En un correo del 19 de mayo de 2018 dirigido a sus militantes, Podemos, es decir, Pablo, se queja de que “los poderosos” conspiran para destruirle a él y a su familia:

«En democracia, si eliges “bien” el partido, si tu proyecto para España mantiene los privilegios de los poderosos, entonces, en vez de riesgos, la cosa puede tener premio: títulos universitarios sin hacer exámenes, tarjetas black, jubilaciones doradas en consejos de administración de empresas del Ibex35, […]
¿Que dos cargos públicos tengan una hipoteca de 270.000 euros es motivo para abrir todos los telediarios durante tres días? Solo si eres Pablo Iglesias e Irene Montero y eres de PODEMOS. Entonces todo vale. A ningún cargo público se le hace esto, porque es acoso a sus vidas privadas.
En 2018, la manera que tiene el poder de intentar destruir a quienes quieren cambiar las cosas puede que sea más sutil o más sofisticada que en épocas pasadas. Pero el mensaje es el mismo: […] ya has visto lo que le hemos hecho a Irene Montero y a Pablo Iglesias. El siguiente puedes ser tú.”»

En mi anterior artículo hablé de los caprichos poéticos. Aplicados en la política, tales recursos aspiran a esconder con un tropo realidades mal interpretadas, homologar sentimientos y conocimientos o aprobar ideas falsas. Que un líder político que cobra del estado hable de “el poder” como un ser o una institución con voluntad y pensamiento ajena a él es otro ridículo capricho poético. Aparentemente, Podemos se refiere a algún tipo de lobby de capitalistas que se reúnen en la cúspide de un rascacielos para conspirar contra sus líderes. Comprendo que la presión ejercida contra Pablo e Irene se haya convertido en una tortura, pero unos verdaderos líderes encajan estos golpes sin lloriqueos. La lucha por el poder debería ser un trabajo duro y desapacible y no, como quieren estos dos privilegiados, un camino de rosas hacia un botón rojo en un escritorio.
Lo que no quiere reconocer el jefe de Podemos es que el poder también se ejerce dentro de una camisa de Alcampo. Pablo también se apoya en grupos de presión y medios de comunicación capitalistas que son instrumentos de sus maniobras políticas. Aún más, la posibilidad para participar en las decisiones del poder ejecutivo, aunque no haya ganado unas elecciones, le convierten, técnicamente, en un poderoso. Cuando un diputado de lista se sienta por primera vez en el escaño, tal privilegio pone a su alcance los mecanismos para ejercer el poder. Solo se necesita una mínima ambición. La inexistencia de separación de poderes permite que diputados del parlamento español como Pablo Iglesias e Irene Montero tengan acceso a decisiones tanto legislativas como ejecutivas y ellos lo saben: el jefe del gobierno podría telefonearles en cualquier momento para pedir su “opinión” o “buscar el consenso” en alguna decisión sobre un “asunto de estado”, incluso pedir su apoyo para mantenerle en su puesto. Un político en semejante posición que se piensa fuera del círculo de los poderosos es un oportunista o un ignorante. Pero Pablo quiere ser diferente, él nos ha prometido que no abusará de sus privilegios y, en virtud de esta promesa, queda intocado por cualquier tentación.
No obstante, el punto débil en la defensa de Pablo e Irene ni siquiera tiene que ver con el abuso de los caprichos literarios aprendidos de los héroes de estado que gobiernan desde los años setenta, ni tampoco con el triste artificio de asumir un pronombre femenino como sucedáneo de una revolución verdadera que no quieren hacer. Lo que les hace vulnerables es que su débil pensamiento estratégico les ha llevado a la incoherencia de pedir el refrendo de sus bases. Es decir, primero afirman que son víctimas de una conspiración, que no han hecho nada malo, e inmediatamente después buscan el juicio de los miembros del partido para que ellos decidan si comprarse una casa está bien o mal. Tales decisiones son propias de líderes mediocres incapaces de entender el sentido de sus propias acciones y palabras.
Se ha escrito mucho sobre políticos que destruyen a otros políticos, pero alguien tendría que escribir una comedia acerca de aquellos con talento para destruirse a sí mismos.

Héctor González Barrio

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