Tal día como ayer fueron sancionadas por un rey designado por un militar, unas leyes fundamentales pactadas en 1978. La inocentada aún dura hasta el día de hoy, mediante el engaño de haberlas hecho llamar “Constitución” sin que llegasen a constituir absolutamente nada.

 

Del mismo modo que la hagiografía explica la matanza de los niños realizada por el rey Herodes en Belén, ese día, el 27 de diciembre de 1978 se traicionó y apuñaló por la espalda a toda la sociedad civil española que, ignorante, había ratificado previamente, el 6 de diciembre, las leyes que los partidos se daban a sí mismos para asegurar su poder omnímodo y su reparto del botín del Estado cimentado por Franco.

 

Existe el mismo grado de irresponsabilidad, y por lo tanto de inocencia colectiva, en un pueblo que vive sin libertad y que además es sometido a la mentira pública como medio para mantenerlo en la ignorancia, que en aquél que la conquista y goza de ella. La diferencia estriba, como ya explicó Antonio García-Trevijano, en el temple que se forja en el corazón; mientras que en el primer caso es la vergüenza la que justifica un ejercicio constante de vanidad y soberbia como paliativo ante la mentira pública, en el segundo, es el fundamento de la libertad colectiva la que alimenta el orgullo y el decoro que sustenta la verdad política.

 

La cruel inocentada de unos autores que se dieron a sí mismos esa Constitución, sin que hubiese unas Cortes Constituyentes, es legitimada cada cuatro años en unas urnas, donde la mayoría de los españoles siguen acudiendo para apoyar la traición, la mentira y el engaño que los somete. Así, lo que los catedráticos constitucionalistas en España señalan con displicencia como un “defecto de forma en origen”, se subsana periódicamente mediante la diligencia tramitada en las urnas y la complicidad de todos aquellos que toman partido por el régimen infamante.

 

Feliz día de los Santos Inocentes, compatriotas.

 

Y ahora corran… corran a votar!

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