En algunos pasajes de su obra autobiográfica L’homme foudroyé, Blaise Cendrars describe la especulación urbanística sufrida por las afueras parisinas tras la Primera Guerra Mundial; cómo se animó a la empobrecida clase media de la ciudad a solicitar créditos para instalarse en aisladas urbanizaciones, ocupadas sin contar siquiera con electricidad, y rodeadas de las chabolas de los inmigrantes del este de Europa, y del norte de África rechazados para embarcar rumbo a los Estados Unidos. Éstos (les sidis) formaron una mafia que sembró el terror en estas urbanizaciones de materiales de derribo. Cendrars describe una gran urbanización de estilo vanguardista, cuyo arquitecto fue premiado, construida para los ferroviarios y sus familias, levantada sin cimientos adecuados sobre una zona pantanosa, y que acabó en estado ruinoso a los pocos años. Fueron unos pocos tiburones financieros y especulativos los beneficiarios de estos desaguisados, que hemos visto poco menos de un siglo después en España.

Ciertamente, la economía financiera, basada en la expansión del crédito, ha sustituido el concepto de riqueza por el de endeudamiento. Así, los súbditos del Estado de Partidos no son más o menos ricos, sino que están más o menos endeudados vía crediticia; y, desgraciadamente, el monto de la deuda es directamente proporcional a la dependencia y sumisión a las oligarquías político-financieras. Por otra parte más del 50 por ciento del presupuesto del Estado se financia vía deuda externa lo que es segura garantía de quiebra. Pero los infames partidos del régimen han cambiado incluso la sacrosanta carta otorgada del 78 para asegurar el pago de la deuda como prioridad absoluta de su política de asentamiento de sus privilegios de casta en detrimento de los intereses de la nación, sometida a un neocolonialismo económico a través del Banco Central Europeo.

Nada importan, en fin, los ilusos votantes de la Monarquía de partidos, cuyas pequeñas empresas y haciendas han sido diezmadas por el Fisco, mientras que éste se desentiende de recuperar de los bancos el oneroso rescate otorgado a esta clase de privilegiados, que siempre hacen pagar sus errores y desmanes a los contribuyentes.

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