Las leyes especiales (¡el totalitarismo!) generan escepticismo moral, un cinismo a modo de canturreo en la oscuridad para olvidar el miedo.

Sin el cinismo, el periodismo ya estaría suplicando la tranquilidad de la censura previa.

Demos gracias a Dios por ella: soy una aceituna. ¡Que me estrujen! –contestó cínicamente Joyce cuando le preguntaron por la censura católica.

Ante la censura feminista (que no es la mayor de las censuras socialdemócratas: las “democracias sedicentes”, que dice Steiner), este cinismo que vemos en los medios, más que el de Joyce, es el de Ruano: un aprovechamiento alegre y anárquico de todo lo que se pueda sacar de una sociedad depravada e imbécil en beneficio de nuestros sagrados caprichos.
Un Locomotoro del teatro oficial presume de manipular obras de Lope en Madrid: suprime “escenas de humor machista” (?) y con eso el gran mujeriego del Siglo de Oro se vuelve un apocado feminista del marianismo, que expende la subvención.

“¿Es usted feminista?”, preguntaron al mejicano José Luis Cuevas, el de “La Giganta”, en un almuerzo que le ofrecieron en Madrid treinta y dos mujeres empresarias, y él respondió:

No. Yo soy mujeriego.
Acabar en la tijera de un Locomotoro de la cultura chiripitifláutica debe de ser el infierno que Lope no logró eludir con el cilicio (“su cuarto estaba salpicado de sangre”). Desde luego, ya no podemos decir, como Alfonso Reyes, que el respeto de la posteridad hacia Lope ha aumentado en proporción del daño que él mismo causaba a su reputación.

Lope de Vega es vida (“amando, lo mismo es mentir que decir verdad”), improvisación (riñe en verso con sus amantes) y pueblo (le siguen por la calle como a Manolete), pero en manos de un disecador cultural se convierte en Méndez de Vigo, que se cree uno de esos personajes de Shakespeare que, según el “Times”, conversan y obran más fácilmente cuando sus mujeres se han ausentado.
Mejor un talibán dándole a un buda de Bamiyán con un martillo pilón.

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