gobierno mundialA riesgo de pecar de inmodestia, comenzaremos recordando, con afán de continuar desarrollando una reflexión anterior, que la presidencia de Trump, de llevar a cabo su programa político, podría suponer una revulsión del proceso globalizador vigente, al que calificábamos de liberal. Dado que esa dinámica se desarrolla bajo la salvaguarda de la “Pax americana”, sólo acontecimientos que conmocionaran a la élite gobernante en la angloesfera podrían ser capaces de minar la hegemonía y legitimidad que amparaban a la globalización. Al contrario que la indiferencia con la que las élites “eurocráticas” reaccionaron ante la negativa de los franceses y holandeses a someterse a la “carta otorgada” que por otros medios acabaron imponiéndonos a todos los europeos; el Brexit, primero y la elección de Trump, después, han originado tal perturbación que, a decir de muchos, se está alumbrando un nuevo orden global.

Dejaremos para otro momento la caracterización de la globalización desde la óptica liberal para poder explayarnos en otro asunto que, aunque muchas veces degenera a extremos ridículos, no por ello debe escapar a nuestra comprensión. Me refiero a las explícitas aspiraciones de personas nada anónimas para reorganizar el poder global. Razonamientos superficiales apresuradamente infieren que buscan la instauración de un “gobierno mundial”, ya en vigor para los“teóricos de la conspiración”, para quienes el resto vivimos en una realidad impostada. Aprovechando que mentes más doctas que la mía ya han desacreditado la implicación de los eternos sospechosos, centraremos nuestro breve análisis en la denominada ideología globalista, neologismo complementario al proceso de globalización, contra la que, según sus más exaltados apologistas, Trump se ha rebelado.

Empleando sus propias coordenadas de pensamiento, pudiera decirse que el globalismo viene a ser la excusa ideológica para implantar una suerte de “gobierno mundial”. No me detendré a criticar la influencia de concilios que reúnen a personajes, que si bien pertenecen a lo que pudiera ser la clase reinante, en la era de las telecomunicaciones no requerirían congregarse rodeados de un siempre llamativo cinturón policial para confabular contra entidades públicas y privadas. Sirva el ejemplo de uno de los españoles, aunque ello le pese, que asiduamente asisten a ese tipo de conciliábulos. Me refiero a ese aficionado a la especulación petrolera en que ha devenido Cebrián. No creo que deba su fulgurante carrera, desde sus inicios como jefe de informativos de Arias Navarro a la dirección (hacia la ruina) del medio de referencia de la pretendida izquierda española, a pérfidos agentes externos a nuestras fronteras. Nadie dudaría acerca de la influencia que este aspirante a “señor oscuro” ha ejercido sobre la política española. Tampoco es rebatible que es uno de los responsables, en calidad de autor “intelectual”, de la corrupción que define a la partidocracia española. Y es que su capacidad de influencia como “creador de opinión” es lo que realmente interesa.

Dejando de lado constelación de organismos internacionales, cuyos burócratas quedan bien definidos por sus lecturas habituales, y de cuyas tropelías hay registros detallados, existen un mayor número aún de instituciones dizque académicas que redactan informes y análisis que orientan las más siniestras agendas. Lo cierto es que si realmente hubiera una conspiración, los actores que estarían instigándola, no podrían ser más notorios. No obstante, quizá ese sea el origen del malentendido. Si algo fuera tan evidente, tendería a pensar el crédulo, seguro que es falso, por lo que rige elucubrar complicadas y sombrías teorías que, a falta de otra argumentación mejor, baste decir que son estadísticamente improbables. Las ensoñaciones conspirativas siempre han de tener ciertas secuencias de realidad. Bien es cierto que desde hace pocos años, los petrodólares, que tantas voluntades han comprado en Occidente, financian la celebración de la Cumbre del Gobierno Mundial. La relevancia de la congregación de tan ilustres “globalistas” es tan limitada que hasta los mejor informados desconocerán su existencia.

Globalización: “lo que nos han dicho” frente a “lo que realmente es”

Para desarrollar una verdadera conspiración con garantías de éxito, lo fundamental no es saber ocultarse sino lograr desviar la atención. Al fin y al cabo, el crimen perfecto no es el que nunca llega a resolverse sino el que lo hace incriminando a un falso culpable. Y para eso, nada como contar con los ”policias del pensamiento” de su parte. Hasta los regímenes más abyectos han contado con su corte de pensadores y desde que los medios de comunicación de masas sustituyeron a los púlpitos como creadores de opinión, el Estado ha sabido infiltrarlos cuando no se han entregado dócilmente a su servicio. Las agencias de espionaje americana no fueron ajenas a esta infiltración. En juego está la difusión de la verdad oficial, no circunscribiéndose sólo a los llamados secretos de estado, a fin de salvaguardar hasta a las cabezas coronadas de sus propios actos, sino también distorsionando las presumiblemente asépticas estadísticas macroeconómicas, falsificación en la que incurren tanto en el Reino de España como en la República imperial americana. Los estrategas al servicio del Estado conocen desde hace tiempo lo vital que resulta el control de los medios de propaganda masivos. A pesar de que una mejor educación nos confiere los conocimientos y la actitud crítica precisa para enfrentar las tentativas manipuladoras“memoria popular” otorga a los profesionales de la información un poder que difícilmente un Estado puede dejar escapar a su control.

Bien visto, si profundizamos en la Historia y trascendemos de los simples bosquejos que se imparten en los institutos de enseñanza, cualquier interesado podrá leer multitud de relatos de conspiraciones que la mejor novela de ficción no alcanza a igualar. Multitud de tramas se mezclan y muchas veces, la influencia de ciertos agentes se ejerce por procuración para así, manteniéndose en un segundo plano, apoyar a varios bandos en conflicto. Ejemplo recurrente de ello es la conspicua influencia del poder financiero, visible tanto en los primero compases de la Revolución Bolchevique como en la crisis del Eurosistema. Y así llegamos a la conspiración que ante nuestros ojos y transmitida en directo acontece estos días. No puedo más que coincidir con la opinión de que los grandes medios de comunicación se han erigido como oposición política a la todavía balbuceante administración Trump. Basándose en difundir creciente desinformación sobre el pretendido enemigo ruso y valiéndose de la cándida estupidez más que a un malicioso encubrimiento por parte de Trump y su equipo, se ha logrado paralizar su acción de gobierno para centrarse en contener los golpes que a diario recibe desde las principales cabeceras e informativos del país.

Llegados a este punto, podemos ver que la hipótesis de la existencia de un “gobierno mundial” simplemente no se sostiene. Aunque la carga de la prueba recae siempre en las proposiciones afirmativas, a veces la fortuita secuencia de sucesos inesperados nos permite falsar una idea permitiéndonos ratificar lo erróneo de la misma. Así, los estremecimientos que ha revolucionado la angloesfera nos demuestran que más que una conspiración para establecer un sistema de poder planetario, todo se reduce a una más mundana lucha de poder por el control del Imperio realmente existente de nuestra era. Hay quien sostiene que Trump llegó al despacho oval con una estrategia meditada cuyo fin es desmantelar los poderes imperiales que habían rebasado los contrapesos de la República constitucional americana. Sería tranquilizador que así fuera, máxime si lograra negociar un nuevo condominio del mundo, basado en la coexistencia pacífica y la colaboración mutua entre naciones soberanas. No obstante, los intereses creados en torno al mayor empleador de la Tierra son demasiado poderosos como para imaginar que un cambio tan radical no encontrara gran resistencia. Lo que ya resulta más difícil de comprender, más allá del sectario resentimiento del derrotado Partido Demócrata y sus guías espirituales, es la motivación última de la permanente campaña de descrédito contra el nuevo Presidente y sus partidarios. De hecho, las mismas armas están dispuestas para emplearse en las presidenciales francesas. Insisto en la temeridad de la jugada dado que, hasta la fecha, ningún presidente americano ha llegado a ser destituido. Si lo que pretenden es que dimita o se pliegue a sus condiciones, encontrarán en Trump un durísimo oponente que, teniendo la vida resuelta, decidió entrar en la arena política para cambiar las cosas, sin avenirse a negociar sus principios ni a moderar sus obscenos exabruptos.

No obstante y para concluir, añadir que hasta las mentalidades proclives a la “conspiranoia”, pueden ofrecernos una perspectiva positiva si nos ponen en guardia contra amenazas a nuestra libertad, sobre todo cuando lo que puede precipitarse si los conjurados se descontrolan es la guerra termonuclear. Lo que tampoco podemos obviar es que, la mayoría de las veces, esta imprudencia temeraria, de acuerdo con principio de Hanlon, más que a una inhumana maldad, debe atribuirse a la estupidez. Y ya se sabe que la estupidez humana es infinita siendo la denuncia de las más atrabiliarias conspiraciones un campo abonado para demostrarlo.

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