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GABRIEL SÁNCHEZ CORRAL

27 de Febrero de 1933. Hace unas horas que se ha puesto el sol en la ciudad de Berlín, pero una densa columna de humo negro se eleva sobre el perfil de la ciudad. A eso de la media noche, el teléfono suena repentinamente en la casa de Goebbels. Este descuelga el teléfono y responde. Al otro lado de la línea un sobresaltado “Putzi” Hanfstaengl le dice que tiene que hablar urgentemente con el Führer. Goebbels le pregunta de qué se trata y le dice que si puede transmitirle el mensaje él mismo; Hanfstaengl grita: “Dile que está ardiendo el Reichstag”. “¿Se trata de una broma?”, responde Goebbels. Joseph cree que es una fantasía de su camarada y no le dice nada a Hitler. Aun así manda investigarlo y descubre que todo es cierto. Raudos, Hitler y Goebbels cruzan Berlín y saltando por encima de las mangueras de los bomberos, consiguen acercarse todo lo que pueden a la fachada del edificio, solo para contemplar los terribles efectos destructores del fuego.

Una de las constantes en la carrera política de Hitler son los golpes de fortuna. Son varias las ocasiones a lo largo de su vida en que ante momentos de encrucijada o de grandes dificultades, parece como si la fortuna o los hados del destino, se conjuraran para ir en su ayuda; y el incendio del Reichstag es uno de ellos. Ante la imagen wagneriana del gran edificio –símbolo de todo lo que él más odia y detesta- siendo reducido a cenizas por las purificadoras llamas, Hitler se muestra exultante.

De todos es sabida la animadversión que siente el Führer hacia el parlamentarismo y la democracia. Cuando es elevado a Canciller en Enero de 1933 ya piensa en la manera de destruir la para él decadente y podrida “democracia” de la República de Weimar, y su manifestación en forma de parlamento “representativo”. Puede parecer una ironía, pero Hitler debía su fuerza al gran número de diputados que tenía su formación (NSDAP) dentro del Reichstag, habiendo sido “elegidos” los mismos mediante un sistema proporcional de cuotas de partido, como en la España actual.

El Reichstag que recibe y capitanea el Führer es en realidad un teatro. Y en un teatro de verdad se representará la función parlamentaria alemana, cuando a eso de las 14 horas del día 23 de Marzo se inaugure como sede de la “soberanía” del pueblo alemán, la Krolloper de Berlín; un viejo escenario teatral reconvertido con prisas en el nuevo edificio que aloje el Reichstag.

En la España actual, la Monarquía del 18 de Julio dispone de una tupida red de Corrales de comedias. Los más pequeños se cuentan en un número mayor de ocho mil y las sucursales teatrales regionales suman diecisiete. Pero los que tienen más prestigio se encuentran en la capital. En el frontispicio de uno de ellos se puede leer en grandes letras “SENADO”, y en el otro, sito en la madrileña Carrera de San Jerónimo, leemos “CONGRESO DE LOS DIPUTADOS”, alias Cortes Generales –que le da un regusto como más medieval-.

En estos teatros actúan varias compañías cuyo presupuesto está cargado al bolsillo de todos los españoles, para que nos sintamos partícipes en la producción de las artes escénicas. Todos los actores pasan un obligado e inevitable casting para entrar en las distintas compañías y son elegidos por el sublime y popular método dedocrático que suele emplear el capitán de cada una de ellas. Aquellos aspirantes a actor que demuestren más oportunismo, lacayería, inmoralidad y poca vergüenza, se podrán enfundar el traje de representantes del pueblo. El atuendo de Padre de la Patria sólo está reservado para los más sublimes actores, como fueron aquellos que dieron texto y guión a las representaciones o a aquellos otros que han ostentado la capitanía superior en el coso de los leones.

Las funciones que se representan llevan décadas tratando los mismos temas, pues en los inicios del ciclo representativo, los capitanes de las diferentes compañías convinieron que era justo y necesario poner en escena los mismos temas una y otra vez –la invención y la novedad nunca han sido virtud de los españoles-, para que los ciudadanos, al igual que en la Grecia clásica, pudieran degustar a través de sus aparatos de televisión y de los periódicos, la quintaesencia del teatro más puramente educativo y democrático. Cierto es que la temática varía muy poco, pero si hemos de destacar algún género en particular, creo que la comedia y la pantomima se llevan la palma.

Uno de los momentos estelares que a menudo se produce en la función es cuando todos los actores a coro, pulsan un botoncito que les sirve para lo que ellos llaman votar. Todos en conjunto y a una, como en Fuenteovejuna, aprietan el botón rojo, verde o amarillo según el sacrosanto guión que ha sido escrito en petit comité y dictado inapelablemente por los capitanes de las compañías. Los actores deben anular totalmente la lógica, la conciencia y la razón, para poder llevar a cabo tan dificultoso ritual escénico. Muchas veces, debido a la sobrecarga de trabajo de los intérpretes, alguno de ellos se despista y equivoca al presionar el botoncito. En ese preciso momento, su capitán lo llamará al orden y le impondrá una multa por saltarse la venerable tradición del Dictado.

En este corral de comedias –Congreso- suelen actuar los primeros espadas de la farándula del momento, y que han conseguido alzarse con el dominio de la compañía o los que mejor saben llevar a cabo el noble oficio de la farsa y la mentira. Mientras, en el senatorial, actúan en infinito menor número de representaciones, los más envejecidos, fatigados, aquellos que un día fueron máximas figuras y que hoy ya disfrutan del descanso del guerrero.

Hitler era un gran aficionado al teatro y podía recitar pasajes enteros de las obras de su admirado Wagner. Una de sus favoritas era Rienzi, en la que el Tribuno romano Cola di Rienzi se enfrenta al poder nobiliario en pos de la libertad y el bienestar de su pueblo.

Pues bien, España tuvo la fortuna de disfrutar de una excelente e inolvidable representación teatral -puertas afuera, para que lo pudieran saborear todos los españoles- un día 23 de Febrero de 1981, en la que el más admirado y noble empresario teatral y actor de la nación –aunque él es extranjero de nacimiento-, se enfundó el sayo de Rienzi ibérico y llevó a cabo una excelente interpretación, en la que se ponía al frente de su noble pueblo y lo salvaba de las oscuras acechanzas de las fuerzas del mal. Tuvo triple mérito, pues tanto el guión, como el montaje y la representación fueron obra de su mismo ingenio y buen hacer. ¡¡Qué gran noche la de aquel día!!

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