sardinas

Existe una comparación muy presente en el discurso mediático actual en España; es lo que yo llamo ‘el discurso del caos’. Miembros, acólitos y prensa de todas las facciones del estado, acuden reiteradamente al argumento de presentar al resto de contrincantes dentro de la oligocracia, como la peor de las opciones posibles. “¡Nosotros o el caos!” exclaman, en forma figurada, para asombrar y atemorizar al espectador. Esto es principalmente debido a que, según argumentan, la hegemonía del contrario dentro del consenso del estado, supondría el mayor de los desastres y la ruina absoluta para todos los que somos súbditos, empezando, como no, por las clases más débiles y desfavorecidas. Este argumento del terror, practicado principalmente por las siglas del partido en el gobierno, pero también, en mayor o menor medida, por el resto de formaciones del espectro político demuestra, de forma inconsciente e inadvertida por todos ellos, la verdadera esencia del estado de partidos nihilista y socialdemócrata que domina el panorama español y europeo. Se trata esto de la médula central que vertebra el discurso de la oligarquía política actual, de la que ya forman parte también nuevas facciones recién incorporadas (como Podemos o Ciudadanos), y que son igualmente herederas de los sistemas feudales, conservadores y totalitarios y que temen todo aquello que escape de su control y poder omnímodo. Es una dictadura del estado, en manos de una minoría de individuos sin valores, sin autoridad moral y por supuesto, que no representan al pueblo que gobiernan.

La palabra caos y que procede etimológicamente del griego khaos, se identifica con el abismo oscuro anterior a la formación del mundo y está por ello cargado de connotaciones negativas y terribles que instintivamente producen temor a los más proclives a mantener ‘las cosas bajo control’. Muy al contrario de esto, bajo mi punto de vista y criterio (quizás debido a que en mi faceta como artista y compositor he aprendido a convivir con la parte más desordenada y aleatoria de mi cerebro), el caos es algo deseable y positivo en cuanto a que supone la fuente misma desde donde nacen las ideas, la innovación y los cambios más profundos.

El caos forma parte consustancial de la democracia misma ya que, mediante los procesos representativos que existen en una democracia formal, se producen ideas espontáneas desde la sociedad civil que, atendiendo a la casi infinita variedad de intereses de las personas que lo componen, hace surgir conceptos que de otra forma y en los sistemas de gobierno que no son democráticos como el español, no son posibles. Cuando no existe representación, el debate sólo se produce dentro del estado y por lo tanto su diversidad y calidad se ven enormemente mermadas. La capacidad combinatoria de los elementos que lo componen es baja y, por lo tanto, produce una menor variedad de resultados. Esto produce que la clase política esté compuesta por lo más mediocre, endogámico, gris e ineficaz de la sociedad, puesto que se impide que sea el elector el que con su voto, escoja de entre la sociedad civil a sus miembros más brillantes y válidos para desempeñar su labor representativa, regenerando así la composición de las clases dirigentes y produciendo una alternancia de criterios e intereses particulares. Un fenómeno que se conoce, o así al menos me gusta llamarlo, como emergencia.

Desde un punto de vista estrictamente científico, las posibilidades de éxito de una mutación son crecientes cuanto mayor número de estas se producen y de forma más variada. Esto es, el caos (entendido como el desorden o la ausencia de patrones identificables) presente en la naturaleza, favorece la adaptación de los organismos y su efectividad y probabilidad de supervivencia en el medio en el que se desarrollan. De esta misma forma creo, la democracia formal y representativa favorece la presencia de un cierto caos engendrador que permite que la inteligencia colectiva de las mayorías, cristalice de forma beneficiosa para la sociedad en su conjunto. Esta es, pienso, la motivación oculta tras su discurso del caos y que a lo que teme en realidad es a la pérdida de su identidad política, a la disminución del peso de las ideologías, en favor de la emergencia y el bullir del fenómeno de la inteligencia colectiva, que se produce como una supra-entidad del individuo pensante.

El caos, entendido de esta forma, no supone un concepto destructor y que lleva a la miseria y la desigualdad social sino, muy al contrario, es el camino que permite alcanzar la singularidad de una sociedad. Por estas razones yo voto por el caos y no como contraposición a las ideas de los que esgrimen el argumento como elemento atemorizante, sino porque estoy convencido de que, de alguna manera, es en las zonas más próximas al caos, donde se encuentra la esencia de la libertad política.

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