Una de las arrogancias de la oficialidad, que resulta del consenso político que degenera el idioma, es la expresión “tener acceso a la cultura”.
Como resultado de la progresiva estatalización de la sociedad, del aumento y concentración del poder del Estado creado por Franco, y desarrollado por quienes lo heredan y controlan sus instituciones, se ha llegado a tratar de implantar la idea absurda de que la cultura, convertida en mito, es algo elevado y distante a lo que el Estado, a través de un poder pretendidamente omnimodo, podría acercarnos.
De este modo, la sociedad civil española, mendicante y genuflexa, ignorante de la realidad política que la somete y que no entiende, llega a implorar, en su cadalso de suplicantes supliciados, lo que ella misma produce: la cultura. Los usos y costumbres, el modo de vida colectivo, se convierte así en producto de consumo que se administra y comercializa en dosis, a una servidumbre desmoralizada.
Llegará el momento en el que pidan al Estado que llueva, que florezcan los almendros o que germinen sus cosechas. Tal es el grado de ignorancia que fomenta esta nauseabunda partidocracia en manos de mediocres y de traidores.
 
¡Y ahora corran!, corran todos a votar….

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