En este tercer programa de la serie «Pasiones de Servidumbre» continuamos con el repaso ilustrativo de las pasiones políticas que se fraguaron en la transición española y que han reinado (valga el término en esta monarquía de partidos) durante toda la partidocracia que aún soportamos.

Comenzando por la que es la principal, la pasión de corromperse es la más extendida en la partidocracia pues la falta de libertad política es precisamente lo que fomenta esta debilidad humana. Podemos decir que es la pasión dominante: tanto la de corromper como la de corromperse. Y no es la indiferencia la que ha promovido el desarrollo de la corrupción sino que ha sido la corrupción misma la que ha producido la indiferencia. Ante la mentira fundadora de la transición del 78, la insensibilidad moral es lo que ha permitido evitar la confesión de la impotencia para afrontar la verdad. La impotencia para decidir ser libre. Los electores puedes seguir votando al partido del crimen o al que viene a relevarlo. Su apatía moral ha surgido de la erosión de las consciencias por los deseos depravados de las pasiones tanto de placer como de tranquilidad. Nadie quiere darse cuenta de que los políticos se corrompen siempre que tienen ocasión y poder para ello. El cinismo del español prefiere creer que son ángeles, los más ingenuos. Otros, conociendo los mecanismos de las prebendas simplemente esperan tener su ocasión para corromperse ellos mismos.

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