes muestran más dignidad al negarse a cargar fardos injustos.

IV. Las rebeliones estériles

Pero fue en Bolonia donde comprendí su tragedia definitiva. Esa juventud que Trevijano esperaba hacia 1998 como un vendaval purificador, hoy pide espacios seguros donde refugiarse de las palabras ásperas. ¡Ironía! Sus abuelos lanzaban piedras en París; ellos lanzan tuits desde cafés con soja.

La profecía que se cumple en silencio

Ayer, en el bazar egipcio de Estambul, un vidente ciego me dijo: «Europa morirá de calor en su invierno moral». Recordé entonces la advertencia más lúcida de Trevijano: «Cuando faltan la novela crítica y la historia nueva, las generaciones se superponen sin hallar su sentido».

¡Mira su invierno, hermano!

Francia: cuyo castillo social, construido con el oro de África, ve cómo se agrietan sus muros al secarse la mina colonial. Ahora, sus señores feudales, en lugar de apuntalar el edificio, salen a buscar nuevos ogros en el Este a quien culpar de la humedad que inunda sus salones.

Alemania: donde el sermón verde sobre el juicio final planetario se pronuncia desde púlpitos de hipocresía, iluminados por el combustible extraído de las entrañas de regímenes que escupen sobre la dignidad humana.

España: donde los nietos de la Transición creen que votar es elegir entre las marionetas del mismo titiritero.

Inglaterra: que creyó encontrar su soberanía tras el muro del Brexit y solo encontró el eco de su propia irrelevancia, suplicando ahora acuerdos a sus antiguas colonias.

Trevijano lo llamó «cementerio intelectual». Yo lo veo como un harén donde las ideas libres son recluidas tras celosías de corrección política.

Conclusión: El regreso a la luz

Mientras embarcaba hacia Esmirna, un diplomático europeo —borracho de raki y soberbia— me espetó: «Ustedes necesitan nuestra democracia». Le mostré mi ejemplar de Trevijano, subrayando una línea sangrante: «Sin instituciones democráticas, todo lo que no es frivolidad o crimen es bribonería política».

¿Saben acaso, hermano, qué les respondí?
«Nosotros tenemos el Corán, ustedes tenían a Trevijano. Y mientras nosotros rezamos cinco veces al día recordando la ley divina, ustedes olvidaron a su único profeta que les habló de libertad real».

Su silencio fue el de un continente que, al perder la capacidad de ruborizarse, perdió el derecho a la redención.

Y sobre el otro coloso occidental cuyas grietas anuncian su futuro desplome, hermano, guardaré ese análisis para nuestra próxima correspondencia, pues esa tragedia merece un relato propio.

Como escribió Saadi en Gulistán:
«No llores por el jardín muerto:
quien olvida regar las raíces,
merece espinas por rosas».

Europa eligió las espinas. Que el Altísimo tenga piedad de su alma.

Tu hermano que vuelve al desierto,
Sheij Omar ibn Hassan
*Estambul, a 1 de Dhul-Qa’da de 1419*

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