Este escritor ruso, nacido en 1814, es uno de los más grandes escritores mundiales. Según Chéjov, nada menos que el gran Antón Pávlovich Chéjov, Lérmontov (pronunciado [lyérmantaf]) es el escritor ruso que mejor ha dominado el idioma. Decía que ni siquiera el laureado Pushkin podía compararse con él.

Autor del famoso poema Demon, y conocido por su novela Un héroe de nuestro tiempo, el haber muerto muy joven, en un duelo, ha contribuido, sin duda, a hacerlo inmortal.

Lérmontov, desde la adolescencia, escribía contra los señores de la nobleza rusa, los barin; era una sociedad, según él, hipócrita y falsa. Quería cambiarla y, para ello, utilizaba sus versos como saetas certeras. Daba siempre en el blanco. Tan explosivos eran sus escritos que las autoridades zaristas de la época no tardaron en desterrarlo al Cáucaso, para alejar su letal influencia de la corte.

La muerte de su ídolo, Pushkin, también en duelo provocado para deshacerse de él, encendió su alma, que brillaría resplandeciente hasta su muerte.

Como escribía tan condenadamente bien, incluso esos nobles que eran objeto de sus burlas e ironías lo adulaban y fingían amarlo (o quizá lo amaran de verdad). Nadie se atrevía a criticarlo, pues conocían bien la pólvora de su siempre presta pluma.

Pero la envidia no se hizo esperar y los enemigos empezaron a conspirar contra él. Intentaban ridiculizarlo, lo calumniaban y hacían todo lo posible por que perdiera su fama. En vano. Todo esto no hacía más que engrandecerlo cada vez más. Finalmente, consiguieron que se viera involucrado en un duelo, que fue bien urdido por algunos de los que le detestaban. Martínov, un antiguo compañero de la Escuela de Cadetes, fue el encargado de asesinar a este genio amante de la libertad. Lérmontov dijo en voz alta que él dispararía al aire, pues no estaba dispuesto a matar a un compañero y amigo. Así lo hizo cuando le tocó disparar en primer lugar. El cobarde y vil Martínov, por el contrario, se acercó a pocos metro de Mijaíl y le descerrajó un tiro en el pecho, para asegurar así su muerte.

He querido presentar, para el que no lo conozca, a esta gran figura de las letras rusas porque si hubiera sido español y contemporáneo nuestro, sería un miembro del MCRC. Lo sería porque por encima de todo valoraba y ansiaba la libertad que no existía en Rusia. No tenía miedo de denunciar la mentira. Acusaba con nombres y apellidos. Luchó en el ejército, en el Cáucaso, contra los valientes pueblos montañeses. Era culto, fino, educado, valiente y divertido. Se sentía libre. Y debido a todo esto, lo mataron. ¿Por qué esa ansia por matar, por eliminar a todo aquel que se siente libre, que quiere la libertad, que pretende que los demás lo sean también? Será por culpa de la pasión de ser siervos de la que tanto ha escrito Antonio García-Trevijano. Nuestro don Antonio entenderá muy bien la muerte de Lérmontov. Contra él conspiraron de la misma manera. Intentaron matarlo varias veces.

En Rusia su nombre se pronuncia con un respeto reverencial, casi mágico.

Durante toda su vida sintió un profundo interés y amor por España. Él pensaba que su apellido provenía de Lerma, esa bonita villa burgalesa. Después descubrió que provenía de un escocés llamado Gueorg Lermont. Su primer drama lo tituló Los españoles, obra ambientada en la Inquisición.

Solo le permitieron vivir veintisiete años. ¿Hasta qué cimas estéticas podría haber llegado este genio si la envidia y la miseria moral de una masa cobarde y acomplejada no le hubiesen segado la vida en una montaña del Cáucaso? Incluso habiendo vivido solo un cuarto de siglo es, no solo para Chéjov, el mejor escritor en lengua rusa de todos los tiempos.

Brindo aquí y ahora por este héroe y por todos los héroes de todos los tiempos. ¡Por ellos y por la libertad!

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