El pasado 6 de enero, con motivo de la celebración del 70. aniversario de la revista alemana Der Spiegel, la ministra de defensa alemana Ursula von der Leyen pronunció un discurso en el que además de advertir contra el peligro de los ciberataques y la irresponsabilidad partisana en las redes sociales, expone con notable acierto los principales problemas a los que se ve obligado a hacer frente el mundo actual. Antes de proseguir con el resumen de esa intervención, que no por casualidad lleva el descriptivo título de “La sociedad abierta”, quizás sería necesario comentar algo sobre Der Spiegel. Der Spiegel es uno de los medios de prensa emblemáticos de la Alemania moderna. Dos años antes de que comenzara a existir la República Federal de Alemania, las autoridades de ocupación británicas concedieron una licencia de edición a los periodistas Rudolf Augstein, Gerhard Barsch y Roman Stempka para publicar un semanario de izquierda liberal que el 4 de enero de 1947, bajo la denominación Der Spiegel (“El espejo”), puso su primer número en unas calles aun bloqueadas por los escombros de la Segunda Guerra Mundial.

 

Der Spiegel interesaba a las potencias de ocupación occidentales no como órgano de propaganda, sino como medio para propiciar la formación de una opinión pública libremente informada, al estilo de los que existían en los países anglosajones, con libertad de prensa -en aquel tiempo inevitablemente restringida por la censura del Consejo de Control Aliado- y periodismo de calidad. Esta es la función que ha tenido Der Spiegel hasta el día de hoy. A lo largo de su historia, el semanario alemán no solo ha sido testigo del ascenso de la República de Bonn. También ha protagonizado con políticos de todos los colores sonados encontronazos que han llegado incluso ante el banquillo. Aunque Der Spiegel ya no es lo que era, y en sus últimos tiempos tampoco se ha visto capaz de sustraerse al sensacionalismo y la banalidad, en general sigue contribuyendo con una aportación bastante digna a lo que debe ser una cultura de medios informativos en el contexto de una sociedad democrática.

 

Volviendo al discurso de la ministra, Ursula von der Leyen identifica cinco grandes retos para una sociedad occidental postrada por la crisis económica y la abulia ciudadana: en primer lugar, la política debe hacer frente con éxito a un desafío populista que intenta seducir a las masas con consignas demagógicas y soluciones simples a problemas complejos. Asímismo, es preciso hallar instrumentos eficaces para devolver a la economía a una senda de crecimiento que favorezca la equidad social en una época de globalización. En tercer lugar, urge hacer a Europa fuerte de nuevo, sobre todo ahora que Estados Unidos está a punto de soltarla de la mano. En cuarto lugar, necesitamos protegernos de hackers y ciberterroristas. Y finalmente, lo que más interesaba al auditorio ante el cual la ministra intervino como oradora (una gala organizada por el decano de la prensa alemana): contar nuestra propia historia, de modo eficaz, convincente, poderoso, homérico. El periodismo debe cumplir su misión: no dejar que los latiguillos y las manipulaciones de los vándalos cibernéticos se apoderen de los espacios informativos en los que respira la sociedad civil, y que son imprescindibles para la formación de una conciencia democrática sana y el funcionamiento de los sistemas parlamentarios modernos.

 

Resulta imposible mostrarse en desacuerdo con el contenido de esta arenga, pese al carácter interesado de las alegaciones -al fin y al cabo la ministra Ursula von der Leyen no deja ser un miembro destacado del Establecimiento y una funcionaria profesional que ha hecho su carrera en diversos ministerios a lo largo de dos Grandes Coaliciones en Alemania-. Al mismo tiempo, uno no puede dejar de pensar en lo que la prensa española se ha ido convirtiendo desde la Transición a esta parte. Posiblemente hubo en los primeros tiempos un franco deseo de hacer un periodismo auténticamente útil para la democracia y la sociedad civil -aunque tampoco deberíamos sobreestimar esos esfuerzos-. Sin embargo, lo que vemos en el presente no puede estar más lejos de los piadosos deseos de la ministra de defensa alemana: banalidad, sensacionalismo, ingeniería social, deseo de agradar al licitador de publicidad institucional y un partisanismo político extremadamente burdo, empeñado en atraer a las masas al voto del mismo modo que el pastor reúne a sus ovejas: soltando a los perros. Y además, pagando el lector, no solo en el quiosco sino también por la vía de las subvenciones públicas y los impuestos con los que se sostienen los decadentes medios de prensa de nuestro tiempo.

 

¿Extraña que el público prefiera informarse en medios digitales, aun a riesgo de quedar expuesto a las manipulaciones de mamporreros del Facebook y trolls a sueldo de Vladimir Putin? El periodismo de calidad, la honestidad informativa y la calidad de lo que se escribe constituyen asignaturas pendientes. Y no ya para una recuperación de los medios de prensa tradicionales, suponiendo que tal cosa fuese posible. También como imperativo moral en Internet y las redes sociales, si queremos que algún día la frontera digital deje de ser la ciudad de Liberty Valance para formar parte de una sociedad democrática colonizada por el civismo.

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