Patafísica
Joan Miró, “cabeza de payés catalán”

En 1911 se publicó a título póstumo una novela de Alfred Jarry titulada Gestes et opinions du Docteur Faustroll, pataphysicien, donde se definía la patafísica como “ciencia de las soluciones imaginarias”, concepto que tuvo gran influencia en el movimiento surrealista, y llevó a la creación de un paródico collegium pataphysicum en 1948, entre cuyos miembros figuraron artistas como Boris Vian, Marcel Duchamp, Raymond Queneau o Joan Miró.

Sin duda, no desmerecerían de ser integrantes de este insigne Colegio aquellos representantes de la eximia partidocracia española que están proponiendo estos días como solución al proceso independentista catalán la celebración de nuevas elecciones. Estos patafísicos de la clase política oligárquica, que, de acuerdo con su conciencia de tal, no pueden ver a sus conmilitones catalanes como enemigos, les proponen que jueguen al juego de las votaciones para re-repartirse el poder, a ver si esta vez están más contentos con la cuota que obtengan. Entretanto, el gobierno, descartando desde hace cinco años la ramplona solución de procesar por el delito de sedición recogido en el código penal a los nacionalistas catalanes, sus aliados de casta corrupta y explotadora de sus súbditos, experimenta en su laboratorio patafísico con expedientes como las llamadas al diálogo, la financiación abusiva respecto a la de otras regiones, y los pellizcos de monja judiciales. Por su parte, la oposición sugiere la creación de un patafísico Estado plurinacional, cuyo número de naciones exigirá probablemente la celebración de una sesión plenaria del Colegio, pues el líder de aquélla ha afirmado recientemente que “todas las naciones son España”. Todos ellos coinciden, al menos, en la existencia del patafísicamente socialdemócrata “derecho a decidir”, ya se sabe, el derecho a decidir sobre cosas incluso no decidibles, como si lloverá mañana, la existencia de Dios, o la de una nación, que es un hecho histórico sobrevenido e independiente de la voluntad de cualesquiera generaciones, presentes o futuras.

Toda esta situación es, en fin, una triste prueba más de cuán nociva es la partidocracia para sus súbditos, pues los partidos de este régimen hacen suyo el Estado, de suerte que los presunto nacionalistas no son más que estatalistas que quieren un Estadito propio donde ejercer un poder sin control y blindado frente a instancias judiciales superiores que conocieran de su mayúscula corrupción. La nación, pues, no la conocen ni les importa, pues ya poseen un aparato represor y propagandístico con el que acallar las protestas de la población por las catastróficas consecuencias económicas que tendría su proceso independentista.

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