El rey de reyes, el mexicano José Alfredo Jiménez, suena de fondo desde los inicios de la polvareda del referéndum sobre la salida de la UE del Reino Unido, que viví sobre el terreno, y que a algunos ya nos parecía el preludio del lodazal de decadencia e indecisión que ahora se vive en ese país en descomposición que piensa que inventó el mundo.
Con la imagen de Enrique V en Agincourt en 1415 grabada bien adentro: “Nosotros pocos, felices de ser pocos…cuantos menos seamos, a más honor tocamos”, como le puso en la boca William Shakeaspeare en su célebre obra histórica.
Efectivamente, también creen que han inventado el liderazgo. Leadership le llaman algunos sin ruborizarse, tanto en las academias militares como en universidades y cursos de alta dirección de empresas.
Los contenidos de cualquier curso de liderazgo están repletos de figuras anglosajonas, George Washington, Churchill, Thatcher,…, el teniente coronel inglés arengando a las tropas en Irak. Tantos y tantos.
¿Se imaginan a Hernán Cortés siendo un líder de pacotilla? ¿O a Blas de Lezo? ¿O a Juan de Austria? ¿O a Álvaro de Bazán? ¿O a la mismísima Isabel la Católica? Ah, pero no son anglosajones. Vaya.
Hay pueblos que no se creen su decadencia, el carácter insoportablemente efímero de la hegemonía. Los ingleses la perdieron hace mucho tiempo, pero la soberbia todavía les acompaña. Charles De Gaulle les había tomado la medida, y así se manifestó en el primer intento del Reino Unido de acceder a la Comunidad Económica Europea. Hace ya 55 años de esto y se cumple a rajatabla. Libre circulación de mercancías y centro financiero en Londres, pero nada de gente del resto de la UE en mi territorio. Para eso los ingleses son claros. De amigos nada. Solo intereses.
Aunque les sorprendiera a muchos, el problema del Reino Unido está directamente relacionado con su falta de líderes. En su lugar, las ratas, eso sí, estiradas y soberbias, ocupan los puestos de poder. Bueno, la actual “lideresa” es estirada en sentido figurado.  Su porte ligeramente torcido y su perfil aguileño me resultan inquietantes.
Los Boris, Nigel y tantos otros, no se centraron en la absoluta falta de democracia en la Unión Europea, donde la ausencia de representación de los ciudadanos se sustituye con una panda de burócratas y diputados vividores. Más bien se centraron en las mentiras y los datos amañados, que con tanta rapidez compran los garrulos.
Cameron no se libra. Al soberbio oportunista no se le ocurrió otra cosa que embarcar a todo el mundo, y ser el primero en abandonar el barco. El capitán araña. El más rata de todas las ratas.
Nadie entre los “lideres” británicos parece haber leído a R. Kehoane ni a Nye. Ni idea de interdependencias complejas. Y eso que alguno de éstos parece que estudiaron en Eton. Por lo menos, el tal Boris.
Se acerca el día 29 de marzo, pero esperamos con impaciencia a ver lo que pasa el día 14 de este mismo mes en el Parlamento británico. Y el ambiente se caldea.
Aunque es de suponer que algún votante de eso que le llaman la Inglaterra rural, o profunda, se habrá leído el acuerdo para la salida del R.U. de la UE. Quizás sea demasiado suponer.
Llega la hora. Esa hora en la que el Dr. Fausto dijo “¡Oh!, lento, corre lento, caballo de la noche”, cuando le llegaba la hora de entregar su alma al diablo. Y todo a cambio de un racimo de uvas fuera de temporada. A los británicos, puede que ni eso. Al menos en el corto y medio plazo.
Las ratas tampoco cayeron en los desastres inmediatos para el Reino Unido, nada menos que en su integridad territorial. El Twitter de Nicola Sturgeon está que arde. Señal de que a Escocia le puede quedar más bien poco para convocar otro referéndum para salir del Reino Unido. O Irlanda del Norte, con posibles connotaciones de la violencia terrorista del IRA retornando a la vida de los británicos. Tony Blair y hasta John Major ya se pronunciaron sobre la repercusión del Brexit en Irlanda del Norte muy al principio de la polvareda.
Las opciones son claras: salida con acuerdo, salida sin acuerdo, o permanencia. Cualquiera tendrá consecuencias nada halagüeñas.
Si deciden aprobar el acuerdo, tendrán veintiún meses por la proa contribuyendo económicamente a la Unión Europea, con toda la normativa de la UE en pleno vigor dentro de sus fronteras y todo ello sin pertenecer a la UE. O sea, que no tendrán voto.
Si deciden no aprobarlo y salir de la UE sin más, pues la cosa pinta incluso peor. Su estatus respecto a la UE será de no pertenencia, ni tampoco tendrán ningún acuerdo comercial. En el ámbito marítimo hasta se barajan problemas de abastecimiento severos. Imagínense Irlanda del Norte en este caso. ¿Habrá frontera con el resto de Irlanda? ¿Y si no la hay, la habrá entre Irlanda del Norte y el resto del Reino Unido? ¿Y los cientos de miles de británicos residentes en España, o en otros países de la UE?
Y, si deciden permanecer, pues tendrán que hacer otro referéndum. Probablemente, a esta opción terminará apuntándose Corbyn. Otro lidercito. No hay más que verlo. “People’s vote”, dicen los defensores de una segunda consulta. Entonces en el otro referéndum…¿no voto el pueblo? Aún más división y quiebra social, dicen algunos.
La verdad es que el resultado de un referéndum habría que cumplirlo. Aunque en puridad pueda no ser estrictamente vinculante. Al fin y al cabo, como dijo la PM Theresa May, Brexit means Brexit, ¿no?
Claro que cuando las ratas sustituyen a los líderes, mal va la cosa. Que les pidan explicaciones por las falsedades. O si no, que se las pidan al maestro armero.
Mientras tanto, siguen sonando los acordes del rey de reyes.
“No me amenaces, no amenaces;
Cuando estés decidida a buscar otra vida,
Pues agarra tu rumbo y vete.”

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