La política es la lucha por el poder. El poder político es una relación donde la clase gobernante manda y el colectivo gobernado obedece. Si el sujeto que obedece lucha para mandar, hace política; si el sujeto que manda lucha para seguir mandando, hace política.

En España mandan unos pocos sujetos en las cúpulas de los partidos. El resto obedecemos. Esta es la verdad observable, material y empírica, tras la mentira de que «el pueblo es soberano» difundida por la propaganda institucional desde 1978.

No es ningún secreto el abismo que hay entre el elector que deposita su voto en la urna y la clase política que se reparte el poder: los cargos políticos obedecen a las cúpulas de los partidos y no a los votantes.

En consecuencia, nadie puede negar que las oligarquías de los aparatos de los partidos son quienes realmente mandan en España[^1] .

Si el pueblo[^2] fuese realmente el que manda, tendría el poder para controlar y revocar a sus representantes políticos en cualquier momento y por cualquier causa, conociendo al detalle las gestiones de sus mandatarios con transparencia mediante una rendición constante de cuentas.

Aquí no ocurre eso, aquí no manda el pueblo. El pueblo sólo puede refrendar una lista de partido cada cuatro años.

Se vota cada cuatro años a oligarquías sin garantía alguna de que cumplan lo prometido, ni control ni responsabilidad alguna ante el que vota. Llaman a eso «soberanía del pueblo», llaman a eso «representación».

El poder de revocación en todo momento, a voluntad, es una facultad connatural a la representación (artículo 1733 del Código Civil). En otros países sí existe representación del pueblo. En Reino Unido, por ejemplo, el diputado puede ser revocado en todo momento, y tiene la obligación de acudir una vez en semana a su distrito de votantes. Tiene la obligación de dar la cara personalmente ante la gente que le ha puesto ahí: cada semana está obligado a mirarlos a los ojos, a escuchar sus voces. El distrito de votantes puede echar en todo momento a su diputado y pedir en todo momento que rinda cuentas de su gestión. Estas son las facultades típicas de alguien que manda; facultades de las que el pueblo español carece por completo.

Los políticos deben ser sirvientes públicos. Personas con un cargo, una importante carga a sus hombros por la que responden personalmente ante sus jefes: el pueblo. Los políticos deben ser los trabajadores del pueblo.

La corrupción no tarda en aparecer en toda empresa cuando no hay jefes que supervisen a los trabajadores. La mayoría de éstos se tomarán licencias que no deben, al final no se esforzarán por el bien de la empresa, e incluso, si se cuelan algunos sinvergüenzas, robarán todo lo que puedan a la empresa.

Esto es lo que ocurre en España. La falta de representación es la verdadera causa de la insufrible corrupción que asola las instituciones y que mutila las fuerzas productivas nacionales. Estamos dejando algo tan importante como la gestión de nuestros destinos y nuestros recursos colectivos en manos de grupos opacos sin supervisión: indeseables organizados[^3] . Unas bandas que, como se vota una vez cada cuatro años, tienden a adueñarse de lo público como si fuese su cortijo particular, se protegen y se cubren entre ellos, llegando a campar a sus anchas, arruinándonos y viviendo a costa de nuestro sudor.

Por esta razón, si votas y aceptas estas reglas del juego donde no hay representación ni supervisión, estás aceptando tu condición de siervo frente a unos amos que no puedes controlar.

¿Por qué no darle la vuelta a la tortilla, y que seamos nosotros, el pueblo, los amos? ¿Por qué no establecer unas reglas de juego donde nosotros seamos los jefes y los políticos nuestros trabajadores? Unas reglas donde nosotros somos los que pagamos el sueldo al representante electo por distritos, y nosotros somos los que le controlamos en todo momento, como a cualquier trabajador, pudiendo echarlo a la calle si es un incompetente, o meterlo entre rejas si roba, como a cualquier hijo de vecino.

¿Por qué te sometes a unas reglas donde tú eres el siervo y ellos son los amos? No me lo explico. Los políticos deben estar sometidos por el pueblo ¡no al revés!

Tal sumisión del cargo político sólo se consigue con el yugo de la Ley: estableciendo un mandato personal por distritos de votantes que vincula jurídicamente al mandatario político que sale electo del distrito. Sin necesidad de aparatos de partidos ni afiliarse a ninguno: votando a personas, las cuales se obligan personalmente —con su honor y fortuna personal—, ante su distrito de votantes. Así el mandatario se debe a sus electores, se somete a ellos directamente, so pena de ser depuesto, humillado (o incluso penado) en todo momento.

Si eres una persona de a pie, sin cercanía al poder político, te pregunto entonces: ¿por qué apoyas un régimen de poder donde tú no eres el jefe? ¿Por qué participas en un régimen donde los políticos no te sirven a ti, sino a cúpulas de partido u otros intereses desconocidos? ¿Cuál es la razón de seguir apoyándolos?

¿Por qué no dejarse ya de necedades e ir a lo importante, que es fundar un sistema político donde nosotros seamos los jefes de los cargos políticos?

Prácticamente nadie en la escena política y mediática actual cuestiona estas cosas. Este debate no existe en España. Nadie va a la esencia, al fundamento último de las reglas políticas, selladas a cal y canto en 1978.

Tratando al pueblo como a una masa estúpida, el debate hoy se centra en un postureo consistente en decir qué malos son los otros partidos y qué bueno es el mío. Nadie cuestiona más allá. Nadie cuestiona las reglas de ese juego. Todos los voceros y parásitos se quedan en la superficie de las aguas putrefactas del Régimen del 78. Su modo de vida es mantenerlas estancas y que en la podredumbre se sigan gestando más y más parásitos como ellos; así siguen sometiendo al pueblo para que nunca tenga el control sobre sus gobernantes… ¡para que el pueblo jamás haga correr las aguas limpias de la Libertad!

Con el sistema de partidos es inevitable que nos gobiernen indeseables. No es un problema de algunas manzanas podridas, sino una consecuencia mecánica e inevitable del sistema en sí. Porque es imposible contradecir esto: la observación de la naturaleza humana dicta que cuando a un trabajador no se le supervisa, su dejadez y su corrupción aparecen tarde o temprano.

Así pues, en lugar de pensar en elegir a potenciales corruptos que son incontrolables cada cuatro años, que van a repartirse las prebendas como hacen todos, ¿por qué no cambiar de sistema, por uno donde los corruptos puedan ser castigados ipso facto por el pueblo y sólo queden los dignos que cumplen sometidos al pueblo?

A ningún partido ni tertuliano instalado en el sistema le interesa decir la verdad: que se vote a quien se vote bajo estas reglas, el sistema electoral de listas de partido impide que el pueblo individualice las responsabilidades en personas concretas, susceptibles de ser controladas y expulsadas si no hacen bien su trabajo, y obligadas a rendir cuentas en todo momento ante sus votantes directos, estén o no afiliados a un partido (como ocurre, insisto, en países con sistemas electorales por distritos como Reino Unido o Francia).

Esta clase de cuestiones cruciales, interesantísimas y profundas, están totalmente apartadas del debate público al servicio del régimen actual. Esto naturalmente cala en la opinión pública, haciendo que la mayoría de la gente no salga del debate acotado previamente por los medios. En la próxima charla que tengas con amigos o conocidos sobre política, trata de rebelarte, cuestiona los principios y ve a la esencia de la cuestión. Por ejemplo, en lugar de preguntarte: «¿por qué ha tardado tanto en dimitir fulanita?» considero más interesante preguntarse: «¿acaso el pueblo podía echar a fulanita?» «¿El pueblo manda sobre fulanita?» «Y si no es así: ¿entonces qué hacía fulanita en el poder?».

Esta clase de preguntas nunca las vemos en los periodistas de los grandes medios. Porque el circo sirve al poder establecido, no lo cuestiona.

Dado que en realidad no existe vínculo jurídico alguno de representación de los votantes con la clase política (esto es, que el distrito de votantes, por mayoría, pueda deponer y supervisar en todo momento a la persona en concreto que ha elegido para el cargo), sino que aquí se vota una lista de partido cada cuatro años, a cuyos integrantes ni conoces, ni puedes deponer, ni siquiera controlar ni exigir cuentas —ni tienen obligación alguna de visitarte cada semana y mirarte a los ojos—, la consecuencia más lógica del mundo es que nos gobiernen indeseables. La causa es la completa ausencia de vínculo personal de representación: la inexistencia de poder del pueblo sobre el cargo electo.

Sabido esto, la solución es sencilla. La manera de eliminar a los indeseables que nos gobiernan es haciendo que los electores tengan el poder. Ello mediante distritos de votantes que elijan y puedan deponer en todo momento a sus representantes. Algo que ya está en otros países, como la vecina Francia, y que no es ninguna utopía.

Conoces ya la causa de que te gobiernen indeseables y la solución al problema. Ya depende de tu conciencia seguir alimentando a tus amos y seguir participando en su juego, o por el contrario, darles la espalda, rebelarte y zafarte de tus cadenas.

Mientras la acción constituyente siga en manos de las cúpulas de los partidos, y no en distritos o mónadas de votantes, será imposible cambiar de sistema. Del mismo modo que no puede esperarse que los dueños del hampa acaben con la Mafia, no podemos esperar a que ningún partido acabe con la partidocracia.

Así pues, ¡tomemos nosotros nuestra Libertad Constituyente! ¡Saquemos la acción constituyente de la jaula de un Congreso al servicio de las oligarquías de partido! Sal conmigo a la calle para exigirla firme y pacíficamente y no parar, nunca parar, hasta la victoria. ¿Te imaginas que fuésemos millones pidiendo esto mismo en las calles de toda España? ¿Te imaginas a más del 60% de los españoles sin votar en este régimen y tomando la calle por la apertura de un proceso de Libertad Constituyente?

Mientras los hombres de mentalidad estrecha gritan «¡Imposible!», los pioneros del mundo persiguen con serenidad sus metas y demuestran que lo imposible era, por el contrario, inevitable (P. Yogananda).

Notas:

1 Ello sin descartar a los lobby cercanos a estos aparatos, que tienen el poder financiero suficiente para influenciar a sus dirigentes y reunirse con ellos a puerta cerrada.

2 Cuando me refiero al «pueblo», no se me tome como a un metafísico o a un demagogo. Con esta palabra aludo exactamente a una realidad concreta y empírica: el electorado español gobernado.

3 Nótese que mi intención no es ofender, sino criticar este sistema que inevitablemente pervierte a los gobernantes por falta de control y vínculo representativo con los electores. La exceptio veritatis me permite decir que a causa de ello estamos en manos de gente indeseable. No es casual el hecho de que, en las encuestas oficiales, aparezca la corrupción como segunda causa de preocupación entre los españoles, después del monstruoso nivel de paro (consecuencia también del sistema político).

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