InsolenciasÉste es el resultado –uno más, y más grave, y lo habíamos previsto– de la política de paños calientes y de claudicaciones a que se entrega el Gobierno en éste como en otros asuntos. Y es asimismo una consecuencia más, y no menos lógica que las antecedentes, de la culpa originaria, es decir, del famoso y todavía secreto pacto de San Sebastián. A ese pacto se llamó al nacionalismo catalán y se obtuvo su adhesión mediante prenda (…) Hoy, la Generalidad, considerándose superior al Gobierno del Estado español, se complace en desobedecerlo y en vejarlo. Está segura de que, por muchos desplantes que haga al Poder público y por muchos ultrajes que prodigue contra España, disfruta de impunidad. Y lo peor no es que lo crea, sino que, hasta hoy, desgraciadamente, resulta cierto. El Gobierno viene pecando de lenidad. Hay que decirlo con toda sinceridad. El Gobierno ha incurrido en una serie de dejaciones. Ha buscado la dilación, el recodo, el pasteleo. Ha soslayado episodios que merecían una resolución enérgica y ejemplar. Ha ido dejando en ellos jirones de autoridad y de prestigio (…) ¿Qué va a hacer ahora el Gobierno? ¿Intentar nuevos paliativos, sin darse por enterado de la trascendente gravedad que entraña esa actitud de la Generalidad? Sería inaudito. Sería, definitivamente, intolerable. Porque ya no se trata tan sólo del crédito del Gobierno, sino del prestigio de España como nación.

Éste era un editorial de ABC, por la pluma-bisturí de José Cuartero, en septiembre del 34. Apenas una semana después, Companys declaraba el Estado catalán y el PSOE daba en Asturias su golpe de Estado contra la República.

La pérdida de autoridad de los poderes existentes (desprecio por los gobernantes) precede siempre a las revoluciones. “La Revolución del desprecio”, llamó Lamartine a la del 48, en la que la monarquía, dice Tocqueville, cayó “antes de que la alcanzaran los golpes de los vencedores, los cuales se asombraron tanto de su triunfo como los vencidos de su derrota”.

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