criterio¿Cueces o enriqueces? Este fue hace algunos años el lema de una conocida campaña publicitaria. Parafraseando al spot televisivo de la misma permíteme una pregunta: ¿Sólo opinas o tienes criterio?

Las opiniones son consideraciones o especulaciones subjetivas; tienen el valor de aportar lo que puede proporcionar el sentido común, la intuición y la experiencia personal acumulada, que no es poco.

Los criterios son opiniones basadas o fundadas en consideraciones de tipo lógico, histórico, jurídico, sociológico, matemático, científico, técnico, profesional, etc. Tanto más valiosos cuanto más sean los fundamentos tenidos en cuenta; pudiendo producir conclusiones originales y aportaciones decisivas.

Decía Lenin que “sólo un tonto discute los hechos”, y efectivamente las verdades y los hechos nos agraden o no son los que son, y constituyen la materia prima de la que en todo caso es ineludible partir y de los que nunca se puede prescindir, para construir cualquier consideración certera sobre los mismos.

No identificar los hechos, o mezclarlos y confundirlos con las causas y las posibles consecuencias de los propios hechos, conduce directamente a consideraciones erróneas.

En los medios de comunicación, particularmente en los artículos de opinión y en las tertulias y debates sobre asuntos con repercusiones políticas, lo habitual es el vaticinio y la especulación sobre las posibles consecuencias de los hechos, sin identificar y mucho menos analizar las causas o el porqué de esos mismos hechos.

Resulta esclarecedor aislar y listar de cualquiera de los artículos que diariamente publica la prensa, lo que son hechos y lo que son opiniones y consideraciones; eso es, analizar los artículos como hacíamos durante el bachillerato; y a mayor esclarecimiento aun, listar los calificativos y epítetos utilizados, habitualmente ilustrativos de los prejuicios del autor.

A medida que se avanza en el ejercicio anterior inmediatamente detectamos y queda a la vista lo más llamativo, la presentación como hechos de lo que no son más que opiniones o consideraciones; también se percibe la ausencia de identificación y de análisis de las causas de los hechos, que quedan reducidos a meras anécdotas; los juicios más ideológicos que morales, así como la especulación sobre las consecuencias de los hechos. Recuerdo particularmente, y sólo es un ejemplo que no necesita comentarios, el titular del diario “El País” el día siguiente a los atentados de la Torres Gemelas en Nueva York: “El mundo en vilo a la espera de las represalias de Bush”.

El resultado de este modo de proceder conduce directamente a confundir y llamar “opinión pública” a lo que no es más que “opinión publicada”, convirtiéndose los medios de comunicación de esta manera en pastores de lo que deben pensar y manifestar los ciudadanos políticamente correctos, no dejando espacio para el disidente so pena de exclusión y ostracismo.

La deserción de los votantes de la opinión “deseada y publicada” en relación con los plebiscitos sobre el “Brexit” y sobre el “Acuerdo de paz en Colombia”, así como en las últimas elecciones presidenciales norteamericanas, es un ejemplo de especulación y vaticinio prescindiendo de la realidad de la opinión de los participantes en los mismos y de las causas de esa opinión. El resultado un ridículo manifiesto y fracaso rotundo de la opinión publicada por los apóstoles mediáticos del poder establecido, cuyo cabreo todavía no pueden disimular.

Es habitual oír la afirmación de que en España hay mucha corrupción y propuestas de lo más variopinto para combatirla; penales, incautación de bienes, etc.; lo que ya no es tan habitual es oír la pregunta ¿Por qué en España hay corrupción? Y mucho menos una identificación y análisis de las causas que generan esa corrupción más allá de la alusión a la inmoralidad de los corruptos. En el próximo artículo y con ocasión de su sexto aniversario, trataré de las propuestas de “los autoproclamados herederos del 15-M” para prevenir y combatir la corrupción.

Para terminar una sugerencia relacionada con el titular de este artículo, no te limites a opinar o repetir lo que has oído, forma tu propio criterio; el criterio propio ayuda a ser libre, y valiente su exteriorización.

Sapere aude.

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