Vicente Carreño

VICENTE CARREÑO CARLOS.

Mis respetos a los históricos vendedores-charlatanes que durante décadas han recorrido las carreteras y los caminos de España, en especial las carreteras del Sureste español; han sido unos hombres ejemplares en su actividad comercial, sacrificados, trabajadores. Han vendido en los mercados, a la intemperie, sobre el portón trasero de sus camiones, con un micrófono colgado del cuello; se les recuerda con nostalgia. Todos los años celebran un Concurso Nacional de Charlatanes en la bella ciudad de Orihuela. Una tradición comercial inolvidable.

Ahora el escenario es magnífico… madera noble, estucados, mármol, cuero en los asientos, alfombras, terciopelos, obras de arte. Los protagonistas son otros, pisan una tarima alfombrada, los micrófonos están sobre un atril de madera noble, el sonido es estereofónico, tienen la clientela incondicional para la adquisición de sus productos políticos estropeados.

Reunidos en grupos de incondicionales dicen representar al pueblo, dicen representar a la “ciudadanía”, pero no representan nada más que a sus jefes, -los que le pusieron en esos escaños tan confortables-, dicen sentirse concernidos por los problemas de sus votantes pero se deben al mandato imperativo de quién les puso ahí, en ese lugar tan distinguido, sus mentores.

En la primera fila de ese lugar hay unos bancos azules donde se asientan los que gobiernan, y mas arriba están lo que se supone deben legislar y controlar a los primeros. Han sacado de ese privilegiado núcleo de elegidos a un grupo reducido de ellos para que gobierne, ahora ya, la mezcla de uno y de otro grupo desnaturaliza el sentido de sus funciones.

Mas arriba, en un nivel superior están los invitados, ellos asisten encantados a tan bella teatralidad de representación del como sí. Como si hubiera separación de poderes, como si hubiera representantes de los ciudadanos, como si hubiera Democracia, como si hubiera posibilidad de control político alguno, como si hubiera posibilidad de que lo que sienten los votantes fuera tenido en cuenta por esta asamblea tan ajena y alejada a los intereses de los ciudadanos. Los invitados están encantados de oír a sus preferidos, les aplauden y les vitorean. Son distinguidas personas de la burocracia estatal, algunas esposas y maridos, algunos presidentes de comunidad autónoma, algunos periodistas.

Al otro lado de las pantallas de TV y de los transmisores de radio, los ciudadanos, -confundidos en la creencia de que viven en un país democrático-, asisten incrédulos a tan desconcertante negocio de mercaderías políticas averiadas. Puro teatro, puro teatro.

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