monarquíaAristóteles distinguió tres formas de gobierno: la monarquía, la aristocracia y la politeia. Esta distinción, partiendo de una premisa tan sencilla como brillante, estableció que lo que determina el tipo de gobierno es el número de personas sobre las que recae el poder. En consecuencia, cuando éste es ejercido solo por una persona recibirá el nombre de monarquía. Este régimen político es una construcción compleja, dado que su legitimación siempre ha sido, por motivos evidentes, complicada. Antiguamente, los todavía elegibles reyes germanos, la ganaban en el campo de batalla, pero tiempo después se dejó que la doctrina religiosa tejiera su propio armazón ideológico al respecto. Sin embargo, con los años fueron Hobbes, y el resto de teóricos del despotismo ilustrado, los que buscaron la legitimación en razones lógicas y prácticas.

Con todo, los argumentos ofrecidos por Hobbes eran verdaderamente dignos, al menos, de ser respetados. El filósofo inglés supo indagar en los más profundos miedos humanos para brindarles al monarca como aquella solución capaz de ofrecerles seguridad. Por el contrario, otro gran conocedor también de la naturaleza humana como fue Spinoza, pero motivado por inclinaciones profundamente democráticas, destacó que hay que organizar el Estado para que tanto los gobernantes como los gobernados se vean obligados a hacer lo que exija el bien común. Spinoza estaba introduciendo una limitación del poder dirigida a proteger ni más ni menos que el bien común. Esos dos aspectos (limitación del poder y bien común) no son prioritarios en ninguna forma de gobierno monárquica, por la propia esencia de la monarquía. Igualmente, conviene destacar como Maquiavelo en su libro I de los Discursos, dejó muy clara su posición al denominar su apartado 58 como: «la multitud es más sabía y constante que un príncipe».

Pese a lo anterior, la mayoría de monarquías actuales ya no son esos regímenes autocráticos de antaño. No obstante, impiden de igual modo alcanzar la democracia, principalmente por dos carencias que casi seguro sean imposible de solucionar. En primer lugar porque bajo ninguna monarquía puede existir isonomía, ¿por qué? Porque ésta es la igualdad de todos ante la ley, y el monarca siempre goza de un estatus jurídico diferente al del resto de personas. ¿Acaso el rey sigue siendo la personificación del Estado que no se puede someter a juicio? Por otro lado, en una monarquía tampoco puede haber isocracia, que no es otra cosa que la igualdad en el poder. Y ésta no puede existir porque como el rey es el jefe del Estado, impide así que cualquier otra persona pueda siquiera optar a ese mismo cargo en su propio país

Mientras tanto, en España los partidarios de la monarquía defienden dicha institución amparándose en criterios economicistas, y aunque considero que, en estos debates, los criterios políticos deben tener prioridad, no está de más añadir algunos elementos interesantes para matizar el discurso de los monárquicos. Ellos sostienen, por ejemplo, que la monarquía es más barata que una república, algo que hacen tomando como referencia repúblicas parlamentarias en las que existe una duplicidad jefe de gobierno – jefe de Estado, sin considerar la posibilidad de que estos “costes” serían menores en repúblicas presidencialistas. Por último, siempre es llamativo aquel argumento de que “el rey es el mejor embajador del país”. ¿Cómo puede ser el mejor embajador alguien que no ha sido elegido por la mayoría?, ¿qué intereses hará prevalecer en cualquier negociación económica? Con casi toda seguridad los de la minoría que directamente lo apoya.
Al hilo de estos hechos, quizá habría que estudiar qué llevó a Thomas Jefferson, quien no fue precisamente un ignorante en asuntos de Estado, a decir aquello de: «Yo era bastante enemigo de la monarquía antes de ir a Europa; pero desde que he visto lo que las monarquías son, lo soy diez mil veces más. Apenas hay un mal en estos países europeos cuyo origen no pueda atribuirse a su rey ni un bien que no se derive de las pequeñas fibras de republicanismo que entre ellos existen».

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