Manuel García Viñó
Manuel García Viñó

El 25 de noviembre de 2013 falleció Manuel García Viñó. Novelista, poeta, ensayista, crítico literario y crítico de arte, Manuel ha sido, para que me entiendan los miembros del MCRC que no lo conozcan, el Trevijano de la literatura. Toda su vida se dedicó a decir la verdad sobre el mundo literario español.

Tras la muerte de Franco, unos pocos traidores decidieron repartirse el poder en España, creando en secreto una constitución donde el sucesor nombrado por Franco, Juan Carlos, sería la cúspide amparadora de una pirámide de corrupción que continúa hasta hoy. Todo ello lo disfrazaron de democracia concediendo algunas libertades a los ciudadanos (nunca la libertad política, que no puede ser concedida, pues ya no sería libertad), como el derecho al sufragio, donde se vota pero no se elige nada, y donde, además, han conseguido instalar la idea de que votar es un derecho tan trascendental que se ha transformado en deber cívico para muchos.

Vino-cultura-como-negocioEl mundo de la cultura no podía quedar ajeno a toda esta engañifa. No hay más que ver quiénes ocupan sin cesar las listas de los escritores más vendidos en España. Son siempre los mismos, promocionados por editoriales a través de publicidad continua y de la recensión siempre favorable de obras pobres cuando no bodrios. Las grandes editoriales forman parte del circo de los medios de comunicación y decidieron que había que vender más libros que antes aunque el número de lectores en España fuera la minoría de siempre. La fórmula era sencilla, como nos cuenta Manuel en el Epílogo de su libro El País: la cultura como negocio, con prólogo de Antonio García-Trevijano: “Para ello, no hacía falta sino fabricar un producto a la medida de sus mentalidades. ¿Qué triunfaba en televisión? El cotilleo, el humor de sal gorda, el morbo, la violencia, el sexo bruto, lo doméstico, lo vecino, la historia cercana, la vida como es…” Y continúa Manuel un par de párrafos abajo: “En política, la confusión de los poderes acarrea la pérdida de la democracia; en el mundo de la cultura, la pérdida de la libertad creativa. Hoy día, en el mundo de la cultura, ni siquiera hay división de poderes. El legislativo lo desempeña el editor, que dicta al autor lo que tiene que escribir. Resulta evidente que el que ejecuta es también el editor, que asimismo ejerce el poder de juzgar, pues las sentencias las dictan, en medios de su propiedad o en los que tiene influencia, críticos a su servicio”. Lo que decía Manuel era que la literatura española se había convertido en una “industria cultural”, con la única meta de vender muchos libros pero siempre de ínfima calidad (algo lógico en un régimen donde todo es una gran mentira), habiendo convertido al libro en valor de cambio, cuando siempre había sido un valor de uso. El resultado de todo esto es que los lectores solo pueden elegir leer más o menos lo mismo bajo unos pocos nombres, siempre idénticos, pero nunca literatura de calidad ya que, aunque se escriba, no se va a publicar porque no interesa.

Estamos en la misma situación que con la política. Hay muchos libros en los estantes de las librerías, pero son los que los dueños de las editoriales quieren que leas para que todo vaya en consonancia con el podrido régimen oligocrático. Se vota lo que ellos dicen, como ellos dicen; se lee lo que ellos proponen, y cuando ellos proponen, pues estos libros duran unas pocas semanas y se sustituyen por otros perfectamente intercambiables. El negocio es redondo porque las editoriales son dueñas también de periódicos, medios de comunicación, etc, y es en estos medios donde anuncian su “mercancía” perfumándola de gran novela como han hecho con la oligarquía de partidos, travistiéndola de democracia.

La Fiera Literaria
La Fiera Literaria

Manuel García Viñó fundó en 1995 la revista de crítica La Fiera Literaria, temida por los beneficiados del sistema y leída con fervor por profesores, catedráticos y por todo amante de la buena literatura; los críticos también la leían, aunque en público no se atrevieran a nombrarla.

Es autor de varios libros de poemas, de más de treinta ensayos sobre temas de crítica de las artes plásticas y de la literatura; su especialidad es la novela española del siglo XX; es autor de 25 magníficas novelas, entre las que destacan: El puente de los siglos (mi favorita), Un nudo en la eclíptica, Nos matarán jugando, Congreso de burladas, Fedra, Polución, El infierno de los aburridos, El Escorpión (de la que me comentó en una carta que le parecía una de sus cumbres), etc.

Manuel, junto con Andrés Bosch, Carlos Rojas y otros escritores nacidos en las décadas de los años 20 y 30, formaron parte del grupo de lo que se denominó “realismo total”, alejado del costumbrismo que tanto criticaba Viñó. Este grupo estaba influenciado por la física cuántica y la nueva concepción del tiempo y del espacio, aspectos estos que se verían reflejados en sus novelas.

Me hice amigo de Manuel a raíz de una crítica mía a su excelente ensayo Teoría de la novela. En esta brillante obra explica con precisión por qué la novela sí puede ser, en ciertas ocasiones, calificada como obra de arte, contradiciendo a los propios novelistas que han venido negando esto desde hace siglos. Establece también aquí qué es, para él, lo específico novelístico, aquello por lo que una novela es tal novela y no un simple relato. Distingue con precisión el relato de la novela. “Relato es para mí la relación de unos sucesos en tiempo pasado, su evocación. La novela requiere la presentización o evocación presentizadora de los acontecimientos novelados” (Teoría de la novela, p. 106, Ed. Anthropos)

El aporte más importante de esta trascendente obra del pensamiento es, para mí, su análisis de los valores estéticos en la novela. Manuel explica con precisión que, para que una novela pueda entrar en la categoría de obra de arte, lo importante es el “cómo” y no tanto el “qué”. No importa tanto el tema, ni la peripecia, ni la historia. Pero deja bien claro que este “cómo” no lo constituye la belleza del lenguaje, lo que él denominaba “pluma galana”. Un novelista no es bueno por saber escribir bonito, o con muchos tropos, o con un gran dominio del idioma; esos valores estéticos son propios de la poesía. Su definición del arte de novelar es la siguiente: “Novelar, para mí, es una forma de crear valores estéticos por medio de la palabra empleada para representar, con expresividad y consistencia, delante del lector, un conjunto de ficciones de realidades -acontecimientos, objetos, personajes, ambientes – situadas en secuencia temporal, que, relacionadas con una dialéctica válida al menos para ese determinado conjunto, en consecuencia armónico, constituyan el relato de uno o varios sucesos interesantes. Por consiguiente, una novela es una obra de arte literario en la que se suscitan valores estéticos por medio del lenguaje escrito, creando un segundo mundo con expresividad y consistencia, con su tiempo, su espacio y la debida composición del conjunto” (Teoría de la novela, pág. 34)

Que Manuel García Viñó me eligiera como amigo en la última etapa de su vida y que, un poco después, mi también admirado Antonio García-Trevijano me haya pedido colaborar en su radio y en su diario para la libertad, ofreciéndome también su cálida amistad, me parece casi increíble; pero quizá no lo sea tanto si tengo en cuenta que solo me vale la verdad y que la libertad es una meta irrenunciable.

No te olvido, mi querido Manuel. Tu amistad, tus ideas, tus sonrisas y tu genio me acompañarán siempre. Gracias por todo lo que me has dado, amigo.

Y quiero terminar con una cita con la que don Antonio puso el broche de oro a su soberbio prólogo -antes mencionado- al libro de Manuel:

“Todo hombre que es un verdadero hombre debe aprender a quedarse solo en medio de todos, a pensar solo por todos y, si fuera necesario, contra todos” (Romain Rolland, Clérambault).

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