Érase una vez, en el limbo, una reunión entre la libertad, la corrupción y la traición. Las dos últimas, casi siempre juntas tan solo por interés, preguntaron un día a la libertad:

  • Oye, Berta, ¿qué te pasa últimamente? Ya ni siquiera hablan de ti ni pronuncian tu nombre.
  • Estoy en los corazones de todos los hombres. Algunos me sienten y lo saben y otros aún no lo han descubierto.
  • Había un idealista, un andaluz, de Granada creo, que andaba siempre llamándote. ¿Qué ha sido de él?
  • Sigue conmigo. Es mi embajador. Ni se cansa ni se rendirá nunca. Es infatigable. Durante bastante tiempo estuvo solo. Ya no lo está.
  • Contra nosotras no vas a poder nunca, y lo sabes. El dinero lo domina todo. No hay sitio para ti en el mundo actual.
  • No necesito sitio. Soy. Existo. Soy la clave de todo. El ser humano no sería lo que es sin mí.
  • ¿Cómo piensas derrotarnos, pobre ingenua?
  • Ya estáis derrotadas. Sois los símbolos de la derrota, de la bajeza, de la podredumbre.
  • No nos va tan mal. En cambio tú… Eres muy bella, sí, pero estás sola, olvidada, apartada de las aspiraciones de la mayoría.
  • Fíjate si seré la esencia de todo que hasta corromperse es un acto de libertad. El que quiere traicionar o corromperse, lo hace con absoluta libertad, ya que si no sería chantaje o extorsión. Para que vosotras existáis, yo tuve que existir antes. Recordadlo siempre. Soy previa a cualquier decisión, no se me concede, no se me puede otorgar. Soy la consecuencia del existir del ser humano. Están condenados a ser libres, y lo serán, todos ellos, más pronto que tarde. Cora, Tray, nunca entendéis nada. Llevamos así siglos.
  • En los años 70, en Canarias, el señor García-Trevijano me convocó y acudieron decenas de miles de personas solo para gritar mi nombre. Fue apoteósico. Este mismo verano se reunieron muchas personas en el Ateneo de Madrid. Al fin los encontré. He hallado a quienes jamás dejarán de hablar de mí hasta que todos los demás recuerden, pues lo han olvidado, que soy irrenunciable.

Y colorín colorado, Libertad desapareció de la vista de las malolientes Cora y Tray, dos pobres engendros perdidos, que empezaron a reír a carcajadas ante la falta de argumentos, mientras jugaban con monedas, billetes, sobres y puñales.

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí