Cristina Cifuentes, Cecé, vuelve a su Complutense, que es la nuestra. Eso es caer.

Uno llegó a la Complutense en el 76, año en que el venezolano Carlos Rangel hizo con las universidades latinochés (“Del buen salvaje al buen revolucionario”) el diagnóstico que cuarenta años después se ajusta como un guante a la situación española, con su fauna aprovechadora, oportunista, miedosa e impotente, que medra sobre la base de hacerse eco tardío de las corrientes de moda en otras latitudes.

–Así tuvimos románticos con retraso, simbolistas con retraso, positivistas con retraso, freudianos con retraso, simbolistas con retraso; y tenemos ahora marxistas con retraso.
El retraso, en fin, es lo nuestro, y tanta mística universitaria se asienta sobre un taburete de tres patas: su gratuidad, su autonomía y su supuesto carácter revolucionario, pues revolucionarios se proclaman los profesores y los estudiantes.

–Si ser revolucionaria una institución depende de su contribución al empeoramiento y eventual desintegración de una sociedad, la universidad latinoamericana lo sería sin duda alguna –concluyó Rangel.
Nuestras universidades (alianza de clanes políticos en simbiosis parasitaria para extraer de la sociedad más recursos de los que le devuelven) sólo son el “modus vivendi” y el escenario de figuración para el grueso de la “intelectualidá”, especie, dice Rangel, más numerosa entre nosotros que en sociedades mejor compartimentadas, pues en Hispanoamérica (¡como en España!) pasan por intelectuales todos los “letrados”, y desde luego los escritores y periodistas, bien arrimados todos al marxismo como los gatos a la chimenea, y en lo que llega la Revolución pendiente nunca tendrán escrúpulo en aceptar posiciones de poder (cargos) en el Estado “pre-revolucionario” cuya subversión proponen como indispensable.

–Los privilegios no pueden empañar el hecho de que en la batalla entre los ángeles y los demonios, ellos han escogido de una vez por todas el lado bueno.

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