En el Reino de Como-Si vivía don Voto, personaje muy querido por toda la comunidad, tanto por el rey, como por los cortesanos y, prácticamente, por todo el pueblo. Así salía en todos los medios de comunicación, siempre con su rostro feliz, con su sonrisa cínica; sin embargo, desbordaba alegría allá por donde pasaba. Era adorado por todos los cortesanos, no había ninguna conferencia, ni siquiera algún mitin, al que no fuese invitado. Su rostro juvenil rondaba las plazas donde se reunían cantidad de jóvenes, algunos disgustados con la nobleza, aunque siempre había una cara de esperanza cada vez que don Voto hacía su presencia, – de esta vez sí; esta vez la suerte nos sonríe; mirad con qué gesto de alegría nos acompaña en nuestras reuniones, de esta vez viene con energías renovadas, – gritaban con júbilo los jóvenes reaccionarios.

Habitaba también en el Reino de Como-Si un grupo de guerreros repúblicos que formaban el Tercio Laocrático (el némesis de don Voto y del resto de la comunidad; y, sin duda, odiado por el rey y por el resto de la corte ); al frente del mismo iba doña Libertad, con su espíritu inquieto y alma liberadora, sin embargo, siempre mal vista por el apasionamiento que padecía el pueblo por don Voto, vivía condenada al ostracismo y a la mayor de las calumnias y difamaciones jamás vistas hasta entonces.

En las fiestas del Reino don Voto era feliz, se cubría de gloria viendo al pueblo servil lleno de júbilo y esperanza, mientras se frotaba las manos y disfrutaba viendo al monarca y sus cortesanos regocijarse – lo he conseguido, lo he vuelto hacer, he vencido, – se decía a sí mismo; su gozo se hacía casi orgásmico cada vez que veía a su archienemiga, doña Libertad, encerrada en las mazmorras junto con sus guerreros indómitas; otros cuatro años más, para gloria del monarca y su corte, será condenada al exilio.

En los primeros meses la armonía flotaba sobre el Reino de Como-Si, el pueblo vitoreaba al nuevo señor; sus primeras ordenanzas parecían anunciar una nueva época de alegría y de esperanza. Pero pronto toda su benevolencia se truncó en tiranía; se había vuelto ruin, déspota y lo que antes era una persona campechana y cercana, había degenerado en soberbio y distante. El pueblo exigía que intermediara don Voto para solucionar este engaño, que había sido un error, sin embargo, este ya no tenía nada que hacer; ahora estaba disfrutando de sus merecidas vacaciones y hacía caso omiso a las reclamaciones de la muchedumbre -¿qué podemos hacer?. Nos quedan otros cuatro años más de agonía. Esperemos que en las próximas votaciones don Voto sea menos cruel, – clamaba el pueblo indignado.

Muchos concluyeron que  don Voto era solo un bufón de la corte y que les había vuelto a engañar – ¡doña Libertad acertaba, qué ilusos fuimos! – . Así, muchos valientes emprendieron la marcha buscando su auxilio, recorrieron desiertos y sufrieron todo tipo de canalladas de quienes anteriormente eran sus amables compañeros.

Cuando la luz del camino se iba apagando, cuando ya daban todo por perdido, del fondo de su alma comenzó a surgir, primeramente como un murmullo, para luego retumbar con más fuerza, una voz que iluminará sus corazones para siempre: “No vengáis en busca de doña Libertad, porque ella ha salido en vuestra busca y, por fin…,os ha encontrado”.

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