El Rapto de Europa, de Rubens.

Todos los mitos protohistóricos y todas las grandes religiones proceden de Asia. Las migraciones indoeuropeas, necesitadas de asentar en nuevos suelos el mundo de sus simbolizaciones, metieron partes de la razón en la fantasía para hacer de los mitos mitologías fundadoras y de las religiones, iglesias. La historia humana se independizó de la historia natural cuando las poblaciones, por causas no del todo conocidas, abandonaron sus nichos natales y colonizaron tierras ignotas. No se sabe por qué ley telúrica las migraciones marcharon de Oriente a Occidente, cuando lo natural hubiera sido buscar, en dirección a la levantada del Sol, las esperanzas de vida con los sustentos del día y, hacia el ocaso, el reposo de la tarde con los temores de la muerte.

Dos mitologías sistemáticas, la griega y la bíblica, justificaron la colonización de la península occidental de Asia por pueblos orientales. No trataré de la distribución por Noé de las tres partes del mundo entre sus hijos, dando a Jafet la misión de procrear esclavos en tierras occidentales. He preferido la belleza poética del mito griego. Mediante un rapto enseguida consentido, la virginal y blanca Europa fue llevada por el enamorado Zeus, transformado en toro, desde una pradera florida en la costa fenicia de Tiro a la isla de Creta, para «hacerla madre de nobles hijos (Minos) portadores, todos, de cetros», de civilización en lugar de barbarie.

El rapto consentido de Europa por América ha renovado dos veces el mito de la mirada occidental de la hija de Agénor. Primero, ante la barbarie soviética. Ahora, ante la terrorista islámica. El mito americano sigue basándose en la dilatada visión de Europa sobre la virtud civilizadora de Occidente (Roma, Carlomagno, Carlos V, Napoleón), pero seduciendo y secuestrando a la ninfa oceánida con cantos atlánticos, desvanecedores de la identidad terrestre que Zeus-toro le reservó en su vertiginosa carrera sobre el mar sin mojarse las pezuñas, y que Europa misma preservó, recogiendo «el pliegue purpurado de su vestido para evitar que lo mojase la ola inmensa de la mar blanqueadora».

Europa era una feminidad robada a Asia para poblar Grecia con descendientes del macho olímpico continental. La máscara de oro encontrada en las ruinas de Micenas (Zeus solar), contemporánea del declive de Creta y de su culto a la Gran Madre, traduce la mutación religiosa que sufrió la civilización marítima del Próximo Oriente al ser llevada desde Creta al indefinido continente griego. Antes de ser geografía o historia, Europa era mitología y etimología de «latus», ancho y latino.

Europa estaba virginalmente inmersa en una intensa vida marítima de piratería y comercio, de conflictos e intercambios. Raptada y fecundada por el dios toro, signo de virilidad sobre la Tierra, devino madre de pueblos y naciones, sin perder la virginidad de su origen fenicio. Madre y Virgen, precursora de Isis y María, Europa se hará intercesora e intermediaria entre la civilización racional de la pagana materia griega y la intransigencia espiritual de la religiosa cultura asiática. Hasta que pudo realizar, con el cristianismo, la síntesis de cultura moral y civilización técnica que sus hermanas oceánidas Asia y África no lograron dar a sus continentes.

La crisis de Iraq ha roto el mito de Europa y desintegrado la síntesis de sus componentes. La potencia marítima y aérea destruye la terrestre. Lo atlántico inunda lo asiático. Lo fenicio se impone a lo griego. Lo virginal esteriliza lo maternal. La aventura suprime la memoria. La seguridad preventiva aniquila la libertad. La guerra instrumenta la venganza.

Nueva «anábasis» macedónica, Occidente invade Oriente. ¿Dónde está secuestrada Europa? Sus hermanos Fénix y Cadmo emprendieron la búsqueda. No la encontraron, pero con el mito de Europa fundaron Cartago y Tebas. ¡Qué maravillosa lección de la mitología a la historia!

*Publicado en el diario La Razón el jueves 24 de julio de 2003. 

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