Radicalismo identitario frente a la globalización neoliberal

Una mala pesadilla perturba el sueño de los eurócratas desde hace meses. Desde que se despertaron sobresaltados con el voto favorable al BREXIT y el no menos sorpresivo rechazo del pueblo estadounidense al “Establishment”, personificado en la figura de Clinton, los más atávicos miedos se avivaron ante el auge electoral del llamado “populismo”. El fantasma de la “extrema derecha” asusta a Europa. O, siendo más certeros, desvela a los europeístas, que al fin toman conciencia de la posibilidad cierta de que la Unión Europea tenga los días contados. Pudieron suspirar brevemente cuando los “liberales” derrotaron al exponente holandés de la tan temida “oleada populista”. Los temores ante el “contestatario” voto holandés estaban fundados. Ya votaron en contra de esa “carta otorgada europea” que terminarían imponiendo por otra vía. Más recientemente, contrariaron a los eurócratas rechazando asociarse con el gobierno golpista de Kiev. Pero poco duró su tranquilidad dado que las decisivas elecciones francesas estaban a la vuelta de la esquina.

Mientras escribo esto, restan ya contadas horas para que se conozcan los resultados de la  primera vuelta de la elección presidencial. A diferencia de las partidocracias europeas, en Francia, y gracias a la reforma impuesta tras el golpe de Estado del General De Gaulle, los electores sí pueden decirse representados por sus diputados. Por desgracia, la imperfecta separación de poderes y el lastre que supone el haber sido impuesta, lastran el carácter democrático de la V República. Cuando estas líneas sean leídas, innumerables análisis habrán sido ya publicados sobre las posibilidades en las elecciones del 7 de mayo de la asegurada compareciente, Le Pen.

Aventurado e imprudente, como todos los pronósticos, sería predecir el otro contrincante con el que se batirá en segunda vuelta. A la vista de la cuantía de indecisos e indefinidos, los encuestadores adivinan un nivel significativo de voto oculto. Votantes celosos de su secreta decisión siempre los habrá. Sin embargo, cuando un número estadísticamente relevante de electores se avergüenza de reconocer a quien apoyarán, las encuestas pasan de ser dudosas a simplemente falsas. Muchos achacarán este vergonzante silencio a la negativa de muchos electores, quizá antiguos votantes socialistas, a admitir que les seduce el programa del partido originariamente fundado por neofascistas. No obstante, considero tremendamente errado dicha presunción dado que, los cambios operados en la formación política, reflejo de la evolución experimentada por la nación francesa, permiten negar que siga representando los postulados de la “tercera posición”. Por otra parte, veo bastante obvio que existen motivos para evitar reconocer públicamente  que se votará al candidato conservador Fillon, cuya prometedora campaña  se enfangó al ser descubiertos sus “affaires” por uno de los pocos exponentes que perviven de la prensa independiente.

Al margen de otras razones que expliquen la ocultación de la preferencia electoral, hasta cierto punto, no se podrá alegar que el actual Frente Nacional (FN) no sea una criatura política perfectamente integrada en la sociedad francesa. Dudo que esta sentencia pueda ser tenida por atrevida. Para empezar, está logrando convencer a la siempre contestataria cohorte electoral de los primeros votantes. Igualmente, los no tan jóvenes e inocentes, los que se esfuerzan por mantener su precario primer empleo, también parecen estar de su parte. La crisis de la globalización neoliberal desde luego ha condicionado un clima favorable a que la alternativa “frentista” de Le Pen tenga una buena acogida. Y es que una de las razones que explican el “auge populista” es la creciente creencia popular de que la redistribución industrial está perjudicando a la clase media trabajadora. Esa clase media depauperada ha encontrado en el renacido espíritu populista del “poujadismo”, que se ha encarnado en el refundado FN, una esperanza de cambio. Ello no deja de ser coherente al tratarse del movimiento político en el que comenzó a hacer carrera el padre de la ahora candidata.

Por otra parte, de las actuales posiciones del FN, lo que con más saña ataca la prensa “oficial” es su firme oposición al multiculturalismo. Sin embargo, fue un laureado periodista, el “visionario” que advirtió primero sobre la traición a la patria que implicaba diluir la  “identidad francesa”. Para los progresistas guardianes de lo “correcto”, ello supone un intolerable resurgimiento nacionalista que pone en peligro su agenda globalista. Teniendo tan próximo el ejemplo italiano, promovido por el conspicuo conspirador habitual, casi no haría falta la inconsciente colaboración de algún eurócrata en  propagar el miedo hacia la inmigración musulmana. Pero no nos confundamos, sin menospreciar la amenaza islámica, lo que realmente se intenta detener es la propia inmigración. Francia para los franceses. Y en esta afirmación, la candidata Le Pen concuerda con una mayoría creciente de franceses. A buen seguro, su diagnóstico sobredimensiona el desafío pero el frío y aburrido debate de las cifras concretas nunca fue muy relevante a la hora de dilucidar la confrontación política. No dudo que la mentalidad conservadora de los franceses, lejos de llevarse influir por alardes “revolucionarios”, optarán en esta primera vuelta por la opción que prometa algo de orden y certidumbre.

Proteger a Francia o liberarla

Dada la degeneración de la izquierda radical hasta límites casi ridículos, ha tenido que ser una fuerza de la derecha la que asuma la defensa del Estado-nación esgrimiendo su nacionalismo jacobino frente a la “igualadora” deriva asociada a la globalización.  En ese proceso de asimilación de los “principios republicanos”, el FN ha llegado incluso a convertirse en valedor de uno de los mayores logros de la III República, la separación Iglesia-Estado. La pleitesía a los cánones católicos de Fillon y los pusilánimes reparos del izquierdismo para criticar con la misma intensidad tanto al Islam como la “islamofobia”, han permitido a Le Pen apropiarse de la defensa de la laicidad.

Mientras sus “horacios” le preparan sus hipotéticas primeras medidas ejecutivas, los curiacios que debieran hacerle frente pareciera que se aniquilan entre ellos. Las mentadas corruptelas del conservador Fillon han hundido las expectativas del que comenzó como teórico ganador.  Del aspirante socialdemócrata, sólo decir que las apuestas británicas le dan menos posibilidades que a  François Asselineau, quien propone un FREXIT radical e inmediato. Y de las cenizas del socialismo, surge el “insumiso” Mélenchon que con su  “Back to USSR” , aspira a ser la pareja  de Le Pen en lo que sería el dueto más estridente imaginable. A fin de evitar semejante eventualidad, los medios de comunicación de masas han aupado a su propio candidato “anti-système”. Otra perfecta construcción de mercadotecnia electoral como fueran Clinton, Blair u Obama. “Enarca” como Juppé, puestos a elegir, antes preferiría al también “enarca” y seguro último candidato, Cheminade, que además de tener más claro como los desequilibrios económicos son consustanciales a lo disfuncional del “eurosistema”, quiere emular a JFK en su apuesta por la exploración espacial.

En Marcha, Emmanuel Macron, Europa o Muerte

Una vez más, la Historia de Europa está en manos de los franceses.  Como huésped tributario, si pudiera, optaría por la revolución “thatcherista” de Fillon. No obstante, dudo mucho que sea la primera opción. Ha pasado mucho tiempo desde que el gaullista Chirac favoreció a Mitterrand frente a Giscard d’Estaing para que a su vez, mientras el segundo estuvo en el poder, se favoreciera la visibilidad mediática del FN a fin de debilitar el apoyo electoral al gaullismo. Tras una campaña dominada por el “pensamiento mágico”, resulta obvio que poco queda ya de las ideologías que regían los partidos tradicionales de la V República.  Quizá por ello, lo más probable sea que Le Pen se enfrente a Macron. Tras una campaña cuyo colofón ha sido un ataque terrorista en plenos Campos Elíseos, se puede concluir que medios de masas, con su publicidad y propaganda, quisieran darle a los franceses la posibilidad de elegir entre Francia o la Unión Europea, entre Francia y la “globalización”, entre el provinciano y obrero pueblo francés y la élite tecnocrática. Una apuesta muy arriesgada en una sociedad estatista reñida con las reformas liberales. Tras la revuelta anti-elitista iniciada con el Brexit, favoreciendo una confrontación Le Pen-Macron, pudieran haber alfombrado el acceso al Elíseo para que una aliada de Putin conminara a Trump a volver al camino recto. ¿O tal vez se entenderá mejor la administración Goldman-Trump con el antiguo asociado de la Banca Rothschild? Faltan dos semanas hasta que se resuelvan todas esas disyuntivas. Los europeístas seguirán con el alma en vilo.

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