Érase una vez un corrupto que se hallaba chapoteando dentro de una charca de barro e inmundicia. Por allí paseaba un cándido muchacho que, al ver al corrupto rebozado de barro hasta las cejas, pero disfrutando cual gorrino, le preguntó:

– Oye, tú, ¿no te da asco nadar ahí, en esa charca infecta?
– Asco dices… Esto es una piscina olímpica, estoy haciendo mis ejercicios natatorios de cada día. El agua está cristalina, pura, ni siquiera tiene cloro, es de lluvia. Es el agua más limpia donde podría bañarse nadie.
– Pero si está todo negro, marrón, da asco, hiede desde lejos. Casi no puedo soportarlo.
– Chico, o tienes problemas de vista o me estás tomando el pelo. ¡Qué bromista pareces! Anda, quítate la ropa y ven a darte un baño, el agua está buena, ideal para hacer unos largos.
– No sé… ¿seguro que es agua limpia? Tiene pinta de lo contrario.
– Venga, salta.
– Cómo voy a saltar, si habrá menos de cuarenta centímetros de profundidad.
– Bueno, como gustes, baja por la escalera de plata, entonces.

El joven se desvistió y entró en la charca asquerosa, a regañadientes al principio, pero acostumbrándose poco a poco y finalmente disfrutando aún más que el corrupto, buceando entre el detritus.

Poco a poco fueron llegando más y más personas, y el corrupto, a todas ellas, les decía lo mismo que al primer muchacho. La mayoría acababa entrando en la charca sucia, nadando y chapoteando felices. Los últimos de ellos ni siquiera recelaban, viendo a tantos otros braceando felices, extasiados.

Un hombre mayor, digno, con bastón, se paró a unos 50 metros de la charca y les gritó a los bañistas:

– Pero ¿no veis que os está engañando? Estáis nadando en mierda, en basura en descomposición. ¡Salid de ahí! Enfermaréis gravemente. Al principio, todos veíais con claridad la realidad de la charca, pero bastaron unas pocas frases del corrupto para empezar a engañaros a vosotros mismos.

Los bañistas, que ya eran multitud, miraron a aquel anciano con pena, diciéndose entre ellos: “Pobre hombre, tendrá alucinaciones, a su edad…”

Uno de ellos le gritó:

– Venga, abuelo, báñese usted también, venga para acá, que aquí se está muy bien. Necesita refrescarse. Luego no se queje de que hace calor, ya le hemos avisado. Fuera de la piscina no se puede vivir. Solo aquí se disfruta de la naturaleza, de la pureza de los elementos. ¡¡Es el agua más pura que hayamos visto nunca!! Fuera de aquí nos espera el calor, las fatigas, la lucha por la vida. Aquí es más fácil todo. Chapoteas, te revuelcas, nadas un poco, te haces el muerto. Se está en la gloria.

El anciano se alejó de allí entre atónito e irritado, sin entender cómo un corrupto cualquiera podía engañar de aquella burda manera a tantísimas personas. El griterío de fondo se había convertido en verdaderos aullidos salvajes de placer. Algunos bañistas incluso planeaban salir para ir a buscar al anciano y llevarlo a rastras hasta la charca. El más lúcido de ellos zanjó la cuestión diciendo:

– Dejadlo, pobre hombre, harta desgracia tiene al vivir fuera de esta piscina de ambrosía. Él se lo pierde.

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