Macron
Emmanuel Macron y su esposa Brigitte Trogneux

Aún no hemos empezado el mes de mayo y ya tenemos hombre del año: Emmanuel Macron. El vencedor de la primera vuelta de las presidenciales francesas viene en auxilio del Establecimiento (“Establishment”). En una época de decadencia de la socialdemocracia gala y sus partidos de masas, en la que izquierdas y derechas se ven incapaces de producir un líder capaz que pueda hacer frente a la amenaza rupturista de Marine Le Pen, hacía falta improvisar algo, un candidato artificial que se venda bien en comparación con la otra alternativa. Y la verdad es que hemos tenido un éxito arrollador. Apoyado política y financieramente por círculos empresariales comprometidos con la Unión Europea, Macron es un blockbuster para la opinión pública y los foros progresistas del Viejo Mundo. Pero además, este éxito tiene una segunda faceta que también hace furor: una historia galante. O al menos así lo parece.

No resulta elegante tratar del tema porque la vida privada de los políticos es cosa de ellos. Pero en este caso no lo podemos evitar porque está ahí, sale profusamente en los medios y además Francia, en tal sentido, es muy diferente a la circunspecta y considerada España, donde existe un convenio tácito para no mentar a las señoras de los grandes dignatarios. Ahí están por ejemplo los casos de François Mitterrand, Nicolás Sarkozy, François Hollande y otros políticos, insignes follarines, que facilitaron a la industria mediática gran cantidad de material rentabilizable a través de ese tipo de revistas que se pueden ver en los kioskos de la estación y la consulta del odontólogo.

El atípico matrimonio entre Emmanuel Macron y Brigitte Trogneux, 24 años mayor que él, se ha difundido viralmente como ejemplo de perfecta historia de amor que realza los valores humanos y morales del personaje. Al parecer, con solo 15 años el futuro Presidente de la República Francesa era ya un hombre hecho y derecho, que sabía lo que quería y estaba dispuesto a asumir compromisos de por vida. No solo el amor de su vida, sino probablemente también las glorias del Eliseo. Disneyworld en estado puro y corrección política a espuertas: este es el tipo de relatos que logran distraer al vulgo de sus sufrimientos cotidianos. Y la buena acogida de este asunto sentimental, que por contraste nos recuerda la banalidad, el apocamiento moral y el carácter caprichoso de sus predecesores Hollande y Sarkozy, no resulta menos valiosa por el hecho de que haya salido gratis: no hubo que pagar nada en concepto de publicidad, royalties ni consultores de storytelling. Ni siquiera estaba previsto.

Reflexione el lector y compare con lo que puede ver en su entorno, o lo que sabe de su propia biografía personal. ¿De cuánto heroísmo púber ha sido testigo cuando estaba en la secundaria? ¿Y cuántos de aquellos torpes aprendices de Cyranos de Bergerac llevaban consigo ese algo que los hacía especiales, como tocados por el dedo de Dios para la presidencia del Gobierno o un Premio Nobel? La realidad nunca es tan lineal como nos gusta imaginarla, sobre todo en retrospectiva. Lo más probable es que Emmanuel Macron también fuese el típico adolescente descerebrado y follaburros como tantos otros. En cierto momento conoció a la profesora en cuestión y no pudo evitar el encoñamiento. Las razones son harto fáciles de entender: miren ustedes cómo está la señora a los 63 e intenten imaginarla a los 40. Nos encontramos ante la típica mujer diez francesa del cine de los años 60 y 70. ¿Quién no estaría dispuesto a pasar bajo el Arco de Triunfo con una dama como esa, o a mostrarle la Torre Eiffel, incluso aunque estuviéramos seguros de que la cosa iba a terminar mal?

Lo que sigue después de que Emmanuel Macron diese carpetazo a su curriculum escolar no lo sabemos con certeza, pero podemos estar razonablemente seguros de que se trata de una historia de cierta complejidad, con sus partes frenéticas y sus momentos de melancolía, lena de encuentros y desencuentros, su lastre de inevitable conflicto y duda existencial entre el abandono y la renuncia, atemperada por esa manera que los franceses tienen a la hora de afrontar los lances de cornudos, que en el fondo tampoco tienen toda la importancia que se les atribuye. En España cosas de este tipo son inviables por la diferencia de carácter y el pudor público característico de nuestro pueblo, que como todo el mundo sabe se expresa en la literatura española desde tiempo inmemorial. Recuerden que la Celestina es la única novela subida de tono que antes de Almudena Grandes produjeron las letras castellanas. Con este ejemplo basta.

Las posibilidades del dossier Macron son fantásticas para cualquier guionista de comedias de Pathé Cinema: tramas de enredo y crítica costumbrista, adolescentes ambiciosos, un marido gris y funcionarial cuyas únicas aficiones consisten en leer poemas de Valery y sacar lustre a los enanos de plástico del jardín, una mujer aburrida y deseosa de aventura, que al igual que las grandes cortesanas del absolutismo francés de los siglos XVII y XVIII domina a la perfección el arte de evitar que los hombres prefieran a otras más jóvenes… Tengan por cierto que hay algo que la historia real no fue: el topicazo atangado con personajes planos que durante los últimos días han estado difundiendo las revistas del corazón y las redes sociales.

En resumidas cuentas, nos sobran los motivos para estar satisfechos con Macron. Ha sabido dar a la decantada ligereza francesa el toque de gran maestro que rara vez logramos ver en un aventurero del populismo moderno. Nos alegramos de su triunfo en la primera vuelta y esperamos verle en el Eliseo dentro de dos semanas. Indudablemente lo merece: no solo ha salvado a Europa. También ha sido capaz de seducir a las masas con una buena historia -mediáticamente tan productiva como la de Letizia Ortiz- que, de no ser por el respeto que se le debe a su vida particular, es digna de incluir como ejemplo canónico de falacia narrativa en la próxima edición del famoso libro de Daniel Kahneman “Pensar rápido, pensar despacio”.

A propósito, y para los que no aún no saben lo que es una falacia narrativa: se trata de una interpretación de los hechos del pasado hecha no en función de lo que pasó realmente, sino en el sentido que más nos conviene para explicar determinados intereses creados en el momento actual. ¿Quién sabe? El gran Nassim Nicholas Taleb, no tan considerado como Kahneman, a lo peor incluye algún día en “El Cisne Negro” algo sobre Emmanuel Macron. Y eso sí que será digno de leerse.

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