Como geografía está definida, como historia se está definiendo, como política está por definir y como palabra no se conoce con exactitud lo que Europa significa. Herodoto creía que ningún mortal lograría descubrir su sentido. Pero todo nombre mitológico deriva de alguna raíz lingüística que estuvo dotada en su génesis de algún significado semántico o fonético. A la mitología se recurre para suplir las lagunas de la investigación etimológica, que sigue avanzando con los métodos objetivos de la ciencia del lenguaje o con las intuiciones subjetivas propias del arte.

Aparte de la raíz céltica «wrab», que significa occidente, dos etimologías clásicas, la semítica y la griega, se disputan la paternidad de la voz Europa.

El origen fenicio de la mitología del rapto hizo creer a los enciclopedistas que Europa deriva de la palabra púnica «uroppa» («cara blanca»). Pero en 1932, el historiador rumano Jorga encontró en la voz semítica «Arib», paralela a «Ereb», el verdadero sentido del término Europa, en tanto que oscuridad del lugar donde el Sol se acuesta frente a la luminosidad de Asia, donde el Sol se levanta. El tenebroso Erebo designaría sin más, como Magreb o Algarve, el sombrío extremo occidente.

Homero emplea varias veces el compuesto «Euruopa» como epíteto de Zeus. El adjetivo «eurus» significa dilatado, ancho. El sustantivo «ops», mirada y, por extensión, cara. El dios Zeus es europeo porque ve lejos. La ninfa fenicia se llama Europa porque su mirada es dilatada y su cara bella. Pero esta sencillez etimológica se complicó cuando el poeta Robert Graves llamó la atención, en 1955, sobre dos hechos que habían pasado desapercibidos. Hera, la esposa de Zeus, portaba el título de «Europia» y el padre de Helen (estirpe de los helenos) era nada menos que Deucalion, el Noé de la mitología griega.

Lo primero podía pasar por una transferencia a Hera, seducida por Zeus transformado en cucú, del título de la Sacerdotisa lunar cabalgando sobre el toro solar, su víctima, puesto que la cara ancha de Europa era sinónimo de luna llena. Pero lo segundo era incompatible con la invasión fenicia de Creta, que es la base histórica del mito. Si el nombre cretense de Europa es Hellotis (misma raíz de sauce y Helena), si Deucalión se salvó del diluvio, con sus hijos, en el arca semilunar que le ordenó construir su padre Prometeo, Europa podría identificarse con el suelo irrigado (sauce) a Occidente que correspondió a Jafet, en la leyenda bíblica, al no ser exiliado al sur esclavo, como Cam, ni premiado con el jardín oriental, como Sem.

El éxito durante más de quince siglos de la tesis cristiana, la división tripartita del mundo entre los hijos de Noé, se explica por su paralelismo con la trifuncionalidad de los pueblos indoeuropeos. Hombres libres (Sem), soldados (Jafet) y esclavos (Cam). Europa correspondió a Jafet, cuya etimología también significa dilatado, latitud. Campanella interpretó el texto bíblico sobre la dilatación o expansión de Jafet a las tiendas de Sem como «dominación de Europa sobre el mundo árabe». Y Guillermo Postel (siglo XVI) propuso sustituir el nombre de Europa por el de Jafetia.

Las leyendas diluvianas de Noé y Deucalión, al que también una paloma anunció que podía salir del arca, justifican la tripartición desigual del mundo entre sus hijos por criterios de justicia basados en la conducta más o menos decorosa hacia el padre. Por ello, Dumézil considera que la leyenda del Génesis «está más próxima en todo caso de la india (Yayäti y sus hijos) que de la iraní (Ferïdün y sus hijos), pues como ella tiene un trino sólo entre un hijo reflexivo y dos hijos atolondrados, sino entre un hijo que honora a su padre y dos hijos que le faltan al respeto». Estos mitos encarnan la necesidad de sentimientos de culpa en los pueblos occidentales y de inocencia en los orientales. El rapto de Europa y la desnudez genital de Noé también tienen de común la impudicia.

*Publicado en el diario La Razón el jueves 31 de julio de 2003.

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