Quizá el lamentable espectáculo ofrecido por el PSOE en estos últimos tiempos sea, hasta la fecha, la más descarnada muestra del bajísimo nivel al que han llegado muchos de nuestros políticos. Sin embargo, aunque fue en la calle Ferraz donde la zafiedad alcanzó cotas desconocidas, lo cierto es que no sólo los cuadros del PSOE están bajo mínimos, ocurre algo similar en el resto de formaciones políticas. En todas manda el oportunismo que, por definición, degenera en conflictos de intereses.

Sin ir más lejos, con el PSOE inmerso en su lucha fratricida, ahora en el Partido Popular están tentados de elevar el tiro; es decir, no conformarse con forzar la abstención del PSOE para asegurar la investidura de Mariano Rajoy -lo que hasta ayer era un tesoro hoy se antoja calderilla- sino buscar un pretexto, o fabricarlo, para incrementar sus ganancias forzando unas terceras elecciones. Descuentan los estrategas de la calle Génova que, con el PSOE abierto en canal y eviscerado, el PP será el gran beneficiario si se convocan nuevas elecciones. Después de defender hasta la extenuación la investidura como remedio a todos nuestros males, ahora están viendo la manera de vender al público la nueva burra. En resumen, que la investidura ya no es tan urgente y que, después de todo, unas terceras elecciones tal vez no sean una mala idea.

Si Rajoy decide rentabilizar la implosión del Partido Socialista con unas nuevas elecciones, lo que estará haciendo será forzar la coyuntura para concentrar el voto artificialmente

Pero si Rajoy decide rentabilizar la implosión del Partido Socialista con unas terceras elecciones, lo que estará haciendo será forzar la coyuntura para concentrar el voto artificialmente. A priori, parece que la jugada le resultaría muy rentable al Partido Popular. Pero a largo plazo podría volverse en su contra. ¿Por qué? Pues porque un respaldo electoral sensiblemente mayor, además de ser un espejismo fruto de la coyuntura, incentivará que cúpula del PP tome nuevas decisiones tácticas que, sumadas, acrecentarán la inconsistencia temporal del partido hasta que la distancia con los votantes se vuelva insalvable. Y tarde o temprano se producirá la fractura. El tiempo colocará al PP en el sitio que de verdad le corresponde, tal y como ha hecho con el PSOE en apenas unos años.

Ya se vio en la anterior legislatura, cuando la mayoría absoluta del PP se tradujo en una cadena de decisiones de corto plazo que muchos de sus votantes no sólo vieron con desagrado sino que no entendieron nunca. Algunos lo justificaron argumentando que en el PP no se esforzaban por explicar sus decisiones. Pero lo cierto es que por más pedagogía que hubieran hecho, no había manera. No hay razón para descartar que tal cosa volviera a suceder. Esta actitud miope es fácil de entender. Cuando los partidos están construidos de arriba abajo y los representantes no dependen de los electores sino de la jerarquía interna, desaparecen los incentivos necesarios para desarrollar una estrategia de largo plazo, coherente con las expectativas de los votantes.

La reforma electoral, el primer paso

Algunas voces piden un cambio en el sistema electoral para que sea más proporcional (Ciudadanos) o sugieren que se premie al partido más votado con una propina de escaños (Cristina Cifuentes). En el primer caso se trataría de igualar el valor de los votos para que determinados partidos obtuvieran un premio electoral más acorde con el número real de votos obtenidos; en el segundo se trataría de que la gobernabilidad estuviera garantizada. Sin embargo, ninguna de estas propuestas aborda el verdadero problema. Una mayor proporcionalidad mejoraría la representatividad de determinados partidos, cierto, pero nunca la de sus electores. Dicho de otra forma, la mayor proporcionalidad aumentaría el poder de Ciudadanos como formación política (más concretamente, de su cúpula dirigente), pero no la capacidad de control de sus votantes sobre los representantes de esta formación política. En cuanto a la segunda ocurrencia, ayudaría a facilitar la gobernabilidad, pero tampoco otorgaría a los electores mayor control sobre los gobernantes. En ambos casos la perversa dinámica interna en la que están sumidos los partidos españoles quedaría inalterada.

Quienes ahora demandan democracia interna en un determinado partido son los mismos que hasta ayer lo controlaban… gracias, precisamente, a la falta de democracia interna

¿Democracia interna?

Muchas son las voces que aluden también a una necesaria democratización interna de los partidos. Porque, en su opinión, la falta de democracia interna es lo que impide no sólo que las corrientes afloren, sino que las formaciones apunten en la dirección de las demandas de sus militantes y votantes. Sin embargo, también aquí hay trampa. Suele ocurrir que quienes ahora demandan democracia interna en un determinado partido son los mismos que hasta ayer lo controlaban… gracias, precisamente, a la falta de democracia interna. Sucede que una sucesión “desafortunada” terminó condenándoles a la irrelevancia. Y ahora se aferran a la democratización para intentar recuperar las posiciones perdidas.

La democracia interna de los partidos es necesaria, pero sólo hasta cierto punto. Sería absurdo, por ejemplo, que la militancia eligiera a un líder pero luego éste no pudiera seleccionar a voluntad los miembros de su equipo, sino que a su vez tuvieran que ser elegidos de forma “democrática”. Al líder le resultaría muy difícil trabajar y confiar en personas a las que no ha seleccionado. Incluso podría suceder que terminara cohabitando conperfiles incompatibles o con enemigos irreconciliables. Por otro lado, se supone que un político de valía, además de otras virtudes, tiene cierta habilidad para conciliar diferentes sensibilidades y corrientes. Por último, esa democracia interna que venden como la panacea suele convertirse en una vía de acceso para los grupos más activos, los que mejor se organizan, que suelen ser también los más radicales y, por lo tanto, los que más incentivos tienen para hacerse con el control del partido. Y como la mayoría de militantes, mucho menos motivados, suelen desentenderse de los procesos internos, tarde o temprano las formaciones se radicalizan.

La mejor forma de democratizar los partidos y lograr que actúen de forma mucho más coherente con las expectativas de sus votantes es desde fuera

La mejor forma de democratizar los partidos y lograr que actúen de forma mucho más coherente con el largo plazo; es decir, desarrollen políticas menos oportunistas y más acordes con las expectativas de la sociedad a la que representan, es desde fuera, estableciendo un sistema de escrutinio mayoritario uninominal por distritos. Es cierto que este sistema no es el más justo para los candidatos perdedores, puesto que sólo uno de ellos podrá resultar elegido, aun cuando las diferencias sean mínimas, de ahí que los británicos lo llamen first-past-the-post (el primero que cruza la meta gana). Pero sin ser un sistema perfecto, es el único que limitaría de forma eficaz el poder omnívoro de las cúpulas de los partidos españoles. Un poder que se está demostrando, también en las nuevas formaciones, incompatible con la coherencia política y el largo plazo. Y lo peor, es antagónico al mérito, el talento y… la honradez que tanta falta nos hace.

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