Paco Corraliza

PACO CORRALIZA:

 

Antes de seguir con Kant y su demoledor pensamiento nos detenemos a reflexionar sobre el pensamiento (la filosofía es el pensamiento del pensamiento” (1) escribió el estadólatra Hegel).

 

Los seres humanos presentes salimos del pasado y caminamos hacia el futuro junto con el resto de lo existente; incluso cuando estamos dormidos (de hecho, más que «estar dormidos», «estamos durmiendo o somos durmientes»). Lo queramos o no.

 

El suelo del tiempo presente se va «deshaciendo» bajo nuestros pies y, en ese sentido, no podemos dejar de caminar sobre este mundo; continuamente en tránsito entre lo ya ocurrido (esa «nada» latiendo en la memoria) y lo pendiente de suceder (esa «nada» viviendo en la esperanza).

 

Para evitar el vértigo y la explosiva convulsión de un presente en el filo entre dos abismos aparentes, la Naturaleza nos ha dotado de la inteligente, apaciguadora y previsora «fe humana». «Fe humana» que distinguimos aquí de la “fe animal”(2) a que se refería la descomunal, humilde y sincera inteligencia del filósofo español Jorge Ruiz de Santayana.

 

Esa «fe humana» se desdobla en una «fe retrayente», dirigida hacia el pasado (que nos mueve a creer en lo sucedido en nuestra presencia y memorizado verdaderamente) y una «fe consecuente», proyectada hacia el futuro (que nos anima, con natural presciencia, a creer en lo previsto y esperado sinceramente). Veracidad y sinceridad no son lo mismo.

 

La normal confianza en la fe retrayente nos permite, con voluntad consciente, afirmar las verdades factuales (asumiendo hechos, incluso los azarosos) a que nos referíamos en un artículo anterior [«Verdades-mentiras»]. Es análogo a lo que debería hacer la Historiografía (y muy distinto de lo que han hecho, con el Poder y con la Historia, las soberbias ideologías).

 

Por su parte, no tanto la confianza como la imperiosa necesidad de la «fe consecuente», nos obliga a elaborar conjeturas (instintivamente y a velocidad de vértigo), que continuamente nos anticipan la cambiante situación de las cosas en nuestro acuciante entorno, y a cada instante del movedizo presente, para adaptarnos a ellas en nuestro avance y/o modificarlas si está a nuestro alcance.

 

[[La «automatización del movimiento» (y, con ella, la supuesta «libertad de» movimientos) se encuentra en el origen, desarrollo y perfeccionamiento de todos los sistemas nerviosos de los animales superiores; y de sus respectivos cerebros como centros de control y comando. Incluido el animal humano, ese animal tan «original». El catedrático de Neurociencia de la Universidad de Nueva York, el colombiano Rodolfo Llinás, en “El cerebro y el mito del yo” (3) (2001) nos lo dice con explícita claridad: “La naturaleza de la mente debe entenderse con base en su origen, en el proceso de su desarrollo, que emana del perenne mecanismo biológico de ensayo y error. […] La predicción […] constituye la verdadera entraña de la función cerebral […]. La predicción de eventos futuros (vital para moverse eficientemente), es, sin duda, la función cerebral fundamental y más común.[…] La capacidad de predicción es claramente vital, de ella depende la vida misma del organismo”(3). El proceso de centralización y control cerebral, exigió, a su vez, una función mental que permaneciera estable en el «presente continuo» del tiempo: es el «estado mental» o “estructura funcional útil”(3) que llamamos «sí-mismo», «sujeto» o «yo». Rodolfo Llinás (2001): En los albores de la evolución biológica encontramos ya este impulso [de reconocer el sentido de lo futuro], esta fuerza directriz, esta intencionalidad que desemboca en imágenes sensomotoras y, en última instancia, en la mente y en el «yo». […] Por mi parte, sospecho que, incluso en los niveles más primitivos de la evolución, la subjetividad es la esencia constitutiva del sistema nervioso.” (3)]](*)

 

La «fe retrayente», junto con el hábito racional instintivo, nos permite ir describiendo y comprendiendo los hechos del pasado; la «fe consecuente» nos permite, con aquél mismo hábito, ir prescribiendo comprensivamente el futuro próximo o inmediato. Y la natural razón instintiva nos permite (frente a la artificial razón especulativa), conjugando la fe retrayente con la fe consecuente, reconciliar sencillamente el abismo del ruidoso pasado con el abismo del porvenir silente.

 

Las conjeturas derivadas de la «fe consecuente», informadas sabia, natural y lealmente por la «fe retrayente», nos proporcionan comprensión previsora de las probables verdades factuales del porvenir inmediato y próximo: las «proto-verdades» naturales. Profetizan un futuro altamente probable, pendientes de que la Naturaleza, si continúa siendo leal a sí misma, como habitualmente es, las confirme (la futura «fe retrayente» podrá entonces afirmarlas y asumirlas). Es análogo a lo que debe hacer la Ciencia (y bien distinto de lo que hacen las soberbias ideologías).

 

Por otra parte, como existe una probabilidad, por exigua que sea, de que las conjeturas no sean confirmadas por la realidad, cualquier natural «proto-verdad» es también una «proto-falsedad» natural (una contrariedad o desacierto en nuestras previsiones).

 

Esa irrupción de lo imprevisible en el devenir natural es, justamente, la que introduce una tensión innovadora que, de hecho, ha permitido el despliegue de la evolución adaptativa de la energía/materia a su propio devenir: aceptando «humildemente» y superando, «sabia» y «pacientemente» sus «imperfecciones» (impredecibles discontinuidades o singularidades). Eso le ha permitido pasar, nada más y nada menos, que desde la oscura frialdad de lo inerte a la luz caliente de la vida inteligente, en un proceso triunfal (aunque ciego y egocéntrico) de auto ordenación organizativa.

 

El asombroso triunfo de lo cuasi-infinitamente improbable nos invita a pensar que era necesario todo un universo para la aparición de la vida inteligente en el minúsculo planeta Tierra. Y nos incita a afirmar, junto con Hannah Arendt en “Entre el pasado y el futuro” (4) (1954) que nuestra propia vida es un milagro: Nuestra existencia entera, después de todo, descansa sobre una cadena de milagros, por decirlo así: el nacimiento del planeta, el desarrollo de la vida orgánica en él, la evolución del hombre desde las especies animales…”.(4)  Pero, ese «hombre» genérico, recordemos, es una especie animal; o, al menos, una especie de animal.

 

La voluntad consciente sobrevenida a la vida inteligente alumbró en el mundo dos «milagros» más: la verdad en el terreno moral y la Libertad colectiva en el terreno político de lo público, en la Política. La verdad moral, presidiendo palabras, intenciones y actos propios ante los demás, abre el paso a la Libertad colectiva de todos que guíe acciones sinceras de compromiso común. Ambas se conjugan racionalmente en el hábitat interpersonal («Inter-esse») de lo político-moral (en situación de reconocimiento mutuo, decisiones compartidas y promesas comprometidas). En compañía, la singularidad que la soledad conoce ansía mostrarse; la verdad que la soledad afirma quiere confirmarse; la Libertad que la soledad desea busca realizarse; y las contrariedades e injusticias que perturban el espíritu en soledad y conturban los espíritus en compañía, pueden asumirse y superarse (con «humilde» y «paciente» sabiduría).

 

La verdad confirmada entre personas primero, y la innovadora Libertad colectiva de todos después (ambas siempre «co-operativas» en ese orden), conjugadas conscientemente con inteligencia y uso de razón (natural, histórica y científica), han permitido y permiten, fomentándolos, tanto el progreso político-moral que la humanidad comprenda (por voluntaria devoción a la Verdad, la Libertad y la justicia de ellas derivada), como el progreso material que los humanos desean (por ambición natural de conocimiento veraz y de libertad material entendida como «contra-necesidad»; junto con la libertad de la ambición personal -allá cada cual que quiera entrar en ese necesario laberinto-).

 

Sólo esa racional conjunción entre Verdad y Libertad reconcilia el pasado con el futuro, intermediados por un presente que, comprometido con ambos, reduzca lo impredecible del porvenir; y está preparado para asumir y superar lo imprevisible que el porvenir nos depara; un porvenir que esa conjunción humaniza y tiende a perfeccionar. El Universo entero se convierte, entonces, en la mejor metáfora parabólica de nosotros mismos. Y se comprende, entonces, que los adjetivos del título del presente artículo (*) sean, en realidad, epítetos tautológicos.

 

[[Como decíamos en otros artículos («Psique-espíritu»; «III»; «XXXIX-2-»), cada persona es «de Verdad», salvo que un Poder ajeno, o su propio «estado mental», la confundan con otras o le impidan ser reconocida como tal. Sólo en el «Inter-esse», en el recíproco «Entre-Sí» voluntario, se confirman, si ellas quieren, esas verdades primordiales; que ya no serán meros «estados mentales». La Libertad colectiva y constituyente (que “nunca ha existido en la historia europea”(5), como ha escrito Trevijano), de sobrevenir, será «de milagro»: el «milagro» de cada voluntad de verdad extendida a todas las demás; el «milagro» de una armonía entre millones de verdades que quieran interpretar la inaudita sinfonía colectiva de la Libertad política. El «Inter-esse» es la razón, relación o inteligencia(a) entre dos o más verdades personales que «quieren ser» o, mejor, que quieren «estar siendo»; y se proponen, a voluntad y en Libertad, «seguir siendo» las verdades que, «Entre-Sí», verdaderamente «son». El «Entre-sí» confiado, fértil y triunfante nos libera de la tiranía del «sí-mismo» determinado, estéril y determinante.]](*)

 

 

 

 

(a) La palabra «inteligencia» deriva del vocablo latino «intelligentia», como cualidad del «intelligens/entis» (persona inteligente). «Intelligens/entis» es resultado de la composición del prefijo «inter» (entre); del participio activo del verbo «legere» (escoger, coger, leer,…); y los sufijos «-nt» que indica agente, e «-ia», que indica cualidad. «Legere» procede de la raíz indoeuropea «leg-», que significaba recoger, colectar (y derivados que significaban hablar). Puede «colegirse», por tanto, que para la «inteligencia» del «Inter-esse» toda verdad personal, cada persona, es «inter-essante», todas son escogidas y entrelazadas por ese puro «Entre-sí».

 

(*) El texto de este artículo (excepto los párrafos recogidos entre corchetes «[[..]]», que se añaden ahora, así como las citas de Arendt, Hegel y Trevijano), se corresponde, con ligeras variaciones y correcciones, con el publicado el 23 de junio de 2011, en la primera etapa del DiarioRC, bajo el título “Fe humana, verdad moral y libertad colectiva”.

 

(1) HEGEL, Georg Wilhelm Friedrich. “Introducción general y especial a las «Lecciones sobre la filosofía de la historia universal»”. Alianza Editorial, 2013. [escritas década 1820].

(2) SANTAYANA, George. “Escepticismo y fe animal” . Editorial Losada, S.A. 2002. [Ed. original 1923].

(3) LLINÁS, Rodolfo. “El cerebro y el mito del yo” . Editorial Norma, S.A. 2003. [Ed. original 2001].

(4) ARENDT, Hannah. “Entre el pasado y el futuro”.  Ediciones Península, S.A. 2003. [Ed. original: 1954].

(5) GARCÍA-TREVIJANO, Antonio. “Teoría pura de la República”. El Buey Mudo. 2010.

 

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