primarias PSOEDurante estos días, circulan todo tipo de advertencias y admoniciones a propósito de las primarias del PSOE. Se habla de un partido roto, dividido, en base al antagonismo que existe entre Pedro Sánchez y Susana Díaz, donde la “podemización” de Pedro y la complacencia de Susana con el establishment marcarían diferencias que, al menos sobre el papel, se suponen insalvables.

Así, en torno al resultado de las primarias del PSOE, todos hacen sus cávalas sobre el escenario político general. De la victoria de uno u otro dependerá que Mariano Rajoy adelante o no las elecciones, pues, se sobrentiende que si gana Pedro, su “no es no” regresará al escenario político. Mientras que si Susana sale victoriosa, será posible pactar y evitar las urnas.

Sin embargo, la cuestión de fondo que muy pocos se plantean es por qué un partido con aspiraciones de gobernar o representar a millones de votantes sólo es capaz de ofrecer alternativas tan mediocres. Y lo mismo cabe advertir del resto de partidos. Y es que, aunque existan excepciones, la tónica general es desoladora, sobre todo si la comparamos con los cuadros de hace unas décadas.

No es sólo la falta de talento sino la convicción de que, además, la inmensa mayoría carece de ese mínimo altruismo imprescindible para servir a la sociedad. En realidad, lo más preocupante no es la mayor o menor acreditación formal, sino los méritos vitales; es decir, los logros y todas las vivencias y pruebas, mayores y menores, que forman el carácter de una persona y que sirven a su vez para mostrarnos quién es en realidad.

Y es que, por más que se pretenda lo contrario, la inteligencia por sí sola, y menos aún tal cual se mide habitualmente, no es ninguna garantía. Hacen falta además otros ingredientes que conviertan la inteligencia de un individuo en algo significativo y beneficioso para el resto. Lo cual no quita que se pueda ser ambicioso. Lo importante es que haya intercambio: obtener pero también dar.

Sea como fuere, la clave está en que inteligencia y carácter son inseparables. Hay gente muy inteligente pero extremadamente cobarde, por ejemplo. Así que no se puede valorar lo uno sin lo otro cuando de lo que se trata es de seleccionar a los “mejores”.

Ocurre que en los partidos políticos el ambiente y los filtros de selección tienden a excluir a las personas con un perfil altruista, honesto, consistente e independiente, cualidades todas que convierten la inteligencia, sea mucha o poca, en algo realmente valioso. Por el contrario, se incentiva el servilismo, la falta de honradez, la inconsistencia y el egoísmo. Evidentemente, estos filtros no son infalibles, y no pueden evitar la entrada de todas las personas cualificadas y honestas. Su eficacia va unida al factor tiempo. Es con el paso de los años que las magnitudes se invierten, hasta que la proporción de personajes mediocres e inconsistentes se vuelve abrumadora, y aquí juega un papel importante el sistema de incentivos. Se genera así un círculo vicioso que incrementa la eficacia de los sistemas de exclusión, pues cuanto más se desprestigia una organización política, menos atractiva se vuelve para las personas valiosas, al mismo tiempo que se convierte en un imán para los trepas.

Las personas honradas, altruistas e idealistas tienden a evitar los ambientes donde imperan las malas prácticas, por más que resulten estimulantes. Así que la honradez, el altruismo y el idealismo son valores que tienden a desaparecer primero. Sin embargo, más tarde toda inteligencia también se esfuma. Porque sin altruismo, la inteligencia tiende a ser destructiva y excluyente, lo que termina empobreciendo el ecosistema de una organización.

De esta forma, las organizaciones con sistemas de selección perversos tienden a degradarse cada vez más con el paso del tiempo. Primero expulsan a las personas honradas e inteligentes. Y después, a las que simplemente son inteligentes. Hasta que, al final, ni siquiera Joseph Fouché puede hacer carrera en ellas.

A priori, una persona inteligente y radicalmente egoísta suele ser bastante más peligrosa que un bobo; la historia lo demuestra. Y aunque tampoco hace falta ser un genio para convertirse en un exitoso villano –también cuenta la determinación y la perseverancia, así como ese intangible que llamamos carisma– lo cierto es que los necios, más allá de acarrear algún que otro trastorno, nunca han supuesto una seria amenaza para la sociedad. Que se sepa, los peores monstruos que la humanidad ha alumbrado, lejos de ser estúpidos, tenían todos cierta inteligencia.

Podemos colegir, pues, que una persona incompetente por sí misma no es más peligrosa que otra competente. Sin embargo, todos estos razonamientos tienen sentido dentro unos márgenes; es decir, cuando existen diferencias mínimamente apreciables. Pero cuando las organizaciones se degradan hasta el punto que estas diferencias resultan casi inexistentes, y cualquier torpe puede alcanzar la cima, todo lo que sea susceptible de salir mal, saldrá mal.

Por eso, si algo podemos extraer de la lucha por el control del PSOE es hasta qué punto se ha vuelto una organización no sólo incompetente sino también potencialmente peligrosa. Claro que esto no es privativo del Partido Socialista sino que se aplica en mayor o menor medida a resto. De ahí que especular, no ya con el resultado de las primarias socialistas, sino con la gobernabilidad, sea un mero entretenimiento de consumo interno.

Sí, es cierto, muchos países europeos tiene problemas con su clase dirigente, incluso, a cuenta del Brexit, podemos consolarnos pensando que los británicos son estúpidos, que los italianos son nuestros primos hermanos (aunque fabriquen Ferraris) o que los franceses han tenido que votar a la desesperada a un desconocido para evitar que Marine Le Pen asomara la cabeza. Pero el caso es que si hay un país europeo de cierta entidad con una vanguardia trufada de necios y jetas, ese es el nuestro.

Afortunadamente para el resto del mundo, carecemos de misiles nucleares. Lo más parecido a un arma de destrucción masiva de que disponemos es nuestra capacidad para generar deuda. Pero para eso existen los ‘hombre de negro’. Así que sólo podemos hacernos daño a nosotros mismos.

Tal vez si incidiéramos en esta alarmante falta de talento y de carácter, en vez de relatar las obras y milagros de tantos personajes menores o de especular con una gobernabilidad que, al final, sólo sirve para putear con los impuestos, poco o mucho el panorama cambiaría, aunque sólo fuera por vergüenza ajena.

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